Escena – Fin de temporada 2019-20

Un repaso por lo más meritorio y sobresaliente de este reducido periodo teatral que nos ha tocado vivir

Foto de Vanessa Rabade

La temporada ha quedado demediada. Esto ya no tiene remedio. Días aciagos para el teatro que dejan su futuro en suspenso. Los sucedáneos virtuales demuestran que la anosmia no es solo un síntoma clarificador de esta pandemia que nos acogota; sino la evidencia de que el drama requiere de olores, de sudores, de tensiones carnales y, fundamentalmente, de ese compromiso indeleble entre los intérpretes y un público que se entrega al pacto mefistofélico. Por lo tanto, solo queda hacer ya el habitual repaso a lo más destacable de la escena teatral madrileña (española por extensión y por recepción. Internacional, a la postre). Sigue leyendo

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Bajazet

Frank Castorf emplea el tamiz del decadente Artaud para reconfigurar esta tragedia de Racine en un proceso de desmesura

Foto de Mathilda Olmi

Después de dos horas y cuarto, cuando llegó el descanso, la platea perdió dos tercios en la Sala Roja de los Teatros del Canal, algo muy parecido a lo que ocurrió la temporada anterior en el mismo espacio con un espectáculo de estética y deriva similar, Lokis, de Łukasz Twarkowski. Y es que Frank Castorf, uno de los adalides del teatro posdramático, trabaja desde el exceso y quizás nosotros hayamos sido conejillos de Indias; pues apenas lleva pocas funciones de rodaje. Adelantemos que el montaje alcanza las cuatro horas y media (con el intermedio) y puede llegar a ser agotador. Resulta bastante desalentador el extensísimo prólogo en el que Mounir Margoum, encarnándose en Acomat, el visir, prepara el ambiente a través de una estridencia rayana en lo ridículo. Una especie de Sacha Baron Cohen o alguno de esos comediantes americanos histriónicos, con ese aire de chuloputas de banlieue parisina con su chándal estampado de Dolce & Gabbana. Su discurso es un tanto equívoco a la hora de contextualizar la situación. Pronto llega Osmin, con información fresca sobre Amurates (se refiere a Murat IV), el sultán, quien se encuentra asediando con dificultades Babilonia. El senegalés Adama Diop y Margoum pasarán de ser unos excéntricos con apariencia de camellos, a ser los grandes urdidores de las tramas entre celestinescas y maquiavélicas. Astutos y hasta sensatos a la postre, grandes vencedores de la contienda (uno más que otro, como se verá en la imagen final). Van adquiriendo un tono irónico que se fragua en gestos y vaciles que expresan ante la cámara que los sigue, cuando el meollo se vaya adentrando en la atmósfera lisérgica. Deberíamos pensar que las cachimbas vienen cargadas hasta los topes; porque la colección de secuencias cinematográficas que van mostrando la degradación física y moral del resto de integrantes del elenco es palpable. Sigue leyendo