La Celestina

La adaptación de Eduardo Galán rebaja la hondura de este clásico para acogerse a los gustos de un amplio público

La Celestina - Foto¿Es esta adaptación de Eduardo Galán la adecuada para un amplio público sin minusvalorar en exceso el original? Algunos pensarán que sí. Esto implica, necesariamente, un recorte superior al deseable (no voy a venir aquí con el consabido debate sobre el género literario de este clásico; pero es evidente que llevar a escena el texto completo supondría superar las tres horas de función). Amén de ajustar el lenguaje a un vocabulario mucho más cercano y con una pronunciación contemporánea. Más tajo encontramos con los personajes. Como suele ser habitual, el rufián Centurio desaparece, igual que los criados ─sustitutos de los ajusticiados─ Tristán y Sosia; así como Alisa, la madre de Melibea. No queda otro remedio si se anhela concentrar el argumento y emplear un elenco breve.

Desde luego, a la gran protagonista se le ha concedido ─originalidad del versionador─ una presencia mayor, seguramente por aquello de mantener sobre las tablas a la estrella de la función, Anabel Alonso. Esta aparece como un espectro al principio y en el desenlace, junto a Pleberio, restándole a este parte de su planto, o sea, de su patetismo, cuando debe reconocer que no ha sido un buen padre y que no ha estado atento a los peligros del amor juvenil. Probablemente, ambos actores, resulten algo «jóvenes». Sobre todo, él, José Saiz, quien no me parece que nos destine físicamente, por su apostura, al sentimiento necesario. Tampoco entiendo su vestimenta. Que lleve esa levita y ese bastón, pues no encaja con la estética general. En este sentido, creo que Mónica Teijeiro no ha estado acertada. Por contra, su trabajo escenográfico sí que favorece más al aliento de nuestra imaginación, con esos módulos que propician alturas y que movilizan habitáculos con cierta atmósfera laberíntica, que le va excelentemente al montaje. Además, la iluminación de José Manuel Guerra incide en esa oscuridad por la que debemos conducirnos hacia los bajos fondos.

Igualmente, la célebre actriz se muestra demasiado ágil y fresca como para encarnar a esa «vieja puta». Desde luego, ella tiene mucho oficio y se desenvuelve con firmeza, aportando esa ironía que maneja tan bien. Su peculiar voz, además, beneficia la caracterización de este personaje tan avieso. De hecho, uno de los problemas en esta pieza es que se «come» a la pobre Melibea. Tiene su lógica, desde luego; así, Claudia Taboada desarrolla a esa muchacha con una inocencia poco convincente, se echa en falta más complejidad. También es cierto que Antonio C. Guijosa, quien dirige esta propuesta, se ha ajustado con sobriedad a ese espectador común del que hablaba más arriba. No hay más que ver cómo se ha matizado la sordidez y el ludibrio (los amantes se esconden al fondo para entregarse a la pasión). A pesar de que el vicio es totalmente requerido en una obra así, donde el contraste entre estamentos es tan pronunciado. Por eso mismo, no sé cómo tomar a nuestro Calisto. Su enamoramiento debería tener más impostación, más antojo; pues Fernando de Rojas lo va dibujando con una ambición más cínica, propia de un burgués caprichoso. Aquí eso no se distingue en el papel que interpreta Víctor Sáinz; aunque el actor domina su propia técnica.

Pienso que el ambiente prostibulario propicia las mejores interpretaciones. Saiz hace un Sempronio más cachazudo, más verosímil, que se excita con tosquedad cuando visita a Elicia, quien nos deja a una Beatriz Grimaldos con la soltura requerida y su aire sicalíptico. De manera similar, Taboada, cuando encarna a la otra prostituta, Areusa, puede dar rienda suelta a su gestualidad. Más enrevesado es ya de por sí el Pármeno de David Huertas, que logra evolucionarlo, desde el sirviente timorato, criado a los pechos de la «bruja», que exige su parte del botín en la treta urdida para que su señor cumpla con su afán.

Las referencias recientes más logradas siguen siendo la de José Luis Gómez y la de Atalaya. Aquí, en el Teatro Reina Victoria, se aminoran fuertemente las pulsiones más bajas del ser humano y se nos empuja a un desencantado romanticismo.

P.D.: ¿Puede uno quejarse abiertamente de la actitud de una buena parte del público anciano que parece incapaz de apagar su móvil, sin que lo acusen de edadismo? Es tozudez, falta de respeto y de consideración. En la sesión en la que acudí se tuvo que parar la obra durante al menos tres veces; porque sonaba estentóreamente la musiquita de un teléfono. Luego, en distintas zonas de la sala siguieron los pitiditos. La rendición por parte de los teatros comerciales y de las compañías ante estos clientes es vergonzosa, y dice muy poco de su pundonor, de su orgullo como artistas. Es, sencillamente, intolerable.

La Celestina

Autor: Fernando de Rojas

Adaptador: Eduardo Galán

Dirección: Antonio C. Guijosa

Reparto: Anabel Alonso, José Saiz, Víctor Sainz, Claudia Taboada, Beatriz Grimaldos y David Huertas

Diseño de escenografía: Mónica Teijeiro

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra

Diseño de vestuario: Mónica Teijeiro

Música original y espacio sonoro: Manuel Solís

Producción ejecutiva: Secuencia 3

Dirección de producción: Luis Galán

Coordinación técnica: Luis García Sánchez

Coordinación de construcción: Luis Bariego

Comunicación y producción: Beatriz Tovar

Ayudante de producción y comunicación: Borja Galán

Una producción de Secuencia 3, Pentación Espectáculos, Saga Producciones y Teatre Romea.

Teatro Reina Victoria (Madrid)

Hasta el 16 de junio de 2024

Calificación: ♦♦

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