Christiane Jatahy pretende explotar el tópico de viaje de Ulises con las odiseas de los migrantes actuales en un espectáculo insignificante

La combinación entre cine y teatro ―que después hemos visto en varias ocasiones fértiles― me pareció muy gratificante y artística cuando en 2013 Christiane Jatahy presentó su Julia, basada en el famoso texto de Strindberg, en la sala principal del Teatro Valle-Inclán. Ahora vuelve a pisar el mismo espacio para perpetrar uno de eso actos performativos que se descomponen en la vacuidad y ansían conmovernos con dosis extra de realidad «real real». En este O agora que demora, segunda parte del díptico Our Odyssey, se encuentran abundantes concomitancias con el Orestes en Mosul, de Milo Rau; también algún parecido con Clean City, de Anestis Azas y Prodromos Tsinikoris. Así que mi visión va por un camino parecido. Pretender aproximarse a la Odisea con el simplísimo hecho de aceptar que en los refugiados y en los migrantes ocurre algo parecido a lo que «vivió» Ulises, es llevar el tópico hasta un extremo absurdo. Ante todo, debemos asimilar que Homero habla de un viaje espiritual, iniciático, religioso; porque lo que nosotros leemos como un periplo tortuoso por el mar, en realidad, es una concatenación de metáforas, una alegoría, de la catarsis interior que se produce en el héroe, una auténtica transformación anímica. La grandiosa profundidad del mito griego en absoluto se traslada teatralmente en este montaje. Es más, la comparación resulta ridícula y la lectura que realiza es de una ingenuidad pasmosa. Tal es así que la mayor parte de la función consiste en una morosa película, donde diferentes individuos (algunos actores y artistas) leen fragmentos de la célebre epopeya y hacen algunas referencias a distintos personajes, con una distancia y una cotidianidad que uno no termina de entender qué se pretende. Varios hombres diciendo que son Ulises, otro hablando de los cíclopes, contando el episodio como si fuera un cuento para niños; otra mujer haciéndonos ver que es Penélope; pero sin visos de continuidad. O unas muchachas leyendo en un parque otros textos del poeta griego. Así, tal cual, viajar a Líbano o a Johannesburgo para grabar eso. Ni ficción, ni drama, ni periodismo, ni acontecimiento para la conmoción del respetable. Un poco de baile, eso sí, para que se anime el personal; mientras los actores, ataviados con la correspondiente mascarilla inexpresiva, que pueblan las gradas, muevan el esqueleto como mejor puedan en las escalerillas del pasillo, con música de percusión en la simultaneidad con las imágenes, donde las danzas propias del mediterráneo se conjugan con el desenfreno de la marcha electrónica contemporánea. ¿Y qué decir de los intérpretes que nos acompañan? Pues que cuentan su biografía de una forma tan somera, que somos incapaces de integrarlas en un relato superior, que verdaderamente se compagine con el supuesto símil odiseico. De una manera más persuasiva y con mayor cercanía (incluso pide traducción a una espectadora), nos cuenta sus avatares Yara Ktaish, pues revela cómo regresó a Siria en plena guerra. El teatro se convierte en un lugar para el testimonio, pero la dramaturgia es endeble, y tiene que ser la propia dramaturga quien dé las explicaciones y las pertinentes. Como ocurre en la coda final, cuando de manera incoherente con el resto, nos destina a su Brasil natal, por el que está enormemente preocupada, ya saben, Bolsonaro y la degradación del Amazonas (suspicacias y desdichas más que razonables). Nadie allá se inquietará por este soplidito crítico. Nos adentramos en el relato personal de la autora ―daría, desde luego, para una obra teatral; aquí da para una excusa, solamente―. Ya que resulta que, por una parte, el padre de Jatahy «desapareció» durante la dictadura iniciada en los años 60 (puesta en cuestión, actualmente, por el gobierno de extrema derecha. Suele pasar) y, por otra parte, su abuelo también desapareció tras un accidente de avión, pues su cuerpo fue el único que no se encontró en un lugar remoto del Amazonas. Lugar al que acude, como una especie de ritual mágico, para fusionar ―aquí sí habría un símbolo; aunque no empastado literariamente― este trágico y extraño hecho, con el drama que están viviendo los indios kayapo, a los que se quiere despojar de sus tierras y aniquilar su modo ancestral de vida. El alegato político y la rémora familiar nos introducen en una especie de eterno retorno de injusticias que deben ser denunciadas. Lo documental se aleja de lo teatral y, además, de la simbiosis odiseica. Este epílogo podría funcionar como una obra alternativa; pero nosotros solo observamos un fragmento de algo que se sospecha mucho más profundo. Eso que se atisba es, seguramente, de lo poco apreciable en este montaje tan deslavazado y aburrido. O agora que demora es otra decepción de estas dramaturgias contemporáneas contaminadas por el arte conceptual; tan vacías de forma y de contenido, tan rácanas de ideas trascendentales que seriamente nos trasformen como espectadores. Sinceramente, me pregunto qué se puede concluir de un espectáculo así. De qué nos debemos hacer cargo, que los medios de comunicación o nuestro propio conocimiento atento no nos exija. Si el teatro no es significante, qué razón de ser tiene.
