Tiago Rodrigues continúa con sus narraciones en escena para trasladarnos las anécdotas de cuatro cooperantes internacionales

Si este montaje de Tiago Rodrigues fuera un poema épico, uno se dejaría llevar por el oleaje de los versos y por el ritmo que imprimiría la rima, se dejaría cautivar por la nebulosa que remitiría a espacios intangibles y a tiempos abstractos que confluirían en una sensación, un valor o, quizás, en una esperanza; pero esto no es poesía, es relato puro y duro, es respuesta a preguntas de carácter periodístico, no cuestionamientos de cariz artística, es decir, que vayan más allá de lo real. Aunque, por otro lado, que se nos nieguen los detalles geológicos (y geoestratégicos) o las diatribas políticas, tan fundamentales en los conflictos armados, nos evita el padecimiento. Convierte todo en un engrudo de buenos y de malos, donde, por supuesto, de lo poco que se puede concretar certeramente, es la inmaculada acción de la Cruz Roja, la cual no se nombra, pero resulta evidente. Como también ocurre con Médicos sin Fronteras. Tampoco se nombra a Occidente, aunque no hace falta esforzarse mucho para aceptar esa tremenda paradoja de perpetradores y, a la vez, de salvadores. Y esto lo digo yo aquí; porque alguna conclusión se debe extraer de un espectáculo tan monótono, a pesar de la dureza de algunas historias.
Aquí no hay suficientes matices acerca de las implicaturas de cada una de las misiones humanitarias sobre las que habría tanto que decir antropológica y moralmente. A Tiago Rodrigues eso parece no interesarle y nos sitúa en un punto de distancia diría que enorme. Volvemos a la narración alrededor del fuego imaginario; pero aquí suena más a cásting para un documental que luego será obra de teatro. Por ello, la captatio benevolentia —algo extensa— resulta desenfada y hasta graciosa, pues los cuatro cooperantes afirman que el sexo les alivia de los pesares, pues no siempre pueden recurrir al alcohol en algunos de los países adonde se desplazan. Además, por ejemplo, Natacha Koutchoumov carga su discurso inicial con mucha ironía al reconocer que lo que hace es sencillamente: «trabajo». Y que, además, no le gusta el teatro, que le aburre. Los demás no terminan de ofrecer una motivación clara y luego iremos conociendo sus anécdotas, sus relatos, sus sanguinarias historias.
No obstante, esa exigencia de la oralidad, de contar y contar sin pura representación, sin diálogo, sin apenas performatividad, sin un gran aprovechamiento de las percusiones que tiene listas Gabriel Ferrandini y, tan siquiera, exprimir esa magna escenografía que simula una de esas carpas que se montan perentoriamente en los lugares más inhóspitos; aunque igualmente nos vale como duna o montaña.
La primera parte —si es que debemos diferenciar partes— transcurre con retazos de crónicas. Uno, mentalmente, intenta asir espaciotemporalmente los acontecimientos; pero faltan asideros. Lenguas, naciones, etnias, bandos, religiones, costumbres, acuerdos, carencias, estados de la cuestión. Todo remite a la experiencia enteramente personal, sin el análisis ulterior. Ir y actuar. Ayudar como se pueda en ese territorio que aquí siempre se denomina lo Imposible. Pero nosotros, por muy cómodos que estemos en este lado, sabemos que allá hay diferencias, que no se actúa igual en un sitio que en otro, que cada país «avanzado» tiene sus querencias y sus preferencias. Todo me parece un desaprovechamiento y, si algunas de las historias no fueran auténticamente cruentas, podría afirmar que se llega a plasmar con algo de frialdad, que se pasa de un fragmento a otro sin mayor ánimo de continuidad, que no somos compelidos verdaderamente a hacernos cargo de la labor de aquella gente más allá de las razones que les ronden por la cabeza.
Si hemos de creer que existe una segunda parte, la consideraremos así porque parece que se da mayor movimiento, que los actores se deslizan y ya no están pegados al suelo en su inexpresión. Y, sobre todo, porque se gana en intensidad. Tal y como procede Beatriz Brás cantando «Medo», el fado que popularizara Amália Rodrigues. Ese terror y ese miedo con el que parecen no contar estas gentes tan valientes como insensatas que se lanzan a esas aventuras ignotas, donde se ha de improvisar tanto. Y, por supuesto, esas narraciones que hielan el espíritu como aquella que Adrien Barazzone pronuncia sobre los dilemas éticos de un médico que solo tiene una bolsa de sangre y debe decidir cómo emplearla para salvarle la vida a cinco niños. No obstante, atendemos a secuestros, asesinatos, penuria, falta de material, falta de instrucciones, al desastre permanente. Y hacemos el esfuerzo por aunarnos a su relato y a veces se consigue; aunque en muchos casos no; puesto que se nos escurren los posibles personajes y la profundidad a la que queremos llegar con ellos.
Cuando, finalmente, tras las dos largas horas, el epílogo se queda en las baquetas de Ferrandini y acomete con sus ritmos atronadores, como ese crepitar del cielo tan bíblico, se genera una atmósfera de confusión propicia con aquella gigantesca tela flotando en la Sala Roja de los Teatros del Canal, impregnada por la macilenta iluminación de Rui Monteiro, que nos lleva directamente a la melancolía del atardecer. Esa percusión podría habernos acompañado toda la función. No fue así. Otro desaprovechamiento.
Tiago Rodrigues se empeña en la narración como hemos comprobado en espectáculos como Sopro y, de una forma un tanto peculiar, en Antonio y Cleopatra. Creo que es una concepción que nos impide conectar con el contenido; ya que no se están utilizando todos los recursos que desde la antigüedad se han empleado en la literatura oral. No somos suficientemente interpelados. No estamos alrededor del fuego frente al chamán o el juglar.
Dans la mesure de l’impossible
Texto y dirección: Tiago Rodrigues
Traducción: Thomas Resendes
Reparto: Adrien Barazzone, Beatriz Brás, Baptiste Coustenoble, Natacha Koutchoumov y Gabriel Ferrandini (músico)
Escenografía: Laurent Junod, Wendy Tokuoka y Laura Fleury
Composición musical: Gabriel Ferrandini
Iluminación: Rui Monteiro
Sonido: Pedro Costa
Vestuario y colaboración artística: Magda Bizarro
Asistente de dirección: Renata Antonante
Dirección de producción: Julie Bordez
Jefe de producción: Pascale Reneau
Difusión: Emmanuelle Ossena
Técnica de escenografía: Valerie Oberson
Técnico de iluminación: Etienne Morel
Técnico de sonido: Linus Johansson
Fabricación decoración: Ateliers de la Comédie de Genève
Producción: Comédie de Genève
Coproducción: Odéon-Théâtre de l’Europe – París, Piccolo Teatro di Milano – Teatro d’Europa, Teatro Nacional D. Maria II – Lisbonne, Équinoxe – Scène nationale de Châteauroux, CSS Teatro stabile di innovazione del FVG – Udine, Festival d’Automne de París, Théâtre national de Bretagne – Rennes, Maillon Théâtre de Strasbourg – Scène européenne, CDN Orléans – Val de Loire, La Coursive – Scène nationale de La Rochelle
Con la colaboración de: CICR – Comité international de la Croix-Rouge y MSF – Médecins Sans Frontières
40º Festival de Otoño
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 27 de noviembre de 2022
Calificación: ♦♦
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