Ignasi Vidal escribe y dirige esta premiada historia sobre tres desempleados el día que cambiará sus vidas
Entre los principios que debe cumplir un texto literario que aspire internamente a la verosimilitud está la coherencia. El plan, la obra escrita por Ignasi Vidal, posee muchas virtudes que luego detallaré, pero contiene, también, un pecado que lo rebaja del sobresaliente al notable. En concreto, la incoherencia radica fundamentalmente en el hiato que se establece entre el propio devenir de la función y el desenlace; donde se revela un hecho que, sin exponerlo aquí, sería creíble si el personaje responsable de tal impacto hubiera ofrecido un perfil que se pudiera denominar humano, incluso, en sus versiones más psicopáticas. Otro aspecto que redunda en la falta de verosimilitud es el hecho de que se quieran concentrar en una misma mañana de un día cualquiera ─pareciera que la imposición de las tres unidades sigue vigente─ acontecimientos trascendentales a cada uno de los personajes. Ellos, una terna de parados, antiguos compañeros de una fábrica que echó el cierre y que cuentan con una amistad de más de quince años, se reúnen habitualmente y hoy tienen un plan con otros colegas. En un principio, quedan, como en otras ocasiones, en casa de Paco, un Javier Navares, síntesis del desempleado perpetuamente agobiado, ya sea por su obsesión por el orden, la limpieza o la puntualidad; o por ese estrés que lo inunda hasta la impotencia. Un personaje que es llevado a escena con profunda constancia de su nerviosismo. Allí aparece Ramón, el tipo que verdaderamente nos subyuga y que Chema del Barco interpreta de forma sublime, con una capacidad para engrandecer la obra extraordinaria. Él representa la otra cara de la moneda; cuando está intranquilo, se muestra externamente sereno. Su manera de hablar es pura ocurrencia concatenada. Igual se le antoja beberse una cerveza, o dos, a las diez de la mañana mientras come pipas, que diserta sobre sus teorías psicológicas favoritas extraídas de un libro que se está leyendo. Finalmente, llega Andrade, que con su acento y expresiones gallegas, Manuel Baqueiro consigue romper la dinámica bronca de sus amigos; él se encaja en el estereotipo del pachorra, que el actor configura con solidez y retranca. Una vez que están los tres reunidos es cuando la comedia de situación se embrolla. Lo que podría funcionar en una serie televisiva, donde cada capítulo se ocupara primordialmente de cada uno, aquí se concentra en apenas hora y media. Y los hechos no podrían alcanzar más trascendencia de la que ya tienen. Andrade se reencuentra con su madre después de treinta años, Paco descubre que su novia le pone los cuernos y Ramón, quien ha decidido contarles su plan para robar en una joyería, nos concita a un final que, como ya he comentado, puede ser realista, aunque no me parece coherente con el proceder de la función y sus consecuciones lógicas; es decir, el personaje no está perfilado con la congruencia suficiente. El público rehúye tal hecho, tras la tremenda revelación, y aplaude con furor. Parece que Ignasi Vidal se ha visto sometido por el horror vacui y ha cargado su texto más de lo debido, precisamente porque lo ha querido escorar hacia la comedia, cuando la mayor parte del tiempo funciona el drama agridulce y el sarcasmo negro que trasluce la podredumbre de su vidas desdichadas. Establece un humor que se desarrolla a través de chispazos de lindezas insólitas que derivan, a veces, hacia un absurdo vitalista. Esta profusión de acaecimientos diluye, en parte, esa sensación que nos debe ofrecer El plan, consistente en la abulia en la que caen muchos de estos parados, esos momentos en los que ni siquiera se pueden preguntar sobre sus sueños perdidos, porque seguramente ni han tenido tiempo de planteárselos; abocados desde jóvenes al tajo y a la supervivencia. Lo trascendental, por lo tanto, proviene no solo de esa desesperanzadora visión de su futuro nebuloso, sino de la lectura de sus vidas, ahora que han pasado los cuarenta y que se ven en un mundo en el que no se dan las condiciones de posibilidad necesarias para reinventarse (por mucho que se repita hasta el hartazgo aquello de que si quieres puedes). La gran baza del autor está en el lenguaje, en unos diálogos cincelados al detalle, sorpresivos y ágiles, en los que permean las personalidades de estos tres amigos. Es con ese agolpamiento de emociones encontradas bajo la compenetración de unos individuos que se reconocen mutuamente, donde encontramos el fulgor que sostiene a El plan, premiada en el 2015 en los Premios Godoff como mejor obra. Un sabor a existencialismo obrero, asiéndose a la cotidianidad y al autoconvencimiento de que pueden seguir adelante. Un sabor, ya lo descubrirá el espectador, a un desolador nihilismo.
Autoría y dirección: Ignasi Vidal
Reparto: Manuel Baqueiro, Javier Navares y Chema del Barco
Espacio escénico: Ignasi Vidal
Música original: Marc Álvarez
Diseño de iluminación: Sergio Gracia
Efectos sonoros: Carlos Benito «Tiri»
Ayudante de dirección: Antonio Rincón-Cano
Producción: Uroboro Producción
El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)
Hasta el 23 de octubre de 2016
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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