Ignasi Vidal ha creado un thriller futbolístico que da juego para contemplar la oquedad de nuestras adoradas estrellas
Revisando el reciente tomo Teatro y deportes en los inicios del siglo XXI, compilado por José Romera Castillo, uno confirma que el fútbol apenas ha concitado la atención de los dramaturgos españoles; y eso que estamos hablando de una práctica deportiva que posee una repercusión social y mediática descomunal. Más paradójico resulta, si uno observa las tendencias políticas de la mayoría de las dramaturgias contemporáneas —claramente sesgadas hacia la izquierda— y si nos fijamos de dónde procede el futbol y los futbolistas; es decir, la clase obrera —Inglaterra es el gran ejemplo—. Una manera de ascender socialmente ha sido el deporte, ya fuera el boxeo, en sus tiempos, o el propio fútbol. También es cierto que la intelectualidad literaria ha despreciado, desde su elitismo, abordar el tema; aunque muchos escritores declararan sus filias futboleras. Recordemos que fue cuestión de debate, cuando dos entrenadores, como fueron Jorge Valdano y Ángel Cappa, pusieron sobre la mesa aquello de la filosofía futbolística, del arte en el fútbol y el estudio trascendental que suponía un deporte que se iba sofisticando tanto en el campo, como en las áreas económicas, empresariales, sociales y hasta morales. Quizás, como suele ocurrir, el sueldo de las estrellas ha evitado que se mire a todos aquellos que se quedan por el camino ilusionados por los cantos de sirena y los castillos en el aire. Si el jugador no se convierte en nuestro fetiche favorito, se transforma en el perdedor que alivia nuestra envidia o, peor, en un tipo invisible que ni siquiera tuvo una oportunidad real, cuando ya había abandonado los estudios. Y sí, los futbolistas, además, están cosificados y eso, por lo visto, hoy se considera algo terrible; porque no son tomados como personas. Muchos de estos asuntos se tocan en Dribbling, obra firmada por Ignasi Vidal. Afirmemos tajantemente que el autor ha escrito un texto perfilado con detallismo, con diálogos muy medidos en la información que se nos va transmitiendo y que consigue aunar un lenguaje que se destina más a los adolescentes (véase el uso del rap, que siempre parece juvenil y que en Francia tiene mucho predicamento), con otro que iría directo a la conciencia de los padres y de las madres, y a la sociedad en conjunto. Este hecho, claro, restringe en cierta medida la complejidad por la que se desea discurrir. Se va demasiado al grano, se es demasiado claro para lo que suelen embarrarse estos affaires, principalmente en el ambiente de la posverdad. O sea que, si nos pusiéramos un poco más estrictos, habría que señalar que aquí los ríos de tinta supuestos se sintetizan para no abrumar al espectador. Esto, en alguna medida, es una rémora; sobre todo, si queremos darle más consistencia al desenlace que no revelaré; pero que es del todo aceptable. Álvaro Rico, hace de Javi Cuesta, un futbolista top de 25 años que juega en un equipo parisino —imaginemos al PSG—, que arrastra una reticente lesión de rodilla que lo mantiene apartado del campo y que, mientras se recupera, aprovecha para salir de farra a las discotecas de moda con sus colegas. Nada que no nos hayan narrado en múltiples ocasiones los periódicos deportivos devenidos en papel cuché, últimamente amplificados por las redes. Lo verdaderamente interesante del argumento que ha pergeñado Vidal es la intercalación de la sicología deportiva y su veta existencial, con un thriller derivado a una denuncia por acoso sexual. En este último sentido, podemos recordar lo ocurrido con Benzema y el supuesto chantaje o el «Caso Arandina». No obstante, aunque el machismo que se destila es llamativo y los comentarios sobre la chica acosada son despreciables, la obra posee otras capas de mayor calado, entre ellas, también el estatuto de la inocencia y de la verdad. Rico empieza un tanto taciturno para estar enfrascado en su lujoso apartamento (debemos imaginarlo así, porque Alessio Meloni ha creado una escenografía una tanto confusa, entre lo simbólico, con el césped vertical y el espacio pentagonal que resulta polivalente, y el naturalista despacho del agente); pero luego va encontrando su sitio. Un muchacho algo ingenuo para llevar metido en ese mundo desde la adolescencia. Se muestra creíble su fragilidad. Reconozcamos que una vez se plantea el nudo, el clímax se intenta sostener con vigorosidad dialéctica y que las escenas no dan tregua entre discusiones acaloradas y discursos de sinceridad insoportable. Desde este punto de vista, la obra, a pesar de utilizar un lenguaje a veces brusco y soez, y hasta subido de tono —no se dan cortapisas y se va directo al grano— es muy apropiada para la gente más joven, sobre todo para varones tan alejados de los intereses teatrales. Les molaría, sin duda. Que Nacho Fresneda haya encontrado el cariz de lógico cinismo con esos aires de interesada paternidad postiza, resulta absolutamente beneficioso. Mefistófeles con trajes a medida. Un Jorge Mendes situándose en igualdad de condiciones con su pupilo y dispuesto a emplear las tretas mafiosas. Un tipo ambicioso, con su propia lesión de rodilla impertérrita como un capitán Ahab sin escrúpulos y con su objetivo manifiesto. Ambos intérpretes se adaptan excelentemente al ambiente general del que hablaba al principio. Es cierto, insisto, que no nos adentramos en honduras mayores, en posicionamientos existenciales que den cuenta de lo que supone el decaimiento y la pérdida de motivación para seguir viviendo con esa exigencia; o en análisis socioculturales que critiquen con mayor afán a la sociedad de consumo. Todos estos aspectos se sobreentienden; pero la obra tiene una duración breve. Ignasi Vidal ha redactado frases cortantes que resuenan en el imaginario colectivo y ha dirigido la pieza con ritmo pujante. Entre los temas que se tratan creo que, a parte del endiosamiento que lleva al muchacho a perder el control (y esto no justifica sus acciones; aunque nos permite entenderlo), está la cuestión de las ínfulas del padre. Este no sale; pero es un personaje en la sombra. El típico ejemplo del hombre que necesita proyectar su anhelo fracasado en el éxito espectacular de su hijo (algo similar le pasa a nuestro representa, pues es un paralelo). La presión del día a día, la perdida de una juventud sana y normal, son una carcoma que destruye a estos chicos inmaduros y solos, rodeados de tiburones que se quieren aprovechar de ellos. Y por encima de todo: los trileros marcando el juego. Los aficionados al fútbol pueden contemplar esta obra con las revelaciones de Florentino Pérez resonando en la cabeza. Seguro que nuestro protagonista será observado de otra manera. Dribbling despliega cuitas candentes de nuestra sociedad actual y nos lleva a plantearnos hasta qué punto merece la pena el deporte de élite.
Texto y dirección: Ignasi Vidal
Reparto: Nacho Fresneda y Álvaro Rico
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Diseño iluminación: Felipe Ramos
Ayudantía dirección: Roberta Pasquinucci
Dirección de producción: Nadia Corral
Distribución: Fran Ávila
Teatro Marquina (Madrid)
Hasta el 3 de octubre de 2021
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Dribbling”