Basada en La odisea de Homero
Escrita y dirigida por Christiane Jatahy
Reparto: Manuela Afonso, Faisal Abu Alhayjaa, Abed Aidy, Omar Al Jbaai, Abbas Abdulelah Al’Shukra, Maroine Amimi, Vitor Araújo, Bepkapoy, Marie‐Aurore d’Awans, Emilie Franco, Joseph Gaylard, Noji Gaylard, Renata Hardy, Banafshe Hourmazdi, Ramyar Hussaini, Iketi Kayapó, Irengri Kayapó, Ojo Kayapó, Laerte Késsimos, Kroti, Yara Ktaish, Pitchou Lambo, Abdul Lanjesi, Melina Martin, Jovial Mbenga, Nambulelo Meolongwara, Linda Michael Mkhwanasi, Mbali Ncube, Pravinah Nehwati, Adnan Ibrahim Nghnghia, Maria Laura Nogueira, Isabel Novella,, Jehad Obeid, Ranin Odeh, Blessing Opoko, Phana, Pykatire, Corina Sabbas, Leon David Salazar, Mustafa Sheta, Frank Sithole, Fepa Teixeira, Ivan Tirtiaux y Ahmed Tobasi
Coordinación artística, escenografía e iluminación: Thomas Walgrave
Diseño sonoro: Alex Fostier
Música original: Domenico Lancelotti y Vitor Araújo
Dirección de vídeo: Matthieu Bourdon / Julio Parente
Director de fotografía: Paulo Camacho
Producción: Création Studio Théâtre National Wallonie‐Bruxelles y SESC
Coproducción: Ruhrtriennale, Comédie de Genève, Odéon‐Théâtre de l’Europe, Teatro Municipal São Luiz, Festival d’Avignon, Le Maillon‐Théatre de Strasbourg Scène européenne, Riksteatern y Temporada Alta con el apoyo de The Freedom Theatre y Outreach Foundation
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 24 de enero de 2021
Calificación: ♦♦
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Suelo coincidir siempre que las obras que veo y respecto a la crítica que aquí leo, coincido en las opiniones. Y hoy, de nuevo, coincido.
Demasiado políticamente correcto me parece y muy generoso, el texto dedicado a esta obra que se resume en un “sin pies ni cabeza”
Algunas y algunos creadores se pasan de rosca en la naturalidad o su búsqueda de hacer algo parecido al teatro-documento o documental, y cabe el peligro de que pase esto: no hay dramaturgia por ninguna parte, se puede decir ese texto o se puede recitar la lista de la compra. Ya empezamos mal cuando sale la directora, que también cierra el espectáculo, explicando lo que vamos a ver.
Y los actores por el patio de butacas, “interpretando” con la mascarilla puesta por cuestiones evidentes quitándoles toda la expresividad, por lo que va en contra del espectáculo, en lugar de subirlos al escenario. pero viéndolos en la pantalla.
Estás todo el tiempo esperando que algo pase, que algo ocurra. No puedo aguantar esos montajes que se quedan descafeinados, a medio gas entre no se sabe bien que…
El teatro condensa en una hora y media, dos horas una vida o mil vidas, y se debe echar todo para que ese juego con el espectador, llegue.
Y aquí no llega más que el aburrimiento, la reiteración, como un caldo de geriátrico, soso y sin sustancia.
Totalmente prescindible ver este tipo de teatro.
Y aún más sorprendido con el respetable en pie, con gritos de “bravo”
Supongo que hay muchas personas que tienen que amortizar la entrada, y entonces se entiende…
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Muchas gracias por tu palabras, Sergio. Completamente de acuerdo.
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