Inma González muestra toda su expresividad para inmiscuirse en la piel de una mujer marginada en el contexto de la posguerra
No es desde luego muy preciso hablar de los hijos de La Zaranda, pues esta compañía gaditana bebe de unas tradiciones y de una decadencia socioeconómica muy concreta y pertinaz que ha propiciado unas formas de expresión, un arte, un deje; pero convengamos en que el estilo zarandesco tiene hoy distintos herederos que arrastran los pros y contras de aquella compañía. En la mayoría detecto más los procedimientos formales que la consistencia política y o el componente alegórico que, en aquellos, alcanza la excelencia en varios de sus montajes. Sigue leyendo →
La dramaturga y actriz Esther F. Carrodeguas monologa sobre su gordura en una performance autoficcional
Esther F. Carrodeguas, quien, desde mi punto de vista, ha patinado con su último espectáculo, Iribarne, en el CDN, es una dramaturga que necesariamente debemos juzgar como inteligente. La prueba es Supernormales. Uno, entonces, se pregunta por qué una mujer de 44 de años se hace esto (y nos hace esto) en escena. Otra vez más la autoficción de marras. Otra vez el micrófono en mano. Otra vez la declamación plañidera. Otra vez el victimismo egocéntrico. Otra vez el mundo (todo, todo el mundo) «contra mí». Pero esta vez, encima, reducido a cuarenta y cinco míseros minutos y a la redundancia más insoportable: «Soy gorda». Sigue leyendo →
La compañía Noviembre Teatro insiste con otra obra de Rojas Zorrilla para acercarnos una de sus comedias más cínicas
Foto de Asís
¡Qué distinto cadencia y tono tiene esta propuesta de Noviembre Teatro frente a aquella tan divertida de Entre bobos anda el juego! Verdad es que aquella era comedia de figurón y esta de Abre el ojo (o Abrir el ojo) sea de costumbres. Aunque se quiera proceder con el vaivén del vodevil, lo cierto es que uno ve el esquema demasiado marcado casi desde el principio. Y luego, encima, se resuelve el asunto en un pispás, o en dos; porque el epílogo se acopla con premeditación. Sigue leyendo →
La ópera prima de Jorge Usón se inserta en ese estilo expresionista que cae en el formalismo para hablarnos del desamor
Foto de Vincent Urbani
Llevamos ya unos cuantos años recogiendo la cosecha de las dos compañías que han asumido con más vigor los preceptos estéticos de La Zaranda. Ambas en permanente interrelación, tanto La Estampida, con José Troncoso al frente, como Nueve de Nueve, poseen unos modos claramente identificables. De estos últimos, ahora recibimos La Tuerta, con Jorge Usón como máximo responsable. En esta se exprimen mucho más esas características de las que hablo, si nos fijamos en su anterior obra Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban). Sigue leyendo →
Coronada y el toro, de Francisco Nieva sobresale junto a La voluntad de creer, dirigida por Pablo Messiez. Hemos asistido a una temporada sin la carga pandémica; pero se ha insistido en el lenguaje complaciente de nuestros tiempos
Foto de Javier Naval
La estela pandémica aún puede percibirse en las programaciones; aunque las funciones se han podido realizar con bastante normalidad. Lo que sí parece asentado en nuestros escenarios es la pertinacia de lo políticamente correcto, del bienquedismo con el respetable, del peloteo a los que dan de comer, y de un conservadurismo, en definitiva, que se ve a diestro y siniestro. Sigue leyendo →
La tragedia de Lope, El caballero de Olmedo, encuentra un paralelo con un motero del presente en esta propuesta protagonizada con brillantez por Juan Cañas
Foto de Carlos Andrés Pulido
Muestra, ante todo, este espectáculo a un intérprete como Juan Cañas, que cautiva al público y que es capaz de cantar varias tonadillas a la guitarra, de recitar los versos de Lope sin solemnidad; pero con hondura lírica, de entreverar sus propias composiciones con las del guitarrista del XVII Luis de Briceño; y de moverse por el reducido espacio que ha pergeñado Juan Sebastián Domínguez, que tiene lo justo y necesario como para que nos situemos imaginariamente en ese camino aciago entre aquellos pueblos vallisoletanos: Medina del Campo y Olmedo. Sin descontar, por supuesto, una iluminación que propicia en la noche la sensación de fantasmagoría entre la niebla que inunda todo. Ya me parecería suficiente que la propuesta solo se hubiera centrado en la obra clásica; pues observar a un bululú reconfigurar cada escena posee una gran concisión. Sigue leyendo →
La adaptación de esta comedia de Calderón a cargo de Carolina África y con la dirección de Laila Ripoll resulta leve
Foto de David Ruiz
Previa a esta comedia, Calderón ya había demostrado su buen hacer con Casa con dos puertas mala es de guardar y con La dama duende, que son de 1629. Y esta que nos compete pudo haberse escrito en el 1632 o 1633. En cualquier caso, comparada con aquellas, esta es de una insignificancia apabullante; porque ningún personaje llega a comandar la acción como para que nos suponga un atractivo más complejo. Carolina África ya había acometido una modernización de similar calibre con la obra de Agustín Moreto El desdén con el desdén. En esta esta ocasión pienso que era más difícil salir triunfante, puesto que la disposición de nuestro dramaturgo áureo tampoco permite mucho recorrido como para que el asunto nos diga algo.
