El viaje del monstruo fiero

Rafael Álvarez «El Brujo» toma como excusa el tema del actor y su importancia en los Siglos de Oro para insistir en sus búsquedas existenciales

El viaje del monstruo fiero - Foto de Sergio Parra
Foto de Sergio Parra

Apenas hace un año estrenaba el Brujo su espectáculo Los dioses y Dios. Ahora, por fin se sube a las tablas del Teatro de la Comedia para profundizar en la síntesis que a él realmente le fascina. Es decir, el misterio de la vida, esa verdad inasible que intenta hallar en los místicos de todo tiempo y lugar, y que, en realidad, va acotando en el arte, en la belleza, en la experiencia estética. Él mismo, como actor, como ese bululú que recorre los caminos de España —así nos ilustra luego con todas las clásicas agrupaciones actorales que detalla Agustín de Rojas en El viaje entretenido— sería un médium de esa verdad a la que somos destinados a través de su interpretación, de su palabra revelada, de la fascinación que encontramos en lo imaginario, la confluencia de los mundos posibles entreverados por lo verosímil. Sigue leyendo

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El alma de Valle-Inclán

El nuevo espectáculo de El Brujo indaga en las esencias biográficas del gran dramaturgo español a través de Divinas palabras

Cuando llegó la pandemia, El Brujo estaba enfrascado con su propuesta Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia, un montaje que poseía una estructura muy similar al que ahora presenta en el Teatro Cofidis Alcázar. Realmente aquel se ocupaba de Edipo Rey, y este, de Divinas palabras. Por eso son espectáculos ambiguos en cuanto al título, porque el meollo no suele ser tanto el autor como una obra concreta. Pero hablar de ambigüedad con El Brujo es pura redundancia. Vuelve a ser lo más interesante el momento transicional entre la captatio benevolentiae (aplausos primero, siempre nuestro artista es recibido así): unos versos del poema «Ave»; y el prólogo, tan extenso como las ramas le permitan irse ―mezcla de biografía personal, anécdotas de Valle-Inclán y la relación imperiosa con la realidad que le permite ironizar sobre el coronavirus y la política. Siempre contemporáneo―; y la penetración hacia una de las obras cumbre del gran escritor. Todo fingimiento de El Brujo tiene que ver irremediablemente con el metateatro; aunque a la antigua usanza, como el bufón que se las sabe todas y juega a que está jugando con la ingenuidad fingida. En este caso más, porque va a tomar la faceta de dramaturgo (y un texto teatral) de Valle. El actor se adentra y coge distancia, se acerca como ciudadano que ha estado confinado ―como el resto― para relatarnos cómo fue ideando este montaje (se puede hacer cierto seguimiento en los vídeos que colgó en su página web por aquellas) y se aleja en el enmascaramiento fantasioso al que nos concita. Sigue leyendo

Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia

El Brujo nos lleva a los orígenes del teatro para desplegar todos los recursos propios de su peculiar arte

Igual que es justo reconocer una vez y las veces que sean que El Brujo es un portento teatral y que arrastra a un público fiel que lo sitúa sinceramente en un pedestal; también es de rigor afirmar que uno como espectador va perdiendo alicientes. La fórmula funciona; pero cada vez menos, si uno sigue con asiduidad sus montajes y espera alguna novedad. Si el meollo o la excusa que el artista tome nos lleva por derroteros más interesantes y enjundiosos; entonces nuestra atención cobrará vigor. Y, afortunadamente ―al contrario que en su anterior espectáculo, Autobiografía de un yogui―, este Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia posee una hondura en nada despreciable. De más está recordar todos los habituales recursos oratorios y dramáticos que emplea el actor. El permanente juego de distracción, de distanciamiento para no adentrarse en las dificultades que quiere sondear, en los fundamentos del arte dramático y en esa conexión con la vida. Y eso que sus primeras palabras son versos en griego, y que proceden de Los persas, la obra teatral más antigua que conservamos. Ya sabemos, por ejemplo, cómo le gusta bajar a la más entera realidad del momento y cómo adapta el texto a las circunstancias del tiempo y del lugar. Así que es necesario señalar que esta crítica se centra en lo ocurrido un jueves 4 de marzo de dos mil veinte en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Lo que ocurriera en Mérida, cuando presentó esta propuesta, es asunto diferente. De hecho, la materia metateatral ―las peripecias hasta que dio con la idea para realizar un montaje en la ciudad extremeña después de recibir el encargo, son aquí incluidas―. Sigue leyendo

Autobiografía de un yogui

Rafael Álvarez, El Brujo, nos lleva a extraer las enseñanzas de Yogananda, el introductor en Occidente del kriya yoga

