Bailar en la oscuridad

Fernando Soto no logra ofrecer una función solvente para la adaptación de la célebre película de Lars von Trier

Foto de David Ruiz

Todo un atrevimiento llevar a las tablas esta película con la que Lars von Trier ganó, entre otros premios, la Palma de Oro de Cannes en 2000 y que nos descubrió las capacidades dramáticas de Björk. Un film verdaderamente impresionante, conflictivo y que aúna mundos disímiles como los musicales hollywoodienses y la lucha de una madre por salvar la vista de su hijo. Además de abordar múltiples temas como el abuso laboral, la xenofobia o la pena de muerte. Creo que Fernando Soto se ha puesto al frente de un proyecto que es más ambicioso sobre el papel que en su factura. Este Bailar en la oscuridad se presenta con una producción endeble en varios sentidos. Por un lado, no contar con los derechos para interpretar la música creada por la cantante islandesa es un hándicap que difícilmente se puede superar, pues en el imaginario del espectador resuena tanto su voz como su estilo. Por otra parte, querer emular algunas de las coreografías con tan solo seis actores, donde parece que solo uno tiene verdaderas habilidades dancísticas, termina por ser poco vistoso y deslucido. Además de todo ello, cuando se pretende adaptar un filme que dura más de dos horas al lenguaje teatral ―siempre y necesariamente todo más lento― a la hora y cuarenta minutos, el argumento y la trama no logran redondear a los personajes en una historia que intenta concentrar diferentes capas. Por si fuera poco, nos encontramos con un elenco al que todavía le falta rodaje y con un sonido terrible ―la sala y la escenografía no ayudan. Por supuesto, uno desearía encontrarse con una gran función sobre una grandísima película; pero hay que ser sincero. La protagonista, Selma, es una inmigrante checa que vive con su hijo adolescente en Estados Unidos y que trabaja en una fábrica metalúrgica. En sus ratos libres participa en la preparación de un montaje musical ―le encantan los musicales y con frecuencia se evade soñando que la vida es un permanente número de Busby Berkeley―. Una enfermedad hereditaria la está dejando ciega, igual que a su muchacho. Marta Aledo encarna a esta pobre mujer y desgraciadamente la composición de esta heroína es nebulosa. La actriz no ha encontrado un tono ni lo suficientemente enérgico, ni lo bastante tierno. Selma es peculiar, es fuerte y aniñada, fantasiosa y luchadora. Hasta es capaz de manifestar cierta sonrisilla flirteante. Aledo se queda en algo plano y en una falta de dominio entre las partes bailadas y actuadas. Por otra parte, contamos con Fran Calvo quien se alza como pretendiente algo pacato y, a la vez, como promotor de ese musical amateur con el que pasan los días libres. Coherente en los diálogos y dubitativo corporalmente en el baile. En cuanto a José Luis Torrijos, tiene la difícil papeleta de ofrecer dos caras antagónicas, la del amigo-casero (un poli) que no duda en ayudar a Selma en todo lo que puede y en estar pendiente de ese hijo rebelde (en esta obra menos), se ve envuelto en ese cambio abrupto ―faltaría amasar más ciertas escenas― entre la adulación interesada (necesita dinero urgentemente y su inquilina guarda los billetes en casa como buena bancofóbica de efluvios comunistas) y el nerviosismo terminal que nos lanza a una de las escenas más controvertidas y complejas: disparar al policía en defensa propia. La importancia de la moral y de la ingenuidad no es asunto baladí para la protagonista, pues guardar un secreto (más kantiana, imposible) tendrá consecuencias letales. La crítica al sistema judicial estadounidense (aún se puede ejecutar a alguien con la horca) es evidente. Y dramáticamente el juicio final es de lo más equilibrado. Las otras dos mujeres del grupo realizan una labor secundaria; pero muy correcta. Tanto Luz Valdenebro, como esa amiga del trabajo dispuesta a echar una mano en todo lo que se pueda; como Inma Nieto en el papel de esposa-casera de Bill, responden con soltura. Finalmente, Álvaro de Juana, brilla con sus pasos de claqué; aunque su personaje carece de la idiosincrasia esperada; es decir, un joven algo díscolo que se cría casi solo, mientras se va quedando ciego ―eso sí, esperanzado por pronto podrán comprar su cura―. La escenografía de Javier Ruiz de Alegría y Fernando Soto con la disposición de los distintos núcleos de acción repartidos de manera versátil (la fábrica a dos alturas, la caravana, el saloncito, etc.) es lo más destacable de esta fallida propuesta. No podemos negar que la empresa era de máxima dificultad.

Bailar en la oscuridad

Autor: Patrick Ellsworth / Lars von Trier

Director: Fernando Soto

Reparto:  Marta Aledo, José Luis Torrijo, Fran Calvo, Luz Valdenebro, Inma Nieto y Álvaro de Juana

Ayudante de dirección: Alexandru Stanciu

Letras: Patrick Ellsworth

Adaptación letras: Fernando Soto

Diseño de escenografía: Javier Ruiz de Alegría (AAPEE) y Fernando Soto

Diseño iluminación: Javier Ruiz de Alegría (AAPEE)

Diseño vestuario: Paola de Diego

Composición musical: Tomás Virgós

Dirección musical y coach vocal: Verónica Ronda

Diseño coreografía: Zoe Sepúlveda

Diseño gráfico: David Ruiz

Productor ejecutivo: Lope García

Director producción: Hugo López

Jefe producción: Carmen Almirante

Una coproducción de SEDA, Teatro Fernán Gómez.CCV, Fernando Soto y FCLT Productions en acuerdo exclusivo con Nordiska ApS

Distribuye: SEDA

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 31 de marzo de 2019

Calificación: ♦♦

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