El entusiasmo

Pablo Remón se acoge al costumbrismo posmoderno para discurrir sobre la crisis de los urbanitas cuarentañeros en el Teatro María Guerrero

Foto de Geraldine Leloutre

En su anterior proyecto, Vania x Vania, Pablo Remón dispuso una dramaturgia sobre el clásico de Chéjov realmente especular, que le permitió trabajar sobre cuestiones existenciales del presente. Ahora regresa a una línea de trabajo que nos conecta casi con sus comienzos como dramaturgo en 40 años de paz. O sea, exprimir la narración frente a un micrófono en la casi soledad. Ahí el autor luce su pujanza y, sobre todo, esa ironía recursiva que tan bien maneja y que tanto atrae al público coetáneo matritense. No obstante, para presentarse en todo un Teatro María Guerrero ha sido bastante conservador en su argumento. Las derivas fantasiosas y enloquecidas, los vericuetos de estupefacción, que descubríamos en otras de sus creaciones, véase El tratamiento, aquí resultan más escuetas; aunque siguen formando parte de sus herramientas más afinadas y características.

La ausencia de pulsión política nos deja una obra de costumbrismo posmoderno, que, si no fuera por lo aderezos culturetas y algunos procedimientos técnicos, el asunto discurriría por diversos lugares comunes. La estela de Sanzol sigue alargada y percibo la impronta de Pantomima Full, y los tragos acibarados de Alberto Olmos en sus crónicas de aire biográfico en El Confidencial, cuando evidencia todas las movidas de padre de dos criaturas en un barrio de la periferia, Carabanchel. Lo moderno, lo castizo, el existencialismo, el propósito vital (resuena el élan vital de Bergson)… Son aspectos personales, biográficos que había espolvoreado con mucho ingenio en Doña Rosita, anotada, al hilo de Lorca en un diálogo fértil. Hace poco me refería a Los días perfectos, la versión teatral de la novela de Jacobo Bergareche sobre la crisis matrimonial de un cuarentañero con vástagos.

Debemos tomar a Francesco Carril como el álter ego con el que Pablo Remón piensa; además, lo hacen con él otros dramaturgos y directores de cine y de series, posee el encanto de la normalidad, la confiada bonhomía en la expresión y el saber decir inteligente. Le queda bien ese patetismo contra el que lucha, esa búsqueda del entusiasmo, ese revulsivo que le haga recuperar el ímpetu abandonado para criar a unos hijos. No hace mucho, alguien como él hubiera tenido más tiempo para escribir, pues su mujer hubiera comprendido que él tenía un destino propio. Ahora el sueño se reparte de manera equilibrada. La batalla por los chiquipuntos es un videojuego cruento en las parejas. El cansancio y el onirismo perpetuos durante esos primeros años transforma el cerebro y el estado de conciencia. Toni, quiere volver a la escritura, es profesor en la universidad; pero eso no es suficiente. Se envuelve en filósofos postmodernos franceses como Derrida, tontea con Lacan y cita a Hegel sin entenderlo un ápice. Marco Aurelio vendrá en su auxilio como una galletita de la suerte. Su primer libro, un volumen de cuentos, pasó inadvertido. Curiosamente, tiene un contrato con Anagrama ─será en su cabeza, he de imaginar─. Especulo con que su yo interno intuye, como sabemos algunos, que Anagrama ya «no existe», como tampoco «existe» el lector de Anagrama. Se siente bloqueado, es un quiero y no puedo, necesita imperiosamente que por ahí discurra la espita de su esperanza. Lo terrible es que su vida ya es mediocre.

Una de las mejores metáforas que se exponen en esta función es el símbolo «Zaragoza». La ciudad neutra. Como inicialmente se presenta la escenografía de Monica Boromello, con esos paneles de aglomerado marrón, mientras originalmente se desplaza una plataforma con diferentes objetos ─una planta de plástico regalada por la suegra─. Luego llegará el insignificante naturalismo de un piso estándar actual. Tiene sentido y es correcto el concepto. Ni el aura del provinciano, ni la feria de las vanidades en la capital del reino. Toni es zaragozano, acude al psicólogo y este no sabe qué hacer con él más que darle un bofetón. El padre ingeniero, de poco arranque y cariño, con su jota reverberando como un exabrupto de jubileta, es una sombra de inquietud.

Por su parte, Olivia nos entrega a una Natalia Hernández que impone un tono de monotonía muy pertinente. No es ella quien busca el entusiasmo. A ella le duele Sanchinarro, otro lugar anodino. Cuidar a sus chiquillos también la ha empujado a esa impresión de irrealidad que provocan las discusiones con su partenaire. De hecho, hacia el final, en una sugestiva disposición de los intérpretes, la bronca se duplica, el movimiento se vuelve explosivo y la distorsión los concita en la insensatez. Eso es lo que hay. Ella asume su vida corriente como periodista sin ambiciones en El País. Todo está cumplido, sin embargo, el tedio azuza.

En otra dimensión, Marina Salas se encarna en múltiples individuos (casi todos ficticios) con somero encanto. Ella carga con el prólogo ─demasiado extenso e insolvente, sobre todo, si a continuación se propende con otra alocución─ al ritmo espídico de reloj de «Dream Baby Dream», de Suicide. Apenas un ejemplo de las fantasías de nuestro protagonista, una peripecia de otro futuro vulgar ─un avión lleva el mensaje: «Nos estafan»─, acogido por Raúl Prieto, quien después tomará el papel de sicólogo y de hermano, para dar réplicas ingeniosas y con gran apostura.

Parece claro que es un texto que requeriría una poda importante. No veo la necesidad de tanta recursividad. La escena de la madre de Olivia contándonos al completo la película sobre la Toscana a todas luces sobra. Es un error y diluye la atmósfera que se percibe en la conclusión. Podemos concluir que los espectadores que ronden estas circunstancias se verán cómicamente interpelados en ese patetismo. Reconozcamos que tiene bastantes momentos divertidos y que se introduce el estilete con un sarcasmo pertinaz. Nuevamente, esos aspirantes a clase media se estampan contra su propio engreimiento. No hay nada como transformar la mediocridad en aurea mediocritas. Todo es ponerse.

El entusiasmo

Texto y dirección: Pablo Remón

Reparto: Francesco Carril, Natalia Hernández, Raúl Prieto y Marina Salas

Escenografía: Monica Boromello

Iluminación: David Picazo

Vestuario: Ana López Cobos

Sonido: Sandra Vicente

Ayudante de dirección: Juan Ollero

Ayudante de escenografía: María Abad

Ayudante de iluminación: Daniel Aranda

Ayudante de vestuario: Sara Sánchez de la Morena

Ayudante de sonido: Pablo de la Huerga

Diseño de cartel: Emilio Lorente

Tráiler: Macarena Díaz

Fotografía: Geraldine Leloutre

Equipo Kamikaze

Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada

Dirección técnica: Está por ver

Producción ejecutiva: Pablo Ramos

Ayudante de producción: Anastasia Shchelkanova

Producción: Centro Dramático Nacional y Teatro Kamikaze

Distribución: Caterina Muñoz Luceño

Teatro María Guerrero (Madrid)

Hasta el 28 de diciembre de 2025

Calificación: ♦♦♦

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