Frank Castorf emplea el tamiz del decadente Artaud para reconfigurar esta tragedia de Racine en un proceso de desmesura

Después de dos horas y cuarto, cuando llegó el descanso, la platea perdió dos tercios en la Sala Roja de los Teatros del Canal, algo muy parecido a lo que ocurrió la temporada anterior en el mismo espacio con un espectáculo de estética y deriva similar, Lokis, de Łukasz Twarkowski. Y es que Frank Castorf, uno de los adalides del teatro posdramático, trabaja desde el exceso y quizás nosotros hayamos sido conejillos de Indias; pues apenas lleva pocas funciones de rodaje. Adelantemos que el montaje alcanza las cuatro horas y media (con el intermedio) y puede llegar a ser agotador. Resulta bastante desalentador el extensísimo prólogo en el que Mounir Margoum, encarnándose en Acomat, el visir, prepara el ambiente a través de una estridencia rayana en lo ridículo. Una especie de Sacha Baron Cohen o alguno de esos comediantes americanos histriónicos, con ese aire de chuloputas de banlieue parisina con su chándal estampado de Dolce & Gabbana. Su discurso es un tanto equívoco a la hora de contextualizar la situación. Pronto llega Osmin, con información fresca sobre Amurates (se refiere a Murat IV), el sultán, quien se encuentra asediando con dificultades Babilonia. El senegalés Adama Diop y Margoum pasarán de ser unos excéntricos con apariencia de camellos, a ser los grandes urdidores de las tramas entre celestinescas y maquiavélicas. Astutos y hasta sensatos a la postre, grandes vencedores de la contienda (uno más que otro, como se verá en la imagen final). Van adquiriendo un tono irónico que se fragua en gestos y vaciles que expresan ante la cámara que los sigue, cuando el meollo se vaya adentrando en la atmósfera lisérgica. Deberíamos pensar que las cachimbas vienen cargadas hasta los topes; porque la colección de secuencias cinematográficas que van mostrando la degradación física y moral del resto de integrantes del elenco es palpable. Es una forma de conectar con el filtro Artaud; puesto que la obra no es únicamente Bajazet modernizado o deconstruido, sino que ha pasado por el tamiz de aquel discurso titulado «El teatro y la peste» (incluido en su célebre libro El teatro y su doble, donde aparece «El teatro de la crueldad»). Allí podemos leer (además, escucharemos un sonoro alegato de la descomposición): «El teatro esencial se asemeja a la peste, no porque sea también contagioso sino porque, como ella, es la revelación, la manifestación, la exteriorización de un fondo de crueldad latente, y por él se localizan en un individuo o en un pueblo todas las posibilidades perversas del espíritu». De esta forma los actores acometen su papel como si «fuerzas oscuras» (la propia vida) los infectaran igual que la peste. Lograr el estado terminal, saber que la lucha tanto interna (las emociones bullen y degradan las vísceras) como externamente, pues el reinado se quiebra en sus enfrentamientos intestinos. Pero antes de llegar a la tragedia, en esa morosidad insufrible del inicio, aparece Roxana, la favorita del sultán, una prostituta que debe jugar sus bazas, que debe estar dispuesta a bailar con el cinismo, y a entregar su cuerpo a la causa. La conocida actriz francesa Jeanne Balibar se desnuda hasta alcanzar el gesto pornográfico y postrarse al desencanto metida en una jaima, como un burka, donde es grabada en primerísimos planos mientras duda entre unirse «amorosamente» a Bajazet (Bayaceto) o matarlo. El estrafalario Jean-Damien Barbin se encarna en el protagonista, el hermano del sultán, el posible heredero o el que se lleve a la tumba la dinastía. La transformación del actor desde un cierto amaneramiento hasta la vesania y la mirada hipnótica con sus ojos saltones cargados en sangre da cuenta de su entrega. Su pasión, inicialmente, es hacia Atalida, una Claire Sermonne enloquecida de celos que corretea, literalmente, por debajo del escenario, entre las pilastras. Ya que esta es una cuestión fundamental, cómo sobredimensiona el espacio el director aprovechando permanentemente el seguimiento con la cámara; además de la posibilidad de simultanear acciones y planos. En la escenografía, destaca sobre todo el local abierto veinticuatro horas llamado Babilonia y que tiene en su fachada el rostro satisfecho del gran sultán. Dentro, en realidad, hay una hiperrealista cocina putrefacta, donde preparan la sopa, fuman sin parar, escuchan la radio y leen el periódico para cachondearse con la careta de Trump y de Jacques Chirac. El permanente contraste entre el lugar destinado al descanso, a quitarse la máscara, a revelarse como actores en sí mismos mientras avanza la función y los otros focos de atención, ya sea la sicodelia en la jaima y la brutalidad en la jaula, nos destinan in crecendo hacia esferas de surrealismo. A ello contribuye, además, la música de William Minke, con esos acordes de guitarra macilenta y el ritmo beodo de la caja, algo tarantiniana y que parece situarnos en la madrugada de una jornada en Las Vegas. Que suene al final el tema «Shadow», del grupo Chromatics, que apareció en la nueva temporada de Twin Peaks, de David Lynch, nos deja claro por qué derroteros ha querido circular el dramaturgo. Pero ante todo está la palabra, la verborrea, de un reparto embebido y lujurioso, soberbio y libérrimo en su espontaneidad, como si pudieran estar más horas todavía. La crueldad está ahí, en sus voces desgañitadas, en sus gritos permanentes, en lo que regurgita dentro de ellos y que se aquilata con descaro. La borrachera es una fiesta de la destrucción, no tienen la peste; pero parecen demasiado conscientes de que el abismo hacia la muerte está cerca. Y sí, Bajazet es excesivo porque necesita serlo para incurrir en el despropósito existencial que busca agónicamente una salida. Es en ese sondeo donde la percusión dramatúrgica evidencia su poder de persuasión.
en considérant Le Théâtre et la peste
Autores: Jean Racine y Antonin Artaud
Dirección: Frank Castorf
Interpretación: Jeanne Balibar, Jean-Damien Barbin, Claire Sermonne, Adama Diop y Mounir Margoum
Escenografía: Aleksandar Denic
Vestuario: Adriana Braga Peretzki
Vídeo: Andreas Deinert
Música: William Minke
Iluminación: Lothar Baumgarte
Equipo técnico: Vidy-Lausanne
Producción: Théâtre Vidy-Lausanne MC93, Maison de la Culture de Seine St-Denis
Coproducción: Festival d’Automne à Paris -Extrapôle Sud-PACA y Grand Théâtre de Provence con el apoyo de la Friche Belle de mai-Théâtre National de Strasbourg-Maillon, Théâtre de Strasbourg, scène européenne-TANDEM Scène nationale, Douai-Bonlieu, Scène nationale Annecy -TNA/Teatro Nacional Argentino, Teatro Cervantes
Con la colaboración de Pro Helvetia Swiss Cultural Foundation
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 18 de enero de 2020
Calificación: ♦♦♦♦
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