Una ajustada versión de la novela de Dostoievki sobre la posibilidad de un «hombre bello» para la sociedad
Gerardo Vera no tuvo suficiente con abordar al Dostoievski de Los hermanos Karamázov, una obra con mayores tensiones internas y trascendentes que esta que ahora nos compete. Porque El idiota, cuando su argumento se reduce al acontecimiento teatral y la trama se vertebra con un movimiento tan eficaz como poco asentado en la maduración de los sentimientos, da una sensación ―sobre todo si nos fijamos en el tramo final― de convertirse en un vaivén oscuro y bizantino sobre las impotencias del amor haciéndola más romántica de lo que verdaderamente es. Se puede comprender la elección de Fernando Gil para encarnarse en el príncipe Myshkin, desde una perspectiva paradójica; quiero decir, colocar al actor más alto y grande para interpretar al personaje más endeble. Pero ciertamente no me parece lo más coherente. Por ejemplo, si nos detenemos en dos de las adaptaciones cinematográficas más sobresalientes, la de Kurosawa y la del ruso Ivan Pyryev, el efecto de observar a unos jóvenes veinteañeros, machacados por la epilepsia y caracterizados naturalmente por la fragilidad y una bonhomía exultante por momentos. Fernando Gil, desde luego, realiza un trabajo excepcional y se entrega a fondo con una forma de expresión vocal que permanentemente nos indica que es un individuo que se piensa todo lo que va a contar. Lo importante, por supuesto, es que nos conduzca, como guía jesuítico, hacia la redención o hacia el hundimiento de aquellos habitantes de San Petersburgo con los que va a entablar relación. Al fin y al cabo, es un ser intimidante en su extrañeza, de una idiotez sospechosa para todos aquellos que discurren desde lo cabal. Desde la primera escena, en el tren procedente de Suiza, donde estuvo ingresado en un sanatorio debido a sus crisis interminables provocadas por la epilepsia, ya descubrimos a un tipo extravagante en la manera de enfrentarse al mundo. Su ingenuidad roza con la estulticia. La coincidencia ha hecho que su compañero de viaje sea Rogozhin, su futuro amigo y rival. Jorge Kent exprime su furia y su grandilocuencia como si fuera la contraparte, la otra cara de Jano, para situar el agón en un punto irremediable. No deja de ser una persona con enormes carencias emocionales. El príncipe apenas conserva una pariente lejana y ha de encontrarse con la generala Yepánchina para encauzar su vida. Yolanda Ulloa le da bastante brío a esta señora, para desembocar en una compasión maternal. Cuando nuestro antihéroe llega a la mansión, se topa enseguida con el general, Ricardo Joven impone su rostro altivo y hasta cierto fanfarronismo al saludar a semejante criatura que con su hatillo afirma ser aristócrata y familiar suyo. Más soberbia expele su ayudante Gavrila, un Alejandro Chaparro astuto. Brillo sin igual desprende Aglaya, una de las hijas. Vicky Luengo (estuvo exquisita en La vida americana) es una actriz que posee mucha gracia y vuelo en el escenario. Vuelve a demostrar su genuina entereza interpretativa Marta Poveda, quien acoge a Nastasia con verdadero desgarro. Es un personaje tan complejo, desde mi punto de vista, como el propio príncipe; puesto que en ella podemos ver el reflejo de la mujer zarandeada y usada por las circunstancias sociales (un enjambre de nihilistas, anarquistas, socialistas, aristócratas y burgueses) tan excepcionales en la Rusia de aquellos años. Ante ella se le abren dos caminos antagónicos imposibles de aunar, e insatisfactorios cada uno de ellos por separado. Seguir a Rogozhin hasta que la pasión los destruya o complacerse con la inocencia de un nuevo «hombre bello» que, tal y como quería Dostoievski, desarrollara una nueva moral. Realmente, la versión de José Luis Collado es acertada porque ha sabido ponderar y repartir los distintos puntos de interés; aunque quizás las últimas andanadas nos disuadan de ciertos aspectos sociopolíticos cruciales que no se deben relegar y que forman parte de algunas escenas magníficas, donde Abel Vitón, como Afanasi, un hombre responsable del destino determinado para Nastasia expone sus planes. Con Fernando Sainz de la Maza, quien toma el papel de Kolia, demostrando gran soltura, se cierra un elenco dispuesto a la perfección en un montaje donde la escenografía juega un papel secundario, pero potente. Gerardo Vera también se encarga de esta cuestión y van trufando las tablas con pocos elementos que bajan y suben, que desaparecen entre la oscura y certera iluminación de Juan Gómez-Cornejo. Dinamismo ante todo para que no aparezcan tiempos muertos en el ir y el venir. No debemos olvidar que el diálogo más feraz es con la propia novela, porque resumir tantísimas páginas es un imposible.
De Fiódor Dostoievski
Versión: José Luis Collado
Dirección: Gerardo Vera
Reparto: Alejandro Chaparro, Fernando Gil, Ricardo Joven, Jorge Kent, Vicky Luengo, Marta Poveda, Fernando Sainz de la Maza, Yolanda Ulloa y Abel Vitón
Escenografía: Gerardo Vera
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Vestuario: Alejandro Andújar
Videoescena: Álvaro Luna
Espacio sonoro: Alberto Granados
Movimiento: Ana Catalina Román
Ayudante de dirección: José Luis Collado
Diseño cartel: Javier Jaén
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 7 de abril de 2019
Calificación: ♦♦♦
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