Coronada y el toro, de Francisco Nieva, dirigida por Rakel Camacho; y La madre de Frankenstein, adaptación de la novela de Almudena Grandes, sobresalen en un año teatral que ha mostrado decenas de propuestas carentes de atrevimiento
Convengamos en que es agotador seguir cada año hablando de la crisis del teatro, de la precariedad, de la censura y, ahora, de los concejales de algún partido extremo que demandan otros contenidos. Pero es que resulta muy difícil descubrir espectáculos que no redunden en la insignificancia y que no ansíen complacer a un público que, reconozcámoslo, cada vez es más escaso y menos exigente.
Con mi alter ego Kritilo he deglutido ciento cuarenta montajes este 2023, la cantidad, qué quieren, también es importante, para que no se piensen que se elaboran los dictámenes con cuatro piezas sin más. Me he regocijado, ante todo, con la visión rompedora de Rakel Camacho a la hora de versionar a Francisco Nieva con su Coronada y el toro. Una obra que recoge de manera grotesca la zafiedad del folclore español para esputárselo a los espectadores del presente, quienes, en este caldo de nihilismo, se ven influidos por nuevas formas de expresión desabrida en las redes. Sigue leyendo



Ha encontrado Lluís Homar un equilibrio, diría que fetén, entre esos espectáculos que trabajan con jóvenes que se suelen escorar más hacia el gusto adolescente; y aquellos otros en los que encarnan a personajes demasiado maduros. Este tipo de propuestas revitaliza el desenfado que habíamos observado en convocatorias anteriores, como en 


