Caperucita en Manhattan

Lucía Miranda adapta la novela juvenil de Carmen Martín Gaite en un espectáculo divertido; pero demasiado contemplativo

Foto de Dominik Valvo

La temporada anterior la gente de La tristura «pretendió» acercarse al mundo de Carmen Martín Gaite con Así hablábamos. Hace tiempo, Nieve de Medina, en Carmiña, se había encarnado en la novelista. Ahora, ya adentrados en este 2025, cuando se cumplen cien años de su nacimiento, Lucía Miranda nos presenta Caperucita en Manhattan (luego vendrá El cuarto de atrás). La cuestión es: ¿cómo debemos aproximarnos a un cuentecillo juvenil? ¿Qué conclusión debemos sacar los adultos del meollo narrado? ¿Lo atenderíamos igual si no viniera firmado por una respetada escritora? Convengamos en que, como versión sui géneris del clásico, se aparta enormemente de su referente, no ya de Perrault, si no de la bestialidad de su tradición.

Hoy no faltan en el cine y en la literatura niñas aventureras, que «escapan» de sus padres hiperprotectores o que son capaces de resultar ingeniosísimas. La lista es larga, como puede verse en las bibliotecas o, incluso, en los propios productos Disney. Hay que tener en cuenta que la directora que realizado diferentes espectáculos con su proyecto The Cross Border para adolescentes como Fiesta, fiesta, fiesta. Además de adaptación de La cabeza del dragón, la farsa infantil de Valle-Inclán. Creo que la propuesta presentada en el Teatro de La Abadía está destinada, ante todo, a preadolescentes. Desde mi punto de vista, esta novelilla queda por debajo de Alicia en el País de las Maravillas (mencionada en la obra) o de ya clásicos contemporáneos como Charlie y la fábrica de chocolate, o acaso no deberíamos encontrar concomitancias en la ambición mostrada por Wonka y Edgar Woolf. Quizás deberíamos comenzar por este personaje. En escena, reconozcamos que este papel ─tan importante como debería ser─ no se desarrolla. Se ocupa de él Marcel Mihok, el contrabajista que va dando toques de jazz a la función ─buen detalle─. No se da como tal una gran interpretación, sino que se lanzan las frases para resolver el trance (quedarse con la receta de la tarta de fresas que atesora la familia de la protagonista) y ya casi llegados al desenlace. Sus problemas empresariales son relatados por la narradora del montaje para dejarlo en un visto y no visto. Carolina Yuste, que es una formidable actriz, que ofrece una gran soltura siempre, no define, o no le han exigido definir, su rol. A saber, cuentista que avanza diferentes aspectos de la trama y, a la vez, niña de diez años, muy avispada. Yo ahí veo a una joven, no a una muchachita curiosa e ingenua, que un día le da por pasear sola por Nueva York, que inventa palabras, farfanías, y que dice con frecuencia, con total entusiasmo: «miranfú». La ciudad que nunca duerme, por cierto, tan fundamental en la novela, no se ambienta con demasiado atractivo. Se puede aceptar que las pilas de lavadoras, ideadas por Alessio Meloni, funcionan como juego, como habitáculo de objetos y personas, como escondrijo necesario para ese acceso fantástico a la Estatua de la Libertad (señalada únicamente con su antorcha) y, además, como símbolo de los rascacielos; pero el ruido, la sensación que debe generar en la heroína aquellos escaparates, aquel vaivén de la población y de los coches, incluidos los vericuetos de Central Park (apenas representados con unas tímidas maquetas), no se logra.

Lo mejor, según mi criterio, está en las interpretaciones del resto del elenco. Apoyadas por el vestuario variopinto, pop y «pasteloso» de Anna Tusell. Personajes divertidos, peculiares, que procuran «capítulos» repletos de creatividad. Primeramente, Miriam Montilla, quien hace de madre y de abuela (la estrafalaria Gloria Star, una cantante de music-hall) muestra una enorme capacidad para caracterizar tantas diferencias y desarrollar facetas tan distintas de una y otra. Luego, me ha sorprendido gratamente Carmen Navarro, quien se encarna en multitud de individuos (incluso de un chique; porque ya saben que hay que modernizar hasta la saciedad) demostrando una comicidad sobresaliente. No hay más que verla infundir caos en una grabación de una película ─como ocurre tanto en esa urbe─ y hacer participar al respetable. Con su voz aflautada consigue derivar el asunto con gran ironía y con estilo de comedia de situación. Finalmente, claro, tenemos a la mujer más extraordinaria, una auténtica guía espiritual urbana. Una mendiga, una cínica que desprecia el dinero, llamada Miss Lunatic, que acoge Mamen García con su entrañable presencia, llenando la escena de peculiar bondad, con un discurso libérrimo que me parece que es en sí el auténtico argumento ─casi todo lo demás me parece accesorio─ y que justifica la metáfora magnífica. Ella vive en la célebre estatua, ella calza tropecientos años, ella es un enigma, ella es una superviviente que puede ser ejemplo para Sara Allen. Ese encuentro tan genuino del libro lo es más todavía si la propia actriz se convierte, boina mediante, en el trasunto de Martín Gaite, mientras se nos recuerda en el epílogo que esta fue la primera obra que escribió un lustro después, tras la luctuosa muerte de su hija Marta.

