La casa de Bernarda Alba

José Carlos Plaza regresa al clásico lorquiano para mostrar una propuesta un tanto convencional en el Teatro Español

La casa de Bernarda Alba - Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

Ya es imposible decir nada significativo sobre una propuesta de aspiración canónica como la que vuelve a mostrar José Carlos Plaza en el Teatro Español, después de que ya presentara su visión del clásico en este mismo espacio en 1984. En aquella ocasión, la oscuridad era preponderante en una casa ideada por Andrea D´Odorico, que daba cuenta del estatus elevado —dentro de ese ambiente rural— de la familia. Para el momento que nos incumbe, la escenografía y la iluminación resultan muy determinantes de las sensaciones que nos provocan. Paco Leal se apoya en un apunte del propio Lorca para lanzarse con esas ninfas desdibujadas que danzan al fondo sobre la pared. El espacio es amplísimo y eso deja a las actrices demasiado a la intemperie, incapaces de encontrar escondrijos solventes para espiar. Y la luz es cansinamente macilenta, pertinaz. De alguna manera pareciera que estamos en una cueva iluminada por un candil irrefrenable. Ante una disposición tan minimalista o sencilla o, si se quiere, primitiva, la labor del elenco debe ser exquisita. Porque con esta obra ya solo se puede aspirar a la excelencia, puesto que se juega con un imaginario, el del público (incluso los adolescentes es de los pocos textos teatrales que conocen), que necesariamente se anticipa a las acciones y a las frases. Pienso que se ha logrado la corrección interpretativa; pero se ha evitado ahondar en el tenebrismo. De hecho, la Poncia le da un tono humorístico tal que llega a desvirtuar algunas escenas. Por supuesto que Rosario Pardo, con su marcado acento andaluz, desbrava la lengua y le da mucha viveza; pero las risas del público se alargan con su comicidad y esto no procede. Sobre todo, porque Bernarda queda un tanto desamparada en cuanto que en la elaboración de Consuelo Trujillo se percibe —en contraposición con otras actrices como Margarita Lozano o Berta Riaza— menos agresividad. Insisto que la iluminación —habitualmente la penumbra es dominante en las distintas adaptaciones de estos años— requiere otros modos de actuación, si no se quiere generar la sensación de pérdida de poder. Quizás sean sutilezas. Trujillo es una actriz que ha colaborado en varias ocasiones con José Carlos Plaza (véase Medea o Divinas palabras) y creo que resulta más elocuente cuando se sumerge en papeles que le permiten una mayor cercanía e, incluso, candidez. Es decir, Adela se le sube a la parra antes de tiempo. Puesto que Marina Salas le ha dado una brío muy juvenil y rebelde. De alguna manera, moderniza con su actitud el montaje; se la ve muy suelta desde el inicio. La que no me encaja para Angustias es Ana Fernández. Quizás posea una elegancia natural que no casa bien con una mujer que, a decir de Poncia, es «una enferma» y que no resistirá el primer parto. Sin embargo, Mona Martínez está magnífica haciendo de María Josefa, la madre, pues la actriz se maneja con chocante perplejidad payasesca en estos papeles limitantes con la locura, como ya demostró en Las dos en punto. Por otra parte, Magdalena, Amelia y Martirio, o sea, Ruth Gabriel, Montse Peidro y Zaira Montes respectivamente, quedan un tanto deslucidas una vez Adela impone su energía hasta que llega el desenlace. Me parece que la finalización que establece José Carlos Plaza es de lo mejor de su dirección. Las pausas de Bernarda, la recreación en las mismas palabras que se van repitiendo: «¡silencio!», «ha muerto virgen»; y la frialdad que se exige en los llantos ahogados de las hermanas consiguen trasladarnos el sentido profundo del dolor.

Son distintos aspectos que se pueden destacar, una vez hemos establecido que todo espectador mínimamente teatrero raramente va a quedar sorprendido con una obra archiconocida. Evidentemente, el texto de Lorca sigue poseyendo su fuerza genuina con ese engranaje de símbolos que se van desenvolviendo según transcurre la trama.

Otro asunto que nos compete es qué nos debe transmitir hoy la obra de Federico García Lorca. Desde luego, la cada vez mayor lejanía con ese pasado opresivo que hoy está más que superado en la casi totalidad de la población que vive en España. Porque José Carlos Plaza nos vende hoy su propuesta diciendo lo siguiente: «incide en la posición de la mujer en la sociedad con sus techos de cristal, diferencias salariales y su indefensión física ante la violencia provenga de donde provenga». No afirma que hoy, ya muy avanzado el siglo XXI, sigue habiendo casas de Bernarda Alba, son reductos donde aún se ejerce sobre las mujeres esa injustificable violencia de la tradición, esa pleitesía que se rinde al honor familiar por encima de la libertad individual y que forman parte de un tabú en nuestra sociedad que algunos partidos políticos justifican con malabares lingüísticos de tolerancia cultural.

La casa de Bernarda Alba

De: Federico García Lorca

Dramaturgia y dirección: José Carlos Plaza

Con: Ana Fernández, Ruth Gabriel, Mona Martínez, Zaira Montes, Rosario Pardo, Montse Peidro, Marina Salas y Consuelo Trujillo

Diseño de escenografía e iluminación: Paco Leal

Diseño de sonido: Arsenio Fernández

Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri

Director adjunto: Jorge Torres

Una producción de Producciones Faraute

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 5 de junio de 2022

Calificación: ♦♦♦

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