Lluís Homar ha dejado que su elenco de jóvenes, dentro de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, festejen a Lope. En su comedia se pone en tela de juicio el matrimonio entre ancianos y jóvenes
Ha encontrado Lluís Homar un equilibrio, diría que fetén, entre esos espectáculos que trabajan con jóvenes que se suelen escorar más hacia el gusto adolescente; y aquellos otros en los que encarnan a personajes demasiado maduros. Este tipo de propuestas revitaliza el desenfado que habíamos observado en convocatorias anteriores, como en La villana de Getafe, que dirigió Roberto Cerdá; o en La dama boba, que emprendió Sanzol. Ambas de Lope. Sigue leyendo
Afirmar que esta obra es un tríptico o que encierra tres piezas en una, puede ser una manera respetuosa de honrar a un gran autor; no obstante, también podríamos considerar que es un texto sin la debida cohesión y que es un pastiche incongruente. Ni drama histórico, ni de santos, ni comedia metateatral. De todo esto hay; aunque cada parte va por separado sin que se imbriquen como un conjunto orgánico. Si, además, lo que debiera ser verdaderamente humorístico, pegado a lo popular, queda un poco finolis; pues tendremos que fijarnos en otros elementos más destacables. No será tampoco la escenografía de Jose Novoa, fría como la propia dramaturgia y que, en su insignificancia, pues no quiere disuadirnos con objetos accesorios, termina por destinar a los personajes-espectadores a un lugar tan bajo como poco visible.
La edición número diecinueve del Festival Clásicos en Alcalá se inaugura con esta propuesta de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ya fue presentada la temporada anterior en el Teatro de la Comedia. Un montaje que ante todo nos gana por el ambiente que se propicia y que es fundamental para que nos adentremos en una colección de textos clásicos universales (fundamentalmente del XVI y del XVII) y que son bien conocidos. Para un grupo reducido de privilegiados espectadores, sentados en larguísimas mesas que, a su vez, se sitúan sobre el escenario del Teatro Salón Cervantes, acompañados de los seis anfitriones que se van a transformar en múltiples personajes que aparecerán y se difuminarán para mutarse en otros y en otros más. Seremos, por tanto, comensales a la vera de una copa de vino para brindar por la imaginación; pues esta es el rasgo definitorio del ser humano. Ya que el espectáculo está inspirado en la obra La especie fabuladora, de Nancy Huston. En la persuasión que supone sentarse junto a los intérpretes, que te susurren versos al oído, que se paseen con enjundia por encima de esos enormes tablones esquivando jarras y vasos, está un encanto que apenas decae en algunos momentos. Concretamente al actor Aleix Melé, le ha tocado la ingrata tarea de ser el «interruptor» oficial, el aguafiestas que rompe la magia de las declamaciones, para realizar un homenaje emotivo de las invenciones que se le ocurrían a su abuelo ―testigo de acontecimientos célebres sucedidos a miembros de la Generación del 27―. 


