Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia

El Brujo nos lleva a los orígenes del teatro para desplegar todos los recursos propios de su peculiar arte

Igual que es justo reconocer una vez y las veces que sean que El Brujo es un portento teatral y que arrastra a un público fiel que lo sitúa sinceramente en un pedestal; también es de rigor afirmar que uno como espectador va perdiendo alicientes. La fórmula funciona; pero cada vez menos, si uno sigue con asiduidad sus montajes y espera alguna novedad. Si el meollo o la excusa que el artista tome nos lleva por derroteros más interesantes y enjundiosos; entonces nuestra atención cobrará vigor. Y, afortunadamente ―al contrario que en su anterior espectáculo, Autobiografía de un yogui―, este Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia posee una hondura en nada despreciable. De más está recordar todos los habituales recursos oratorios y dramáticos que emplea el actor. El permanente juego de distracción, de distanciamiento para no adentrarse en las dificultades que quiere sondear, en los fundamentos del arte dramático y en esa conexión con la vida. Y eso que sus primeras palabras son versos en griego, y que proceden de Los persas, la obra teatral más antigua que conservamos. Ya sabemos, por ejemplo, cómo le gusta bajar a la más entera realidad del momento y cómo adapta el texto a las circunstancias del tiempo y del lugar. Así que es necesario señalar que esta crítica se centra en lo ocurrido un jueves 4 de marzo de dos mil veinte en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Lo que ocurriera en Mérida, cuando presentó esta propuesta, es asunto diferente. De hecho, la materia metateatral ―las peripecias hasta que dio con la idea para realizar un montaje en la ciudad extremeña después de recibir el encargo, son aquí incluidas―. Toparse con una gitana oracular en los aledaños de la Puerta de Alcalá como si aquello fuera Delfos para inspirarse. Sus prólogos son una captatio benevolentiae de categoría y ninguno de los asistentes puede obviar que ya está cautivado por un tipo que domina su territorio con una sapiencia proverbial. Cómo relacionar el planteamiento primigenio y callejero con los tres trágicos clásicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), con Friedrich Nietzsche y con George Steiner, pues como si fuera un hecho de lo más natural. Con pinceladas suficientemente explícitas; sin que abrumen al personal. Él sabe que es un bufón, un entretenedor ―sin estupideces― y que, además, le gusta criticar irónicamente el teatro de vanguardia y sus dispendios presupuestarios, para expresarse de la forma estrafalaria que corresponde a la representación de algunos mitos. Porque ahí está Dioniso y su Sileno para conectar su ímpetu con oriente, con el ying y el yang, como esa parte y contraparte del movimiento dialéctico que mueve la vida y la historia. El Brujo, lógicamente, adopta la forma de ese último, pues, en gran medida, su teatro de comedia, de farsa bufonesca, viene inspirada por él. El sátiro embriagador que sigue al dios del vino, es testigo de cómo la tragedia se pone en marcha, de cómo la máscara y la metamorfosis inspira el agón y la catarsis. Llevar estas ideas no es sencillo; a pesar de ello, nuestro guía comprende que el ejemplo es la mejor manera. Todo un acierto es fundamentar el grueso de la obra con el Edipo Rey. Muy didáctico, desde luego, apto para todos los públicos; pero llevado con una gracia inigualable al convertir la geografía española en Corintio y en Tebas. Exprime, desde luego, esta tragedia, y bien podría considerarse que el espectáculo trata sobre ella; pues de ella extrae, nuevamente, esos conceptos que funcionan como mecanismos universales y que llegan hasta nosotros, como la anagnórisis. Su manejo de la escena es tal, que es capaz de sortear la interrupción de unos espectadores saliendo lentamente de la sala; para retomar, mientras se va por las ramas, haciendo de lo accidental algo tan cómico como su propio teatro. Como en tantas ocasiones, Javier Alejano lo acompaña levemente remarcando gestos o subsumiéndonos atmosféricamente en algunas de esas pocas veces en las que el cómico busca el recurso más performativo con movimientos corporales que se vislumbran ante el trabajo de luces que Miguel Ángel Camacho le ha diseñado. Escenográficamente, lo que vemos y lo que oímos está dispuesto para la concisión, para dar orden al caos, al embrollo en el que parece introducirnos El Brujo. Es todo apariencia, pues él conoce muy bien el destino, y nosotros lo descubrimos con él, como una amalgama donde el transcurrir de la vida y su contemplación quedan plasmados artísticamente.

Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia

Autor: Esquilo

Versión y dirección: Rafael Álvarez, El Brujo

Reparto: Rafael Álvarez, El Brujo

Diseño de vestuario: Gergonia E. Moustellier

Realización de vestuario: Talleres Moustellier

Diseño de escenografía: Equipo Escenográfico PEB

Música en directo, director musical y música original: Javier Alejano

Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho

Realización de escenografía: Tossal Producciones

Teatro Bellas Artes (Madrid)

Hasta el 5 de abril de 2020

Calificación: ♦♦♦

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