El Brujo se enfrasca de nuevo con los mitos clásicos para trazar una genealogía divertida en el Teatro Bellas Artes

Todo permanece igual. Aquellos mitos y nuestro presente, nuestro devenir y el mismo Brujo. Solo queda poner el espejo, cóncavo, a ser posible, e ironizar cínicamente sobre el absurdo de la vida como si fuéramos Sísifo; pero divirtiéndonos de esta miseria fascinante. Acojámonos a la imaginación y a todos esos mundos posibles que brinda la fantasía y que, a la postre, quedan impresos en los genes. El magnetismo de este artista sigue incólume. ¿A quién se recibe con aplausos antes de que comience su monólogo? ¿Quién es capaz de mantener al público encandilado de principio a fin? La risa se mantiene a un ritmo constante y las carcajadas elevan el estupor a cada poco. Y miren que insiste con los mismos procedimientos, y repitiendo bailecitos y gestos sobre pezoncitos revoltosos para describir a las féminas, y que continúa sin dejar títere con cabeza sobre nuestra política patria (de VOX a la Taberna Garibaldi) y hasta ajena (le zumba a Milei). Él es de la secta del perro y está por encima del bien y del mal. Además de su capacidad para permitir que la actualidad permee hacia una obra que siempre está abierta al diálogo satírico con lo que ocurre fuera.
Nuevamente se acoge al concepto de monomito de Joseph Campbell. El estudioso estadounidense que en El héroe de las mil caras nos fue describiendo cómo aquellos seres de los mitos contenían periplos y símbolos similares con distintas tradiciones en diferentes latitudes. De hecho, nuestro actor realiza aquí una especie de antología griega recogiendo. Ahora, también nos hace un refrito, puesto que Edipo rey ya nos lo contó en Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia (estaríamos ante la tercera parte de una trilogía después de Los dioses y Dios). En cualquier caso, parte, como no podía ser de otra manera, del relato dionisiaco y de ahí desparrama con un árbol genealógico tebano. Lo risible está en las descripciones de cada personaje, verdaderas caricaturas. Que igual valen para entes ficticios como para reverberar en celebridades de nuestra sociedad. Así sucede con la fábula del vellocino de oro, que sirve para aproximarnos a la Orden del Toisón de Oro, que condecora a nuestros monarcas. El pobre Jasón quedará como un cabestro en la búsqueda de este carnero alado, antes de que discurramos por Medea, tan sabia, tan bruja y tan filicida.
Convengamos que los espectáculos de Rafael Álvarez suelen ser modestos en su factura; pero esta vez ha llevado su «minimalismo» un paso más allá. Apenas se aposentan, sin mayor atrezo, él y su habitual músico, Javier Alejano, quien vuelve a puntear cada gag y cada vericueto narrativo del maestro. En algún momento, sostiene un sitar, cuando la función transita hacia esas latitudes orientales desde los que se recogen las fuentes primordiales de los protagonistas a los que atendemos. Ya sabemos que el intérprete tiene predilección por la India, como demostró en su propuesta Autobiografía de un yogui. Remitir al Mahabhárata es del todo pertinente, pues es el clásico hindú nos aporta muchas claves sobre los relatos posteriores de nuestro acervo. Epopeya poco leída por nuestros lares, aunque adaptada teatralmente por Peter Brook.
Cuando se adentra en Antígona, en ese seguimiento familiar, la representación se adensa un tanto, pues ha incluido pocas pausas en su barullo argumental. En este sentido, añadir al final, casi como una coda, Hécuba, con recuerdo para la interpretación de Concha Velasco, supone un exceso. Sobre todo, porque es un montaje que abarca demasiado, que discurre con una gran cantidad de datos y de personajes para que «pierda el hilo» y lo retome con su peculiar habilidad.
De todas formas, más allá de que sea un espectáculo menos atractivo, desde el punto de vista estético, a El Brujo hay que contemplarlo una vez al año, por lo menos, para maravillarse con su ingenio didáctico y bufonesco.
Iconos o la exploración del destino
Dirección: Rafael Álvarez
Reparto: Rafael Álvarez, El Brujo
Música en directo: Javier Alejano
Ayudante de dirección: Óscar Adiego
Música original: Javier Alejano
Escenografía: Equipo Escenográfico PEB
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Vestuario: Georgina Moustellier
Producción ejecutiva: Herminia Pascual
Ayudante de producción: Ana Gardeta
Jefe técnico: Oskar Adiego
Fotografía: Jero Morales
Redes sociales: Óscar Larriba y Alicia Díez
Marketing digital: Xatcom
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta 1 de junio de 2025
Calificación: ♦♦♦
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Nunca se me hubiera ocurrido ir al teatro a ver a álguien que se autodenominaba ‘el brujo’. Pero un día coincidió que vi en la TV en ‘Imprescindibles’ un programa, creo que ya empezado, sobre él, y quedé fascinada. Y un día que lo vi anunciado me fui a verlo. Seguí quedando embobada escuchándolo, y viéndolo. Hasta lo que no me gustaba me parecía bien. Es tal la categoría de su voz, de su prosodia, de su simpatía afable, de su presencia, de su gracia y de la emoción de su seriedad, que puede largar lo que sea . Nunca es ofensivo en sus críticas. Creo que últimamente es confuso, sus temas, a los que se sujeta, que antes eran el lazarillo, el quijote, tenían una presencia, mantenían un hilo, y ahora no. Acojo la recomendación de Kritilo de ir por lo menos una vez al año. Resulta insoportable un público que rie desaforadamente a carcajadas y grita , venga a cuento o no. Tendrían que revisar la sonorización del espectáculo. Ayer los primeros 10 minutos, el encargado del volumen no se había asomado al teatro y no se había dado cuenta de que no se oía… luego se empezó a escuchar. Pero hay que vigilar porque las voces son tantas que al final escuchas trozos sí, y otros no… el no, en demasía. Asi que hay que ir subiendo el volumen o pedirle al brujo que no embarulle trozos… lo cual considero dificil, en algo que es una improvisación sobre él mismo. Estoy de acuerdo en que sobra lo de Hécuba. Gracias, Kritilo por tu inteligencia y juicio
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Gracias por tus reflexiones.
Un saludo.
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