Al trasladar el tema y la estética a los años cincuenta del siglo XX se establece un equívoco conservadurismo a nuestros ojos. Lo que parece, por un lado, la expresión de lo que se empezó a llamar en el Barroco, «amor al uso», es decir, un devaneo, un flirteo, un hedonismo consistente en el juego de los amantes que pululan por aquí por allá, no deja de ser eso, algo muy lúdico, un simple agitamiento de los celos para que las relaciones recobren energía; termina por ser algo bastante convencional y nada transgresor. Es todo tan ligero y bobalicón que nada de lo ocurre implica el menor riesgo. Y ni quiera, como ocurre en la referida La dama duende, contamos con un criado que nos deleite con su peripecia bufa. Aquí Guillermo Calero que se encarga de Arceo, nos parece más un patán algo grosero, que intenta asimilarse a un galán más, cuando intenta conquistar a doña Lucía, interpretada por una Nieves Soria jovial y resolutiva. Luego, como vemos en el preámbulo, el don Pedro de Juan Carlos Pertusa, no sale bien parado, pues es un rol incongruente. Le falta consistencia y hasta hombría. Es el encargado de ocultar a su amigo don Juan, y de echarle una mano en su entuerto. Este lo hace con esa donosura que ha magnificado en otras ocasiones (tantos clásicos ya en su haber), Pablo Béjar. Un actor que le infunde chulería a su papel; no obstante, se ve perdido en sus celos; porque ha visto a su amada con otro hombre con quien no ha tenido más remedio que enfrentarse a muerte. De todo esto nos enteramos de oídas; puesto que aquí la tensión se reduce a lo mínimo.
El equilibrio que se da entre las féminas y los caballeros da para que ninguno se sobreponga en el conjunto de la pieza; aunque, por momentos, Alba Recondo se lleve el protagonismo con la exageración de sus mohínes, tan bien acompasados por esta actriz tan espléndida y que me parece que siempre está muy atinada con su soltura escénica. Su doña Ana también juega a eso del jugueteo celoso y está graciosa; pero más porque se ha visto envuelta en un enredo que ni le iba ni le venía, pues ha sido confundida por otra. El que se equivoca, con gusto, es don Hipólito, un José Ramón Iglesias bastante ganso, chistoso y desenfadado, que se maneja estupendamente en estas lides —recuérdenlo en Entre bobos anda el juego—. Un cortesano que necesita divertirse conquistando a las damas, mientras la legítima lo va trampeando. Y es que ese es uno de los cometidos de doña Clara, quien se denomina «vengadora de las mujeres». Ana Varela, que es una de las intérpretes que se desenvuelve mejor cantando, posee uno de los personajes más equilibrados y serios. En claro contraste con su sirvienta Inés, que nos deja a una Sandra Landín histriónica, que sabe dotar de agilidad y, sobre todo, de bastante liberalidad a su personaje.
Ciertamente, no hay nada más; aunque sí hay algo menos, y son los bailecitos. Esto no es La La Land y el elenco —no sé quién ha pergeñado la coreografía— pues no sale muy airoso. Claro que algunos tienen más ritmo; pero a otros (me ahorro los hombres, quiero decir, los nombres) directamente carecen de dotes. Que sea una comedia desenfadada no quita para que, si no se puede acometer cierto número musical, pues no se acometa. Luego, está la escenografía que, para representarnos el abril y el mayo, y los paseos por el parque, pues resulta que Arturo Martín Burgos ha decidido que todo el colorido que suponemos que brota en esa pantalla del fondo, este velado durante toda la función y lo que percibamos sea un blanco ceniza. El colorido —absolutamente necesario— sí que sobresale en el vestuario idóneo y muy cuidado de Almudena Rodríguez Huertas. Principalmente, resultan muy vistosos los modelos que luce Ana Varela, con una sobrefalda florida que combina con elegancia con el sombrero que le sirve para ir de «tapada» en sus coqueteos.
