Ana Belén encarna a la mítica maga en una versión que pretende ser excesivamente fiel al relato conocido
Debemos reconocer que llevar a las tablas el mito de Medea posee una serie de complejidades que requieren determinadas decisiones en sus versionadores y en aquellos que se atreven a dirigir a personajes tan cargados de apasionamiento. Antes del verano Andrés Lima optó por la desnudez, el salvajismo y hasta la performance. Después, en Mérida, se presentó la Medea de Vicente Molina Foix que ahora podemos contemplar en el Español. El novelista ha combinado los textos de Eurípides y de Séneca, ha decidido qué muertes deben acontecer y qué grado de crueldad se le usurpa al espectador y, también, ha tomado la decisión de incluir un largo cuento revelado a los hijos de Medea por esta misma y por la nodriza; un relato extensísimo en el que sin excesiva dramatización se van desgranando los avatares de Jasón y los argonautas en busca del Vellocino de oro, que Apolonio de Rodas compuso en el canto tercero de Las Argonáuticas, cuando los marineros llegan a la Cólquide y la maga queda prendada del héroe. La propensión de datos y recovecos mitológicos rompe cualquier ritmo teatral y, aun así, José Carlos Plaza lo dirige como puede, para luego intentar que la obra remonte gracias a la interpretación de Ana Belén, con una actuación que mide con diferentes grados la desesperación y, de una forma soberbia, por la nodriza a la que da vida Consuelo Trujillo, en un papel repleto de gestos, astucia y fragilidad impetuosa. Desgraciadamente no ocurre lo mismo con el resto de personajes, ni el Jasón de Adolfo Fernández parece poseer la fuerza que debiera, es como un héroe cansado de sus líos domésticos, sin ambición; ni, tampoco, el Creonte de Poika Matute se confía al tono dramático, se muestra demasiado caricaturesco. Y al resto les falta la grandiosidad que debe imperar en la tragedia a la que se ven abocados y no parecen acompasarse con la solemnidad de la hechicera. Sigue leyendo →