Teatro del Temple elabora un montaje sobre la tragedia de Sófocles con una estética más artesanal
Hace apenas tres meses pudimos asistir a la versión que expuso Declan Donnellan sobre el Edipo, rey, de Sófocles. La idea de hacer permear la reciente pandemia hacia un proyecto inmersivo, donde los espectadores éramos tebanos, resultaba coherente. Es verdad, que esta obra ha tenido diferentes adaptaciones en los últimos años, desde la más sencilla y directa de Sanzol, a la más estetizada de Paco Bezerra y Luis Luque, pasando por el expresionismo futurista de Gabriel Olivares o el humorismo de los portugueses Companhia do Chapitô.
Ahora, Teatro del Temple propone algo más «rústico», más en la línea de Pasolini. Es una visión que, manifestada ahora ─después de pasar por Mérida─ en el Bellas Artes, resulta más genuina, desde luego; pero también más estática, más constreñida escénicamente. Quizás esta sea la mayor pega. No se puede pretender trasladar el mismo andamiaje del teatro romano de la capital extremeña al espacio actual. Y eso que observamos una cantidad de elementos muy favorecedores en esta producción. Desde luego, haber incluido un coro de seis componentes (no puedo especificar quiénes son, pues no encuentro la información pertinente) es un acierto y sus cánticos en el preludio permiten ambientar con gusto un acontecimiento tan sabido como enrevesado. La cuestión es que estos cantantes se ven recluidos en los extremos, detrás de unas sillas un tanto molestas. Es decir, la escenografía de Óscar Sanmartín, que introduce un hogar propio de pueblos nómadas, con veladuras muy apropiadas para obviar las acciones más cruentas, deja poco sitio para el movimiento. Se echa en falta una mayor energía en algunos momentos; como cuando aparece el mensajero que interpreta con cierta comicidad Chavi Bruna (también ocupará el lugar de Tiresias en un tono muy distinto).
Por lo demás, nos encontramos con el rey Edipo, encarnado por Carlos Martín ─responsable de la dirección─, quien se nos puede antojar algo mayor para ese rol, si lo debemos comparar con su madre-esposa Yocasta, interpretada por una Irene Alquezar con poco brío regio. En cualquier caso, nuestro héroe desarrolla su temor y su duda con verdadera credibilidad. Por otro lado, me ha parecido que Alba Gallego, quien hace de ciudadana, narra con mucha elocuencia y aporta una emotividad que no se descubre tanto en su compañero Jacobo Castanera, el otro ciudadano. En otra dimensión se encuentra el Creonte de Félix Martín, quien va ganando poderío según avanza la función e intuye el papel que va a desempeñar en el futuro en esa ciudad. Luego, para apoyar y engrandecer el espectáculo, la música de Gonzalo Alonso refuerza con la percusión y el viento esa tensión que se torna débil en algunos diálogos. Además, por supuesto, de que es enormemente lógico su tono folclórico con la estética general. Como así lo es también el vestuario de Ana Sanagustín, muy sencillo y cuidadoso en los detalles, algunos tan llamativos como el sombrero que porta el pastor, por ejemplo; o ciertos adornos, como la cinta que lucirá nuestro protagonista para cubrir el desastre en sus ojos.
Volvemos, por lo tanto, a confiarnos a un relato fundacional, no solo porque robustece nuestras ideas sobre el gran tabú que supone en la inmensa mayoría de las sociedades mundiales el incesto; sino porque nos compromete intelectualmente con ese sesgo de confirmación tan abundante todavía hoy y que identificamos con las supersticiones. No debemos olvidar que estamos ante una tragedia religiosa, que los valores impresos en esta historia se deben a creencias muy acendradas, donde los oráculos resultan fiables y las epidemias castigos divinos. ¿Qué quieren los dioses de nosotros? ¿Qué pecados hemos cometido? ¿Si nos «portamos» bien no habrá otra pandemia o el planeta no se calentará más? Seguimos en la misma. Edipo requiere hallar la verdad; ya que en ella está el progreso de su pueblo y la honradez de su familia. Que Yocasta y él se sacrifiquen es, en definitiva, la única manera de seguir adelante. Esto, finalmente, nos conmueve y nos destina a la catarsis.
Es este un montaje que se puede admirar desde distintos puntos de vista y que recupera un modo de hacer más artesanal. Por eso es un gusto para los sentidos y el intelecto.
Texto: Sófocles
Dirección: Carlos Martín
Adaptación: Alfonso Plou
Reparto: Carlos Martín, Félix Martín, Irene Alquezar, Chavi Bruna, Jacobo Castanera y Alba Gallego
Músico: Gonzalo Alonso
Producción: María López Insausti
Música: Gonzalo Alonso
Espacio escénico: Óscar Sanmartín
Iluminación: Tatoño Perales
Vestuario: Ana Sanagustín
Maquillaje: Virginia Maza
Equipo de producción: Pilar Mayor y Pilara Pinilla
Distribución: Teatro del Temple
Una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Teatro del Temple
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 12 de mayo de 2024
Calificación: ♦♦♦
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