Sobre el caparazón de las tortugas

La nueva obra de Ignasi Vidal cae en el manido enfrentamiento de una pareja malavenida en el contexto de la Semana Santa sevillana

Sobre el caparazón de las tortugas
Foto de Antonio castro

Cuando se pretende condesar mucha información en muy pocas horas, como si hubiera que cumplir con la regla de las tres unidades (tiempo, espacio y acción) a rajatabla (aquí así ocurre), hay que tener una gran pericia para que las inverosimilitudes no lo lleven todo al traste. Desgraciadamente, el dramaturgo Ignasi Vidal no ha estado fino en el reparto comedido de lo relevante. En cierta medida, en su obra más célebre El plan, ya se dieron excesos en cuanto a cargar las tintas. Mejor le fue, desde mi punto de vista, con Dribblig, verdaderamente se concedía el oxígeno requerido. Porque en Sobre el caparazón de las tortugas —una metáfora que se nos explica debidamente como en un aparte cargado del melodramatismo de otro tiempo— la sempiterna bronca entre dos divorciados se manifiesta de una manera inverosímil, como si estuvieran más empeñados en que el público se entere de los avatares de su extinto matrimonio, que en jugar sus cartas con astucia.

Anselmo Gervolés se queda con el mejor activo del espectáculo, el patio de una casa sevillana, perfilada al detalle, con una hermosa fuente en el centro y sus tiestos sobre los azulejos en las paredes. Allí transcurre la batalla entre estos dos actores de más o menos éxito. Ya, inicialmente, Raquel Pérez imprime a su personaje un tono de desequilibrio mental bastante extravagante —sobre todo por las frases que debe soltar—. Ha despertado de improviso. Se nos quiere hacer creer que, quizás, todo ha sido una pesadilla.

Ella ha acudido a rendir cuentas con su ex. Su hija adoptada tiene sobrepeso y está deprimida, algo serio le ocurre. Mientras su alcoholismo hace mella y su carrera entra en horas bajas, él se muestra tranquilo, satisfecho, seguro de las decisiones que está tomando. Nacho Guerreros acoge a este personaje con una corrección timorata, carece de pulso erótico; porque entre ellos no se observa el más mínimo feeling. No hay más que ver cómo resuelven, tan torpemente, el atisbo de polvo. Qué poco fulgor en una escena cumbre. Qué risible la felación, mientras ella sigue hablando. Y es que tampoco parece que la directora Susana Hornos haya tomado las mejores soluciones en cuanto a la puesta en escena. Puesto que los actores se mueven con descuido en un espacio tan escueto. La posición que debe adoptar él cuando queda postrado es ridícula —que se le caiga el móvil al suelo cinco veces es insoportable—. En el movimiento hay anquilosamiento, falta soltura.

Y es que no solo se quiere discurrir por el melodrama explotado hasta la saciedad, donde todos los tópicos entran en juego, todos los puñales se lanzan sin concesión y todo es tan manido que no aburre; ya que la función es breve. Incluso, otra vez, gentes del mundo de la interpretación. Esto evidentemente no está firmado por Cassavetes, sino que aspira a dejar suspendidas en el aire sentencias propias del cine de los cuarenta; pero aquí no están ni Borgart, ni Bacall (y otras tantas parejas célebres) y, si lo estuvieran, lo juzgaríamos caduco y relamido.

Por otra parte, resulta un tanto engañoso el contexto semanasantero, pues, aunque Héctor salga como nazareno en una de las procesiones, y se vista como tal delante de nosotros, no parece una manifestación de fervor religioso que contraste con sus vicios: toda esa amalgama de amantes y esa forma tan amarga de hablar de su hija, confesando, además, que no debieron adoptarla. No vale más que para descubrirnos otro ejemplo de banalidad, de pose, dentro de unos ambientes donde también prima cierto elitismo de la cofradía. Es decir, de nada nos sirve, si únicamente es una excusa para emplear macabramente su cíngulo.

Se echa de menos el requiebro, lo tangencial, lo elidido; principalmente porque la gran revelación final sobre esa adolescente decaída, que ha tenido la fuerza para escribir una carta definitoria, implica rizar mucho el rizo del conflicto, y embarulla el encuentro para derivar en el thriller. Es el cuidado, la mesura en la búsqueda del clímax lo que no se alcanza con coherencia.

Al final, Sobre el caparazón de las tortugas termina encerrado en el esquema preestablecido para darnos, encima, todas las explicaciones requeridas como si no fuéramos capaces de inducir las causas por nosotros mismos. El ansia por llenar el silencio y arrastrar toda la inquina en una pieza de apenas setenta y cinco minutos nos deja con la sensación de que ya hemos visto eso demasiadas veces.

Sobre el caparazón de las tortugas

Autor: Ignasi Vidal

Dirección: Susana Hornos

Reparto: Raquel Pérez y Nacho Guerreros

Iluminación: Sergio Aguilera Peral

Espacio sonoro: Susana Hornos

Escenografía: Anselmo Gervolés

Producción: Jesús Cisneros

Luminotécnico: Sergio Aguilera

Maquinaria y regiduría: Gabriela Cobos Aroca

Ayudante de dirección: Candela Arestegui

Coordinación de vestuario: Yolanda Arestegui

Construcción de decorados: Luis Bariego

Transportes: Miguel Ángel Ocaña

Diseño gráfico: José Miguel Stellutti / María La Cartelera

Prensa y comunicación: María Díaz http://www.mariadiaz.eu

Producción asociada: Juan Manuel Álvarez y Mónica Salinas (Dentalram)

Distribución y gira: Isabel Rufino

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 23 de abril de 2023

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