El texto de Edward Albee regresa a las tablas para incidir en las cuitas de una familia burguesa envueltos en una atmósfera de absurdo

Esta obra se estrenó en 1966 en Nueva York, y luego, en 1969, tuvo su propia representación en el Teatro Español, con versión de Antonio Gala. En ella se encuentran muchos de los elementos del teatro de Edward Albee, no hay más recordar el alcoholismo y las trifulcas matrimoniales en su obra más célebre ¿Quién teme a Virginia Woolf? O el surrealismo entreverado en La cabra o ¿Quién es Sylvia? También en los últimos tiempos se ha recuperado para la escena La historia del zoo, donde se hallan inteligentes diálogos. Está claro que el dramaturgo estadounidense bebió de los maestros más cercanos como Tennessee Williams, de quien hace poco se realizó un espectáculo donde se volvía a incidir en los estragos de la bebida; o de O’Neill, pues no hay más que contemplar Largo viaje del día hacia la noche para descubrir un claro antecedente de la pieza que aquí tratamos.
Sí que a estas alturas podemos percibir cierto agotamiento de tanta «comedia de salón»; ya que no paran de repetirse distintos esquemas de lo mismo. Otro asunto es si Un delicado equilibrio posee en la actualidad el mismo empuje que hace cincuenta años. En cierta medida, sí, esconde claves interiores que escapan del anquilosado realismo que suele regodearse con el costumbrismo. Y, concretando más, podríamos considerar que es admirable cómo el montaje se sostiene, haciendo honor a su título, para no desbaratarse hacia el griterío enloquecido, como ocurre en éxitos similares a Agosto, de Tracy Letts. A mí me gusta quedarme con la singularidad de No todo el mundo puede ser huérfano, de los Chiens de Navarre, la cual también contiene sus propias vetas surrealistas. En cualquier caso, Albee emplea varios de los motivos que Luis Buñuel explotó en El ángel exterminador y después en El discreto encanto de la burguesía.
Para concentrar la acción, Lua Quiroga Paul ha diseñado un salón realmente lujoso, con una larga pasarela que indica el piso superior. Toda una serie de cortinajes amplios y elevados habilitan otras estancias que no llegamos a ver. Lo que sí observamos es el mueble bar al que acuden todos los habitantes. Luego, la iluminación Ion Aníbal López recarga con precisión todos los tonos verdes que hacen sobresalir el largo sofá central. En él se sienta inicialmente Agnes, como una reina del desencanto. Alicia Borrachero quizás parezca un tanto joven para encarnarse en la matriarca. Vuelve a imponer ese rictus tan genuino que ella posee para desplegar su poder. Ella se maneja con un sobrio sarcasmo para reequilibrar los desajustes de su familia y allegados. Es una gran creación literaria, pues logra mantenernos en tensión. No alcanzamos a saber cuántas cartas se guarda bajo la manga, si se exaltará o si se derrumbará ─en alguna medida lo hace en el epílogo─. Al fin y al cabo, esta mujer arrastra una gran pena, ya que perdió a un hijo y, además, sospecha que su esposo fue infiel por aquella época. Es la gran protagonista, y sus frases son tajantes. En el inicio y en el desenlace especula sobre cuándo perderá la razón.
De todas formas, algo que se suele echar en cara a este texto es su longitud. Ciertamente es una pega enorme. Las escenas se alargan más de lo necesario e, incluso, alguna debería sobrar para que esos intrusos que se han instalado en el hogar tengan algo más de presencia. Y es que los amigos íntimos de la pareja anfitriona han solicitado quedarse a vivir allí. Afirman sentir miedo, terror, y por eso piden ayuda. Edna y Harry, o sea, Cristina de Inza y Joan Bentallé se expresan con comedimiento, con naturalidad; provocando una extrañeza sobresaliente y hasta absurda si atendemos a los comentarios de Julia. Esta es la hija de 36 años que Anna Moliner encarna con un aire un tanto antojadizo, algo repelente. Una joven que regresa a su casa, después de que se haya vuelto a separar de otro marido más. Ahora tendrá el inconveniente de que su habitación ha sido usurpada por esos visitantes inesperados. Algo de humor se propicia a través de esta situación. Igual que pasa a veces cuando escuchamos a Clara, la hermana de Agnes, que Manuela Velasco toma con elocuente agilidad y frescura. Normal, se pasa la función borracha. Su ironía es imparable; aunque su caso parece perdido. Por cierto, ¿cuántos tipos de bebidas alcohólicas llegan a tragar? Al menos cuatro, y cada una cosa vaso ad hoc. Finalmente, el americano Ben Temple aplica su acento para recrear al padre y marcarle un carácter timorato, propio de alguien que está cansado y que reserva algunos «pecados» en su conciencia.
No hay solución, evidentemente. Nelson Valente consigue, gracias a su gran dirección, una atmósfera muy beneficiosa para desarrollar el texto de Albee. Las ambivalencias y las grietas que se nos muestran resultan fascinantes; pero, definitivamente, superar las dos horas es un exceso injustificado.
Autor: Edward Albee
Dirección: Nelson Valente
Traducción: Alicia Borrachero y Ben Temple
Reparto: Alicia Borrachero, Ben Temple, Manuela Velasco, Joan Bentallé, Cristina de Inza y Anna Moliner
Escenografía y vestuario: Lua Quiroga Paul
Iluminación: Ion Aníbal López
Espacio sonoro: Gaby Goldman
Ayudante de dirección: David Blanco
Comunicación: Ángel Galán
Fotografías y diseño gráfico: Javier Naval
Jefe de producción: Carlos Montalvo
Producción ejecutiva: Olvido Orovio
Dirección de producción: Ana Jelin
Gerente regidora: Sagrario Sánchez
Equipo técnico: La Cía de La Luz
Construcción de escenografía: Mambo Decorados / Sfumato Pintura Escénica
Transporte: Taicher
Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas
Agradecimientos: Estudio Juan Codina, Teatro Palacio Valdés de Avilés y Teatro Fernán Gómez – Centro Cultural de la Villa de Madrid.
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 28 de abril de 2024
Calificación: ♦♦♦
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