Laila Ripoll debía estar segura de que buscaba el divertimento para ir encauzando el final de temporada; pero este montaje da muy poco de sí. Poca enjundia, mucha levedad en los entuertos y apenas hondas preocupaciones que resolver de un caso de enredos que termina de esas formas tan absurdas de tantas comedias áureas. Si se traía a la contemporaneidad, bien hubiera estado algo más lógico entre tanto emparejamiento impetuoso.
Reparto: Pablo Béjar, Guillermo Calero, José Ramón Iglesias, Sandra Landín, Juan Carlos Pertusa, Alba Recondo, Nieves Soria y Ana Varela
Ayudante de dirección: Héctor del Saz
Diseño de escenografía: Arturo Martín Burgos
Ayudante de escenografía: Paula Castellano
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Ayudante de vestuario: Pablo Porcel
Maquillaje y peluquería: Paula Vegas
Diseño de iluminación: Luis Perdiguero
Ayudantes de iluminación: Lidia Hermar y Juanjo H. Trigueros
Videoescena: Emilio Valenzuela
Música y espacio sonoro: Mariano Marín
Músicos: Saxos y trombón: Luis Mari Moreno ‘Pirata’. Batería y percusiones: Steve Jordan
Gerencia: Yolanda Mayo
Producción y equipo técnico: Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa
Productor ejecutivo: Joseba García
Ayudante de producción: Isabel Romero de León
Una producción del Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa en colaboración con Teatro de Malta y el festival de Teatro Clásico Castillo de Peñíscola
La nueva obra de Ignasi Vidal cae en el manido enfrentamiento de una pareja malavenida en el contexto de la Semana Santa sevillana
Foto de Antonio castro
Cuando se pretende condesar mucha información en muy pocas horas, como si hubiera que cumplir con la regla de las tres unidades (tiempo, espacio y acción) a rajatabla (aquí así ocurre), hay que tener una gran pericia para que las inverosimilitudes no lo lleven todo al traste. Desgraciadamente, el dramaturgo Ignasi Vidal no ha estado fino en el reparto comedido de lo relevante. En cierta medida, en su obra más célebre El plan, ya se dieron excesos en cuanto a cargar las tintas. Mejor le fue, desde mi punto de vista, con Dribblig, verdaderamente se concedía el oxígeno requerido. Porque en Sobre el caparazón de las tortugas —una metáfora que se nos explica debidamente como en un aparte cargado del melodramatismo de otro tiempo— la sempiterna bronca entre dos divorciados se manifiesta de una manera inverosímil, como si estuvieran más empeñados en que el público se entere de los avatares de su extinto matrimonio, que en jugar sus cartas con astucia. Sigue leyendo →
La novela de Marta Sanz sobre los años del destape, adaptada por Mónica Miranda y dirigida por Raquel Alarcón, resulta pacata
Foto de La Dalia Negra
Resulta llamativo que, con la abundancia de obras de teatro documento no se aproveche precisamente para llevar a escena una novela que trabaja, en parte, con un falso documental (cargado de fuentes reales extraídas mayoritariamente de internet); y que por escrito no luce tanto como en nuestra imaginación. Más extraño es si al frente de este montaje se sitúa Raquel Alarcón, quien hace unos meses ha dirigido 400 días sin luz, donde se intentaba trasladar la realidad de la Cañada Real.
Tengamos en cuenta que Marta Sanz (1967) publica su novela en 2013 y que los variados puntos de vista que adopta configuran un relato que se deshilvana en la adaptación de Mónica Alarcón. Primero, porque se establece un contraste realmente potente y persuasivo entre la mirada ingenua (para nosotros irónica, pues, en cierta forma le quita glamour a ese proceso de la Transición tan hiperbolizado) de una chica de doce años, que podría ser un trasunto de la propia autora, que juega a ser una de esas mujeres de armas tomar en plena época del destape, y esas diez secuencias —llamadas «cajas»— que se van intercalando, donde a modo de pastiche, artefacto camp o cutrelux, van apareciendo en entrevistas donde desfilan esas actrices que protagonizaron a su vez otro contraste, que es el que debería producirse en escena; pero que no se logra. Sigue leyendo →