Mármol

Un melodrama fantasioso y romanticoide sobre las crisis existenciales de la clase media alta

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Foto de Moisés Fernández Acosta

Parece claro, si ponemos de nuestra parte, adonde nos quiere llevar el texto escrito por Marina Carr: cumplir con tus deseos, aunque esto suponga romper con todo. Para llegar aquí se nos presentan, inicialmente, dos individuos, puro y brandy bien engarzados entre las falanges, vestidos de traje; pongamos que deben ser dos ejecutivos comiendo y que, además, son amigos. Art, el personaje que interpreta Pepe Viyuela, comenta con normalidad y, también, con cierto detallismo, que ha soñado con la mujer de Ben, a la que hace mucho tiempo que no ve (llega, incluso, a afirmar que si la viera por la calle no la reconocería). Él ha dejado que su ensoñación se la muestre rubia y esplendorosa, dispuesta para el tórrido desenfreno. Lo curioso es que la propia Catherine ha tenido el mismo sueño. Y lo que podría ser una simple coincidencia, propicia para desencadenar una agitación de las costumbres y los principios, se arrastra hasta el terreno de la fantasía romanticoide; puesto que detrás del primer día, se encadenarán los siguientes, en una especie de vida paralela y adúltera en un cosmos onírico, donde les espera una exótica suite forrada de mármol. Así pues, siguiendo con la propia etimología (del griego mármero), se dejarán deslumbrar por el brillo, para anidar un anhelo que los expulse de la rutina y los lance hacia la pasión que dé sentido a su devenir. Contado así puede que suene a novela de Danielle Steele, si no fuera porque la dramaturga irlandesa nos ofrece un atisbo de discurso existencialista, desde luego que valdría para la tarde de un sábado cualquiera en Antena 3. ¿Es aceptable literariamente tal grado de inverosimilitud? ¿Jugamos a la fantasía, al realismo o a ambos? ¿Cómo podemos tragarnos, sin caer en el surrealismo, que sueñen lo mismo cada noche? Alguno puede responder que es ficción. Bien, pues, internamente, resulta increíble; entre otras cosas, porque las parejas de los somnoamantes se lo toman como un hecho posible en nuestro mundo de física cuántica. El asunto, no vamos a desvelarlo completamente, avanza como si fuera una oportunidad real de cambiar su cotidianidad, de apartar al marido o a la esposa y a los hijos, y materializar el susodicho sueño o, como se pregunta el director Antonio C. Guijosa en el programa de mano: «¿Es posible alcanzar lo sublime?». Todo ello, como ya se ha comentado, para reflexionar sobre la abulia de la existencia moderna, de los compromisos, de las reglas, de la responsabilidad. Entonces, ¿por qué no dar rienda suelta a la imaginación y mandar todo a tomar por saco? Al fin y al cabo son individuos con posibles. La clase media americana hace décadas que nos ha demostrado en qué consiste. ¿Qué podemos sacar en claro de esta función? Pues que los actores hacen lo que pueden con el papel que les ha tocado. Viyuela cumple con evidente soltura, aunque le faltaría más testosterona de profesional con éxito, al igual que José Luis Alcobendas. No parecen vivir en esa vida acelerada y rutinaria que descoyunta las familias. Susana Hernández, Anne, la mujer de Art, se lleva el personaje más normal, se manifiesta con seguridad, como alguien maduro al que no le perturban cuestiones menores, alguien que combina el estoicismo con un alcohólico hedonismo. Finalmente, Elena González, debe lidiar con Catherine, una mujer agarrada al sueño como la única tabla de salvación; su modo de actuar lleva a la actriz a los albores de la alucinación y no termina de manifestar confianza dramática en su expresividad. Todos ellos se mueven sobre la escenografía diseñada por Mónica Teijeiro; ha montado diferentes niveles, como escalones de cemento, en contraste con el imaginario mármol, que permiten algún juego de luces y sombras propiciadas por la iluminación de Daniel Checa. Otra cuestión es el vestuario, con lo fácil que es variar la indumentaria a los personajes ─y suponemos que se cuenta con un presupuesto decente─ para representar el paso del tiempo, aquí parece que estas esposas de la clase media alta no tienen el armario a rebosar. Sí se puede destacar la dirección de Antonio C. Guijosa; ha manejado bien las transiciones entre las escenas y ello ha favorecido la fluidez de la trama. Quizás algún espectador, entre las diversas explicaciones de los personajes de cómo se sienten y de lo que les gustaría que fueran el resto de los días, encuentre alguna tímida reflexión sobre los ritmos urbanos, nuestro adocenamiento, el olvido de lo auténticamente valioso, etc.

Mármol

Autora: Marina Carr

Traducción: Antonio C. Guijosa y Marta I. Moreno

Dirección: Antonio C. Guijosa

Reparto: José Luis Alcobendas, Elena González, Susana Hernández y Pepe Viyuela

Escenografía: Mónica Teijeiro

Iluminación: Daniel Checa

Vestuario: María Luisa Engel

Sonido: Mar Navarro

Ayudante de dirección: Lucía Fernández

Asistente de dirección: Esther Tablas

Diseño cartel: ByG / Isidro Ferrer

Fotos: Moisés Fernández Acosta

Producción: El Vodevil con Iria Producciones y Serena Producciones

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 30 de diciembre de 2016

Calificación: ♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso.

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