Ronejo

Nuestra actual pandemia reconfigura la mirada que podemos aportar sobre esta comedia distópica de Rulo Pardo

Ronejo - FotoEl Teatro de La Abadía ha querido cerrar su peculiar temporada con algo «fresquito» para el verano (como se suele decir). Ronejo es una obra que ha ganado, sin querer, gracias a las circunstancias; pues fue creada en 2018, pero parece que el tiempo le ha dado la razón. Si usted es un conspiranoico, claro. Aunque parece que el futuro no irá muy desencaminado, ya que el hombre más rico del planeta (o el segundo, qué más da), Elon Musk, está con Neuralink preparando el abordaje. La cuestión es que esta propuesta no es más un entretenimiento, un cómic para frikis, sin más ambiciones que jugar cómicamente con un destino, el de la humanidad, que se aproxima distópico en nuestra imaginación y que, probablemente, sea tan luminoso en el aspecto exterior como oscuro en nuestro control. Los problemas, eso sí, con los que nos topamos son, al menos, dos. A saber, que el humor no sea desbordante, cuando uno lo esperaba ansiosamente. Así lo detectamos en la frialdad del prólogo (una anticipación), y a lo lardo de la función, pues el ritmo de los guiños, la falta de algunas bromas chispeantes, dejan la mayoría de la comicidad en varios juegos de palabras acertados, en algunas bromas escatológicas (muy del gusto adolescente, y de quien se quiera liberar de sus angosturas) y en unas paradojas verdaderamente peculiares con la perspectiva de la buhardilla y el tamaño de algunos objetos (gesto este que, por cierto, hemos visto hace poco en la obra Ira). Debemos considerar como referencia del género, una obra (en realidad, dos; pero la segunda fue insignificante) que es Las crónicas de Peter Sanchidrián, que se presentó hace varios años y que tuvo como insigne protagonista a Juan Vinuesa, que resulta que ahora hace aquí de conejo, de conciencia-conejo. Porque, como decía más arriba, nuestras circunstancias —no hará falta que se las recuerde—, sobrevaloran a Ronejo. Puesto que cuenta cómo el típico científico loco, un tal Arthur Booth (quizás el nombre homenajea a Kathleen Booth, la informática que diseñó el primer lenguaje ensamblador), que interpreta Felipe G. Vélez, con su disoluta máscara de la perversión, muy cómodo en su fragilidad sicalíptica y poderoso en la macabra estela de su proyecto. Hablamos de que, a partir de una vacuna, se ha introducido un conejo en miniatura en el cerebro de los inyectados, que los pone a disposición de las seis corporaciones más poderosas del mundo. En eso estamos, y en esto está la gracia. Rulo Pardo, como artífice, tendrá sentimientos encontrados, supongo; porque la catástrofe le ha venido de cara. Y es que, resulta muy paradójico, que una obra de teatro, sin que tenga que transformarse en nada, se reconfigure puesto que los espectadores traen una mirada muy distinta, muy anormal. Sin covid, Ronejo sería una función de serie b, algo destinado a fans de la tecnología y las conspiraciones, de la ciencia-ficción algo cutre —fijémonos en la escenografía, ya que es muy acorde con el concepto, y no parece que se hayan gastado los cuartos. Es casi retrofuturista; o auténticamente vintage—. Por otra parte, podríamos exigir que el argumento de Pardo fuera más consistente; ya que se ajusta demasiado al planteamiento, nudo y desenlace de cualquier episodio de Spiderman o del Batman de los años sesenta que echaban por la televisión. Realmente, no tenemos demasiados giros sorpresivos y el meollo es más el embrollo de hackers y de dark webs con los que se intenta determinar la cuestión. A la pobre Carmen Ruiz, que es la actriz que más destaca de todo el elenco; porque expresa ironía natural y tiene una disposición corporal estupenda para la comedia, con un rictus punzante, pues se queda con su papel a medias, como un coitus interruptus. Una troll, una trabajadora dedicada a la instigación, aunque con buen fondo. Algo análogo se ha podido ver, mutatis mutandis, en la película polaca de 2020, Hater (merece la pena). De ella se desaprovecha su potencial como personaje y nos la desaparecen. Es, desde luego, la más inteligente, como demuestra en el control que ejerce sobre su aspirante a amante. Eduardo Martín Felguera, un prostituto, un chapero de pocas luces, que se dedica a repartir candela y a fustigar a potentados (incluido, paradójicamente al Dr. Booth), ha sido alertado de la conspiración mundial por el conejo que lleva dentro. Felguera, que es interpretado por Rulo Pardo con cierto retraimiento —se podría esperar un mayor expresionismo en él— es, en definitiva, un pionero. Y es que lleva dentro al conejo que comanda el Proyecto Ronejo. Otra de las reverberaciones parateatrales que se propician aquí, y que los teatreros mezclarán azarosamente en sus molleras cultas, es que Vinuesa no solo es un cachondo lagomorfo con acento andaluz que debe propiciar su emancipación y su venganza contra el maléfico doctor; sino que viene de participar en Shock (I y II), donde se da buena cuenta —principalmente en la primera parte— de los factótums de la Escuela de Chicago, es decir, Milton Friedman and Company. Verlo vinculado en este espectáculo con el neoliberalismo, vuelve a darle otra vuelta de tuerca al asunto. Ya digo, los elementos externos, para quien esté en contacto con ellos, nos dan otra perspectiva de una propuesta que no creo que busque tales dimensiones. Si nos dejamos llevar por la imaginación, quizás estemos asistiendo a un magno experimento, similar al que apareció en El mensajero del miedo, con aquel célebre lavado de cerebro. Esperemos un tiempo a ver cómo se comporta el «chis» que han inoculado. Ronejo tiene el encuadre muy claro. Podría hacer más gracia, tener más ritmo y ser más apocalíptico; pero el género lo limita en exceso.

 

Ronejo

Autor: Rulo Pardo

Dirección: seXpeare

Reparto: Rulo Pardo, Carmen Ruiz, Felipe G. Vélez y Juan Vinuesa

Ayudante de dirección: Miguel Herrera

Diseño de iluminación: Marino Zabaleta

Composición musical y espacio sonoro: Mariano Marín

Espacio escénico: Arte y Ficción

Dibujos escenografía: Jorge González

Diseño de vestuario: Jara Venegas

Maquillaje y peluquería: Patricia Valdeande

Producción ejecutiva: Manuel Sánchez

Distribución: Amadeo Vañó – Cámara Blanca

Prensa: María Díaz

Una producción de Sanra Produce y seXpeare

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 4 de julio de 2021

Calificación: ♦♦

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