Muy difícil resulta criticar un espectáculo de El Brujo sin caer en las consabidas características de ese estilo que ha pergeñado de forma genuina; pero, en esta ocasión, creo que no ha encontrado el equilibrio que sí se percibía en sus obras anteriores. Primeramente, porque se extiende demasiado, sin que haya motivo para ello. Es cierto que la exitosa Autobiografía posee un número de páginas considerable; aunque no hay más que observar cómo nuestro intérprete se demora con algunas de las anécdotas. Él mismo comenta que llegaremos hasta las dos horas y cuarto. Pienso que existen demasiadas redundancias sobre aspectos metafísicos a los que se pretende otorgar cierta consistencia que se quedan flotando en la nada. Además de esa reiterativa unión entre los dichos retóricos de algunos científicos (por ejemplo, Einstein) y las especulaciones de estos «ungidos» como si alguno de ambos ofreciera una aproximación certera. Pura poesía. Uno puede entender que estos yoguis hayan tenido tanta repercusión en Occidente; y eso sin que hayan conseguido conversiones masivas al budismo o al hinduismo. Para aquellos que desconfían de los iluminados que se teletransportan galácticamente o que tienen sueños premonitorios que se cumplen fehacientemente, la vida de Yogananda (de la que también se da cuenta en el documental de 2014, Awake) puede ser una excusa para comprender un hecho sociológico de primera magnitud. Ya que nuestro yogui viajó a Estados Unidos en 1920, donde llegó a ser aclamado en conferencias multitudinarias como la del Carnegie Hall. Sigue leyendo

Teresa o el sol por dentro

Personal relato de Rafael Álvarez, El Brujo sobre la santa en un espectáculo inclasificable

teresa-o-el-sol-por-dentro-fotoBajo el epígrafe «Ingenio y mística», El Brujo ha perfilado dos espectáculos auspiciados por las conmemoraciones y por una época de transición y crisis como fueron los albores del Barroco. Si hace unas semanas presentaba Misterios del Quijote con su peculiar visión del clásico cervantino, ahora nos ofrece Teresa o el sol por dentro, una semblanza sui géneris sobre la vida de la santa. La pericia de Rafael Álvarez para llevar a su terreno un tema, a priori, áspero, complejo y hasta inapelable, como la experiencia iluminativa de nuestra célebre mística, ronda la genialidad. El Quijote era propicio para el humor, pero que la platea de los Teatros del Canal se rompiera de risa con las confesiones cristológicas de Teresa de Jesús, alcanza un punto herético. Fundamentalmente hay que destacar el equilibrio que el artista ha logrado con esta función. Sus elementos primordiales se compactan de maravilla y, además, se conjugan dialécticamente en un ritmo que va in crescendo hasta dejarnos más que satisfechos con la propuesta. Comienza, como es habitual, con una presentación extensa, en este caso, una contextualización histórica donde salta de acá para allá a través de los hitos más destacables del siglo XVI más otras intertextualidades que él espolvorea y que nos pueden dirigir por cualquier vericueto, ya sea alguna similitud política con la actualidad o alguna costumbre llamativa con la que debamos sentir afinidad. Sigue leyendo

Misterios del Quijote

Aproximación fronteriza del Brujo a la novela de Cervantes en este año de conmemoraciones

Foto de Fran Ferrer
Foto de Fran Ferrer

Continúa Rafael Álvarez, el Brujo en sus incursiones literarias, abordando clásicos a través de sus particulares procedimientos interpretativos. En esta ocasión ha dirigido sus intereses hacia la que debería haber sido la horma de su zapato. Alguien tan interesado en bordear el asunto, en aproximarse con distancia en ese juego de entrada y salida ficcional, en esa propagación de recursos metalingüísticos y metateatrales de ser y no ser actor-personaje, tendría que haber sacado oro de una obra donde aparecen tantos narradores más él, como respetable juglar, que se ha sumado a la lista; pero creo que en esta propuesta se ha quedado con la lanza en astillero. Con el Brujo tenemos garantizadas muchas bonanzas: un público cálido repleto de adoradores que no dudan un instante en aplaudirlo en cuanto pisa el escenario (casi un ritual que es difícil encontrarlo con otros intérpretes) lo que carga el ambiente, un sentido del humor que trabaja en varios planos, bien puede caer en lo efectista, pero chabacano, con regodeos en lo escatológico («chorrina», «chorra y orina», pura invención) o en lo sexual, con aquello de las «mozas, destas que llaman del partido» (el artífice no deja pasar una), como puede ironizar sobre cuestiones políticas de plena actualidad, asuntos sociales (aquí, chistes sobre borrachos y tabernas) y un sinfín de ocurrencias que nos lanza con su acostumbrada espontaneidad. El humor peculiar de Rafael es el hilo inapelable de la obra. También tenemos garantizada la interpelación, nosotros somos su permanente narratario y nos trata con deleite, con sorna y con falsa adulación. Sigue leyendo

El asno de oro

«El Brujo» se metamorfosea en asno para divagar acerca de la belleza, el misterio y el erotismo

30.-el-asno-de-oro-web-lDesde luego es un atrevimiento llevar a escena una novela del siglo II, cuando el género aún no había adquirido los engranajes y mecanismos que puso en marcha Cervantes. No es fácil extraer un relato de casi dos horas donde se plasme la esencia de lo que Apuleyo quiso narrar, puesto que los entresijos, relatos y derivas en los que se mete el autor apenas dejan un finísimo hilo narrativo. Sí crea ese hilo Rafael Álvarez, «El Brujo» con sus presentaciones, sus explicaciones y todo ese aparataje metaliterario que le sirve para llevarnos de la mano (quizás demasiado, tampoco es tan difícil lo que cuenta) con reiteraciones, apartes e incisos de forma recurrente. Sigue leyendo