El desconocido

Laura Garmo traslada la adaptación de esta novela de Carmen Kurtz sobre la desconexión amorosa de una pareja en los años cincuenta

Foto de Javier Naval

La novela de Carmen Kurtz (1911-1999), El desconocido, con la que consiguió el Premio Planeta en 1956 (entonces todavía guardaba prestigio), posee modernidad tanto en la forma como en el contenido. El fragmentarismo, las analepsis o el atisbo del monólogo interior benefician a un argumento que bebe temáticamente de aquel tedium vitae que padecieron Emma Bovary o Ana Ozores; pero que se introduce en las complejidades de los años cincuenta en España. A ello se le añaden las citas de la Odisea, pues el referente de Penélope esperando el regreso de Ulises ofrecen un paralelo estimable. Sigue leyendo

Las pequeñas mudanzas

Vanessa Espín plantea un diálogo con Tirso de Molina para trazar su propia autoficción en el Teatro de la Comedia

Foto de Sergio Parra

Desconozco si en las próximas temporadas, ya que se ha cambiado al equipo directivo de la institución, se va a mantener esta propuesta de «diálogo contemporáneo» con las obras clásicas. Porque no parece que haya el más mínimo criterio, y se usa para hablar de «lo mío» (otro ejemplo, muy similar, fue La fortaleza, de Lucía Carballal). Los autores auriseculares pretendían acogerse a valores pretendidamente universales, nuestras dramaturgas se pirran por la autoficción. Ya lo afirma la propia Vanessa Espín en su libreto nada más comenzar: «El que era director de esta casa me dijo que yo podía hacer lo que me saliera del coño» (puro romance asonante). Lluís Homar se lo debió comentar a nuestra directora, mientras ejercía de ayudante en El gran teatro del mundo. Ya está dicho, todo debe quedar en «casa» (la de todos, el INAEM). En cualquier caso, continuamos dramatúrgicamente con un tema que se han impuesto en las autoras de estos últimos años: la búsqueda del padre (otro ejemplo sería Casting Lear, de Andrea Jiménez). Sigue leyendo

Es peligroso asomarse al exterior

Esta comedia burguesa de Enrique Jardiel Poncela apenas representada revive en el Teatro Español con la dirección de Pilar Massa

Es peligroso asomarse al exterior - Foto de Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

No ha tenido revisión prácticamente esta obra desde que se estrenó en 1942, con gran éxito, por cierto, en el Teatro de la Comedia, con la que alcanzó las ciento veintitrés representaciones. Versión cómica de Marcela o ¿a cuál de los tres?, de Bretón de los Herreros. Por lo visto, el dramaturgo tenía la intención (osadía, pienso) de ajustarse a los principios de Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación, por aquello, se supone, de que «nadie es como es: cada cual es como lo ven los demás». Es peligroso asomarse al exterior (como podía leerse en los vagones de tren) se presenta con unas premisas iniciales más que sugerentes; aunque, como veremos, todo se desbarata como en aquellas cintas de los hermanos Marx, cuando la pelea y el tumulto desembocaban en el caos. Sigue leyendo

Un animal en mi almohada

Vanessa Espín traza un breve y poetizado drama con aires lorquianos sobre una mujer maltratada

Un animal en mi almohada - FotoNo sé si podemos tener en consideración intelectualmente a una dramaturga que toma para sí la siguiente afirmación: «La violencia machista mata más que el cáncer. La violencia machista mata más que el terrorismo de ETA». Aceptar comparación tan espuria puede indicarnos por qué se discurre en esta obra de la manera que lo hace. Es decir, no intentar comprender las implicaciones sociales, culturales, económicas, biológicas, legales, morales y políticas del hecho para atinar con la solución más precisa.

Viene esta propuesta, estrenada hace unos pocos años, a sumarse a una serie de montajes cargados de buenas intenciones, con pretensión de denuncia en relación a la violencia ejercida contra las mujeres en el ámbito familiar. Piezas que se ofuscan tanto en el límpido objetivo, que terminan por ser enormemente simplificadoras. Me refiero, por ejemplo, a Ana, también a nosotros nos llevará el olvido o El grito, con las que encuentro similitudes dramatúrgicas y éticas. Sigue leyendo

El Golem

Con esta obra que dirige Alfredo Sanzol en el Teatro María Guerrero, Juan Mayorga alcanza su cumbre como autor dramático. Su texto se adentra por los meandros de la conciencia y el lenguaje en una atmósfera onírica

El Golem - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Observar cómo un gran dramaturgo se atreve a ir más allá en su concepción artística es fascinante. Juan Mayorga ha escrito un viaje hacia esas áreas del cerebro donde presumimos que se asienta la gramática profunda con la que nacemos, y donde vamos haciéndonos con el lenguaje que nos han hecho aprender y con el que luego alcanzamos el pensamiento de nosotros mismos. Asistimos a una compleja función, donde el espectador se sentirá inerme y saldrá de la sala confuso ante tales parlamentos de carácter filosófico. Pero la clave está en considerar que el dramaturgo nos remite a la propia conciencia de la protagonista y que, por lo tanto, todo lo que ocurra abre diversas posibilidades; pues solo podemos apoyarnos en su onírica manifestación. Otras de las claves que puede emplear el público en su exégesis consisten en tomar lo observado como una alegoría, por un lado; y, por otra parte, en acoger el pensamiento posthumano. A ello, añadamos como referencia inequívoca el mundo borgiano y, concretamente, su poemario El otro, el mismo (1964), donde aparecen los textos «El Golem» y, no lo olvidemos, «Spinoza», un filósofo que debemos tener en cuenta; puesto que la pulsión ateísta y mecanicista está en esta obra, donde un tal Matemático, ha creado todo aquel lugar. Sigue leyendo

