Fele Martínez se pone al frente de esta comedia típica de costumbres en el Teatro Bellas Artes

Quizás se busque con este nuevo montaje ir a tiro hecho; pero si uno mira la cartelera actual y repasa la de temporadas anteriores, encontrará que esto de las cenas con amigos o con parejas es un género que se emplea hasta la saciedad, y que no deja de ser costumbrismo refrito para echarse unas risas. Si todavía halláramos un planteamiento temático de diversa enjundia, como ahora ocurre, en Laponia, de Cristina Clemente y Marc Angelet y que continúa en el Maravillas; pues todavía se saca algo en claro. Nada nuevo bajo el sol con esto de Estel Solé, que presentó su propuesta allá por 2013, y que tuvo acomodo en pisos particulares con bastante éxito.
Y es que, sobre todo, aquí la anécdota es demasiado leve. Ya sabemos que uno debe aguardar un clímax donde las verdades se esputen de manera desaforada; pues los astros se han alineado y es justo en esa velada, cuando las amistades y los amoríos se van a ir definitivamente al traste. Catarsis para el espectador, que muy seguramente aceche la hecatombe en su vida particular.
No se entiende en la dirección de Fele Martínez esas entradas y salidas como si estos individuos se movieran por una mansión. Las excusas para desaparecer se tornan peregrinas, más si vemos a la anfitriona coger una bolsa de basura medio vacía (lógico, lleva en su casa menos de una hora) para llevarla a la calle. De algún modo, el espacio se hace enorme. La escenografía de Monica Boromello habilita la expansión en los laterales, tan abiertos, con esas pilastras. La mesa central es la que da verdaderamente juego; pero no se llega a aprovechar del todo; porque, al final, no se ponen a cenar. Luego, la iluminación de Rodrigo Ortega contribuye muy activamente con su dinamismo y se acopla con elocuencia al movimiento general. Y, sí, afirmemos que, cuando están los cinco comensales en acción, los diálogos se vuelven fulgurantes e incisivos; no obstante, son situaciones que luego se desbaratan demasiado en la dispersión de los personajes. Estos no tienen un relato que nos parezca motivante. Es más, de cuál de ellos va a descubrir el público a qué se dedica o cuál es su pensamiento. Son papeles muy simples que están ahí para servir de carnaza a esa explosión de sinceridad que con vesania Mónica Regueiro exprime. Reconozcamos que en ella se le veía venir. Una tía que, desde el inicio, parece en otra órbita y que, claramente, pertenece a una clase socioeconómica superior al resto, una especie de ejecutiva muy estilosa, segura de sí misma y con el cortisol a flor de piel. Así, sus ínfulas son bastante facilonas frente a unos rivales de muy bajo nivel. No hay más que ver a su pareja, un Jorge Suquet que representa al amedrentado tipo que necesita imperiosamente una relación nueva en la que pueda pintar algo. En él se explora una veta dramatúrgica que resulta peculiar, un aparte raro y surrealista, de desbarre rocanrolero, una fantasía, donde él es un macho alfa. Esta deriva, desgraciadamente, se abandona, y lo cierto es que cada uno de ellos nos podría haber concedido ese secreto oculto de su personalidad. Que la elegida sea la hermana, Clara, es un topicazo. A Laura Galán le han plantificado una risa tontorrona para elaborar su papel y de ahí es difícil sacar algo potente. Sirve su personaje para que nos enteremos de que se consagra a vivir la vida parisina; porque papi suelta el parné. Punto importante para entender la estructura económica que sustenta esos lazos ahí deslavazados. El otro tío es otro blandito (no se da ningún contrapeso masculino, van a la par). Iñaki Ardanaz se ha empeñado en usurpar cobardemente la identidad del novio de Belén para conquistarla, mientras esta se recuperaba en un siquiátrico de su mal de amores o de sus crisis existenciales. Carmen Ruiz está desaprovechada. Es una actriz estupenda, con una vis cómica fenomenal (no hay más que repasar algunas de sus actuaciones en obras de los últimos años como Tercer cuerpo, Ronejo o La cantante calva). Aquí, a la postre, es la protagonista en la sombra. La paciente que regresa a su hogar y se encuentra una cena sorpresa con esos amigos que no se han dignado a visitarla. Ella aún está convencida de que lo ha arreglado con su novio, cuando, en realidad, este ha volado para no volver. Uno anhelaría más de esta mujer en escena; más allá del complaciente desenlace. La observamos sentada, mientras los demás se despellejan.
Todos cumplen con profesionalidad; aunque la falta de ritmo los deja un tanto planos y estáticos. Si uno se centra en el texto, comprende que el meollo se hace esperar demasiado y que el epílogo se alarga más de lo pertinente, pues el pescado está vendido de antes. Poco se puede rascar más allá del mero entretenimiento.
Autora: Estel Solé
Director: Fele Martínez
Reparto: Carmen Ruiz, Laura Galán, Mónica Regueiro, Jorge Suquet y Iñaki Ardanaz
Ayudante de dirección: Lucía Barrado
Diseño de escenografía: Monica Boromello
Diseño de iluminación: Rodrigo Ortega
Diseño de vestuario: Elda Noriega
Diseño de espacio sonoro: Sergio Sánchez Bou
Composición musical: Juanjo Reig
Movimiento: Elena Lombao
Fotografía y diseño de cartel: Sergio Parra / Eva Ramón
Diseño gráfico: Rubén Salgueiros
Producción/Administración: Andrea Quevedo
Dirección de producción: Ana Guarnizo
Producción ejecutiva: Mónica Regueiro / Carles Roca
Una producción de Producciones Off y Vania Produccions. En coproducción con Pentación y Bitò
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 26 de noviembre de 2023
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Animales de compañía”