La novela de Marta Sanz sobre los años del destape, adaptada por Mónica Miranda y dirigida por Raquel Alarcón, resulta pacata

Resulta llamativo que, con la abundancia de obras de teatro documento no se aproveche precisamente para llevar a escena una novela que trabaja, en parte, con un falso documental (cargado de fuentes reales extraídas mayoritariamente de internet); y que por escrito no luce tanto como en nuestra imaginación. Más extraño es si al frente de este montaje se sitúa Raquel Alarcón, quien hace unos meses ha dirigido 400 días sin luz, donde se intentaba trasladar la realidad de la Cañada Real.
Tengamos en cuenta que Marta Sanz (1967) publica su novela en 2013 y que los variados puntos de vista que adopta configuran un relato que se deshilvana en la adaptación de Mónica Alarcón. Primero, porque se establece un contraste realmente potente y persuasivo entre la mirada ingenua (para nosotros irónica, pues, en cierta forma le quita glamour a ese proceso de la Transición tan hiperbolizado) de una chica de doce años, que podría ser un trasunto de la propia autora, que juega a ser una de esas mujeres de armas tomar en plena época del destape, y esas diez secuencias —llamadas «cajas»— que se van intercalando, donde a modo de pastiche, artefacto camp o cutrelux, van apareciendo en entrevistas donde desfilan esas actrices que protagonizaron a su vez otro contraste, que es el que debería producirse en escena; pero que no se logra. A saber, cómo los supuestos avances en referencia a la sexualidad de los españoles, con esa incidencia en el erotismo o en la posibilidad de mostrar la desnudez en distintos medios y de distintas maneras, y que tenía que ver «supuestamente» con un empleo más libre del cuerpo femenino, se enfrentaba paradójicamente al hecho de que una mujer que abortara podía acabar en la cárcel, como es aquí el caso que nos compete.
El preámbulo me parece desastroso —tanta orientación de quién son y dónde están— y un error narrativo adelantar el desvelamiento desde el punto de vista del que somos compelidos. Si borramos esos primeros minutos y observamos la primera escena, entendemos que ahí está la energía que se debe exprimir, la auténtica voz valiosa, tanto de la novela como de la obra teatral, es decir, la recreación de la muchacha, de Catalina Hernández Griñán, alias Daniela Astor, con todas esas descripciones tan cortantes y repletas de desparpajo. Laura Santos se expresa con soltura y transmite con mucha convicción esa insolencia juvenil, mientras se hace cargo de los conflictos familiares. Junto a su amiga íntima y vecina, Ángela Bagur, enmascarada en una tal Gloria Adriano, otra «estrella» en ciernes, que Helena Lanza acoge con buena disposición —aunque nos pueda parecer algo mayor para el papel—, se evaden de una realidad que ya las impele acuciantemente. Por su parte, Miriam Montilla se queda principalmente con el rol de madre, avanzando con verosimilitud las preocupaciones que se le vienen encima, cuando parece que enferma y se pone amarilla y, después, una vez asumimos que está embarazada y decide no seguir adelante y abortar. También tomará la personalidad de Catalina con cincuenta años, cuando se supone que está montando su documental La caja negra.
La cuestión es que la dirección de Raquel Alarcón es, en diferentes momentos, demasiado didáctica (con esos monólogos en el micrófono que remarcan lo observado), con aquello de especificarnos qué personaje están interpretando, pues nos quedarían los padres de Ángela, es decir, Inés Marco, una socióloga, y Luis Bagur, el amor platónico de nuestra protagonista. Además, claro, de Alfredo Hernández, el padre de la protagonista, bastante ausente en la historia, que no acepta moralmente la «cerrazón» de su esposa, quizás influido por su madre, una señora que también tiene sus líneas.
No obstante, este espectáculo es pacato y no incide en esas imágenes tan icónicas como observar a Tierno Galván junto al pecho de Susana Estrada, a María José Cantudo vestida de blanco afirmando: «Soy de Andújar, pero soy una chica de la calle Serrano»; o el desfile de esas intérpretes empapadas de sangre falsa en esos filmes de fantaterror; o la decadencia de Amparo Muñoz, la muerte de Sandra Mozarowsky; o esa ristra de cintas que mezclaban lo castizo con lo erótico que ahora resultan tan penosas; o las portadas de Interviú; o hasta las declaraciones incendiaria de Bárbara Rey, que no dejan de llevarnos hasta el más imperioso de los presentes (la serie sobre su vida se acaba de lanzar). Además, se acaba de ser presentar un documental titulado Mujeres sin censura, de Eva Vizcarra, que viene muy a cuento de todo esto.
Lo cierto es que apenas contamos con algunos fragmentos de entrevista de Victoria Vera defendiendo sus desnudos con cierta altivez. Y algunos vídeos imaginativos de Daniela Astor que sobran; porque nos llevan por otros derroteros más infantiles. Y sospecho que toda esta ¿autocensura? teatral, quizás tenga que ver con que se aspira a que la chavalada de los institutos acuda a la sala. En fin, no parece una función destinada a los adultos.
Por otra parte, la factura de la propuesta posee ese cutrerío de la época. Creo que Paola de Diego ha acertado en el vestuario, no tanto en la escenografía, demasiado atrezo desperdigado de mala manera.
Daniela Astor y la caja negra podría haber sido una adaptación que nos devolviera visualmente un periodo que ha quedado oculto, con ese montón de películas, de fotos y de recortes que nos permitirían hacer una comparativa con la moralina puritana actual. Seguimos, en relación al cuerpo femenino, en una concatenación de paradojas tan sugestiva como tenebrosa, que está lejos de resolverse. Hoy las redes son un destape permanente de supuesta libertad; mientras el estado legisla cómo nos debemos comportar sexualmente. Mutatis mutandis.
(basado en la novela de Marta Sanz)
Adaptación: Mónica Miranda
Dirección: Raquel Alarcón
Reparto: Helena Lanza, Laura Santos y Miriam Montilla
Diseño de iluminación: David Picazo y Pilar Valdelvira
Diseño de escenografía y vestuario: Paola de Diego
Creación y realización audiovisual: Lucía Valverde
Ayudante de dirección: Carlos Pulpón
Coordinación técnica: Béla Nagy
Diseño cartel: Miguel García de Oteyza
Fotografía, video y diseño gráfico: La Dalia Negra
Comunicación y prensa: María Díaz
Producción ejecutiva: Elena Martínez
Distribución: Susana Rubio
Un espectáculo de 2PRODUCCIONES TEATRALES
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 26 de marzo de 2023
Calificación: ♦♦
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