Definitivamente, el enfoque me parece demasiado infantil y un tanto complaciente; insisto en que no se proporciona un contraste lógico y coherente con alguien avieso y malvado. Mr. Woolf, ese multimillonario, dueño de El dulce lobo, la mejor pastelería de Manhattan, debería haber cumplido con su parte. En cualquier caso, ¿qué puede hacer el público adulto con un espectáculo así?

Caperucita en Manhattan

Texto original: Carmen Martín Gaite

Dramaturgia y dirección: Lucía Miranda

Reparto: Mamen García, Miriam Montilla, Carmen Navarro, Carolina Yuste y Marcel Mihok (contrabajista)

Diseño de escenografía y atrezo: Alessio Meloni (AAPEE)

Ayudante de escenografía y atrezo: Mauro Coll (AAPEE)

Taller de realización: Mambo Decorados

Diseño de vestuario: Anna Tusell

Ayudante de vestuario: David DeGea

Confección: Gabriel Besa

Asesoría de caracterización: Sara Álvarez Rodríguez

Ambientación: Marisa Echarren

Pelucas y utilería vestuario: Matías Zanotti

Iluminación: Pedro Yagüe

Ayudante de dirección y coach actoral: Belén de Santiago

Meritoria de dirección: Ares B Fernández

Composición musical: Nacho Bilbao

Diseño de sonido y vídeo: Eduardo López

Diseño gráfico: Sergio de Carlos

Producción: Teatro de La Abadía

Producción ejecutiva: Sarah Reis

Ayudante de producción: José Luis Sendarrubias y Gema Iglesias

Fotografía: Dominik Valvo

Estudiante de escenografía en prácticas: Yaiza Martín

Colabora: Teatre Nacional de Catalunya

Agradecimientos: ABE Abraham Velázquez, Pablo Coll, Sylvia Piotrowski, Luis Sorolla, Henry White, Juan Paños y Ágatha Ruiz de la Prada

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 23 de febrero de 2025

Calificación: ♦♦

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3 comentarios en “Caperucita en Manhattan

  1. Nunca he entendido esa tendencia de hacer que las obras de teatro o las películas duren más de hora y media, por otra parte tan arraigada últimamente. Se suponía que es un valor en sí mismo ser capaz de sintetizar y realmente es difícil que una obra sea tan magnífica y espectacular como para mantener la plena atención y goce durante más de dos horas. También puede ser que sea problema mío porque después de una hora sentada en según qué butacas todo me empieza a doler. En fin. No puedo decir que sea exactamente ese el caso en esta ocasión. El libro no lo había leído así que no tenía que evaluar su adaptación, sólo disfrutar de la representación. Y me pareció entretenida y muy bien interpretada. Coincido con tus apreciaciones sobre las actrices y el actor, aunque el papel de madre tenía una cierta reminiscencia a la «hierbas» de «Aquí no hay quien viva». Miss Lunatic, soberbia y la script, magnífica. El recurso de las lavadoras me pareció ingenioso y práctico. Para las que crecimos viendo películas norteamericanas en las que muchas cosas sucedían en una lavandería pública, cuando aquí no existían aún, es una buena representación de Nueva York. La obra en sí me resultó algo así como un cuadro impresionista y la disfruté por las actuaciones, no tanto por el texto o el hilo argumental. Se demoraba en algunas ocasiones demasiado sin que eso aportara nada nuevo a la idea que se supone que quería transmitir. Para mí, la idea básica era que no había que tener miedo a la vida, pasara lo que pasara.

    Gracias por tu crítica, me ha parecido excelente.

    Un saludo

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