El bar que se tragó a todos los españoles

Alfredo Sanzol crea una de sus obras más profundas y compactas para biografiar tanto a su padre, un ex cura, como a España

Foto de Luz Soria

La última obra de Alfredo Sanzol se sitúa entre las mejores y más profundas de sus creaciones, y podemos relacionarla claramente con otro de sus importantes hitos: La calma mágica, un texto que parte del padre fallecido. Lo que observamos, entonces, sobre las tablas del Teatro Valle-Inclán, bien puede tomarse como una precuela de aquel doloroso acontecimiento. Pienso que el dramaturgo ha atravesado una etapa marcada por la hipersensibilización, por el humor más amable, matizado respecto de sus esplendorosos comienzos, que le han propiciado éxito de crítica y de público, que le han deparado una serie de premios y que lo han llevado, finalmente, gracias a todas sus andanzas, a dirigir el CDN. Con La respiración, con La ternura y con La valentía, me había desencantado con un autor admirable; pero ahora con El bar que se tragó a todos los españoles percibo que se aúna su parte más punzante, su agudeza en el relato paradójico y su análisis de nuestras costumbres. Ha creado una magna obra, algo sobredimensionada, como vamos a ver, que deambula por el neorealismo con toques mágicos, con esos vaivenes de metateatralidad y de autoficción que se disponen en una aventura, que nos hace pensar en las road movies americanas; aunque termine por decirnos mucho de nosotros y de nuestro pasado. Cuando uno cuenta con una peripecia así en su familia, realmente está obligado a contarla. Resulta que al padre de Alfredo Sanzol, navarro como él, lo mandaron para el seminario con doce años para que, con el tiempo, se pudiera ordenar sacerdote, como así ocurrió. Sigue leyendo

Mi película italiana

La dramaturga Rocío Bello firma esta historia familiar que deambula entre el sarcasmo y el tenebrismo

Foto de Sergio Parra

De por qué se llama Mi película italiana nos enteramos bien pronto; a través de ese preludio tan prometedor con Camila Viyuela, que hace de nieta, en la dulce expresión de su relato descriptivo (que después se abandone este procedimiento es de agradecer), primeramente, idealizado; luego veraz. Rocío Bello, la dramaturga gallega, se ha montado en su cabeza una de Visconti o de Rossellini o de De Sica o de Pasolini (aunque también hubiera podido ser Berlanga o de Ferreri con Azcona mediante). Crear una atmósfera macilenta y satírica, lucense y onírica, costumbrista y esperpéntica era un reto que se logra a medias. Porque en la disposición de la trama en los primeros compases, uno atisba un tono y un ritmo; a continuación, este se diluye por vericuetos más prosaicos. El centro de atención sobre el que gira el montaje es Anna (por la Magnani), una Teresa Lozano tan aviesa como repelente; tan puntillosa en el control de sus hijas que resulta mutiladora de cualquier emancipación madura. Ni por asomo me la figuré como una mamma italiana; sino como a una señora gallega (aquí no hay acentos porque estamos en clave fabulística) que más me la creo como una Carmen Sotillo algo harta de cuidar a su marido y con ganas de tener libertad ―si es que esta no es un abismo una vez llegue el momento―. Sigue leyendo

La ternura

Parodia basada en las comedias de Shakespeare con un enredo sobre leñadores y princesas

Vuelve Alfredo Sanzol por los fueros donde mejor se desenvuelve. Y es que la seña primordial del dramaturgo navarro es su peculiar veta humorística, que vendría caracterizada por el desparrame, por la exageración y por el choque abrupto dentro de una situación habitual. Así comenzó su auténtico éxito en el 2008 con Sí, pero no lo soy, una obra descacharrante en la que se inmiscuía en las cotidianas rarezas de nuestro mundo contemporáneo; iba del particularismo local al azote general con auténtica destreza. En esta misma línea —bajo la estructura de sketchs engarzados—, presentó Días estupendos, concentrada en las aventuras veraniegas de unos jóvenes en un ambiente que termina por ser entrañable. A estas debemos sumar Delicadas y En la luna, con las que cerraríamos esta etapa marcada por su afán a la hora de interrelacionar historias con ese humor tan característico, que ha mantenido en trabajos posteriores cuando ha emprendido tramas con desarrollos más lineales, apartados de lo poliédrico (Aventura! o La calma mágica). Sigue leyendo

Mármol

Un melodrama fantasioso y romanticoide sobre las crisis existenciales de la clase media alta

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Foto de Moisés Fernández Acosta

Parece claro, si ponemos de nuestra parte, adonde nos quiere llevar el texto escrito por Marina Carr: cumplir con tus deseos, aunque esto suponga romper con todo. Para llegar aquí se nos presentan, inicialmente, dos individuos, puro y brandy bien engarzados entre las falanges, vestidos de traje; pongamos que deben ser dos ejecutivos comiendo y que, además, son amigos. Art, el personaje que interpreta Pepe Viyuela, comenta con normalidad y, también, con cierto detallismo, que ha soñado con la mujer de Ben, a la que hace mucho tiempo que no ve (llega, incluso, a afirmar que si la viera por la calle no la reconocería). Él ha dejado que su ensoñación se la muestre rubia y esplendorosa, dispuesta para el tórrido desenfreno. Lo curioso es que la propia Catherine ha tenido el mismo sueño. Y lo que podría ser una simple coincidencia, propicia para desencadenar una agitación de las costumbres y los principios, se arrastra hasta el terreno de la fantasía romanticoide; puesto que detrás del primer día, se encadenarán los siguientes, en una especie de vida paralela y adúltera en un cosmos onírico, donde les espera una exótica suite forrada de mármol. Sigue leyendo