El premiado Carmelo Gómez protagoniza esta adaptación de Eduardo Galán de la novela dialogada de Miguel Delibes
Creo que este montaje hay que observarlo desde una perspectiva más simbólica que naturalista, que el mérito de Eduardo Galán está en darle más hondura a una novela que puede parecernos demasiado anticuada, algo ingenua y hasta risible, como así ha provocado la gente de campo de antaño por su aparente simpleza al hablar (ese tópico que ha durado tanto en nuestro país y que tiene al garrulo como epítome). Algo de esta comicidad tenía la propuesta que protagonizó Manuel Galiana allá por el 2002, que reponía la que había liderado José Sacristán con anterioridad.
Galán se las ha ingeniado para poner en marcha una obra altamente estetizada y que, por eso, debemos tomarla de otra manera; si no queremos acusarlo de tergiversador. Y lo ha hecho con un Carmelo Gómez que no es un muchacho «extremadamente flaco» con «entradas prematuras de su cabello». No es un joven de aldea de 1961. Y sí tose, y tose muy bien; pero qué energía desprende en distintos momentos para tener fibrosis y ser tan tímido. ¿A quién le importa esto si nadie se va a poner a indagar en estos detalles, pues somos todos muy urbanitas? El espectáculo, insisto, posee aire moderno y a ello contribuye la sencilla escenografía de Monica Boromello, el jardín por donde pulula nuestro protagonista, oscurecido en demasía por Juan Gómez Cornejo. Con todo ello, se le intenta dar un tenebrismo y un pesimismo que era el que imperaba por aquellas en la mente de Delibes si nos fijamos en otras de sus obras como Los santos inocentes.
Este sería otro ejemplo (de millones) donde esa idea tan asentada en los más conservadores (y ultraliberales) que propugna la educación en casa y la enseñanza en las escuelas; y que provoca no pocos círculos viciosos que serían interminables si la noble institución de la instrucción no interviniera. Es decir, parar el «ciclo de la agresión», como denominaba el psiquiatra Friedrich Hacker, de quien Delibes tomó la cita que encabeza su obra: «La violencia es simple; las alternativas a la violencia son complejas».
En cualquier caso, se aplica aquí la técnica objetivista que emplearon los novelistas franceses del nouveau roman y algunos nuestros como Ferlosio en El Jarama, con aquello de dejar reflejado únicamente lo que podría haber quedado grabado —así es este caso— en un magnetófono. El Dr. Francisco de Asís Burgueño (el nombre, evidentemente, nos remite al santo) nos revela el contenido de las cintas, o sea, de su conversación con Pacífico Pérez (podríamos pensar en una contraparte de aquel Augusto Pérez que deambulaba por el nihilismo de la novela de Unamuno).
Entonces, Eduardo Galán, con el apoyo en una dirección sobria de Claudio Tolcachir, le ofrece al público un thriller despolitizado y busca, a través del aura de Carmelo Gómez, la transmisión, a la postre, de una nobleza primitiva, de una bondad intrínseca en la sencillez, sin llegar a ser el Lennie en De ratones y hombres, de Steinbeck. Esas guerras, a las que se hace referencia, la carlista, que le correspondería al bisabuelo (el Bisa), la de África, para el abuelo, y la civil para el padre, se difunden sin detallismo, son intercambiables y nos dicen muy poco, ya que no pretenden justificar el conflicto o derivarnos a un bando. Lo esencial son las relaciones con esos hombres, cargadas de anécdotas realmente penosas, de brusquedad y falta de sentido sobre cómo hay que tratar a un chico, a un adolescente, quien parece retraído; y, además, atemorizado.
Esas guerras son ritos de paso para la hombría (como se hablaba antes de la mili). También como el círculo vicioso externo, el de las sociedades, en esa eterna dialéctica mediante la cual se ha ido pergeñando la historia, quizás el autor vallisoletano no fue tuvo la clarividencia de pensar que España atravesaría el periodo de paz más largo desde su nacimiento.
Y como afirmaba, el gran actor —recientemente premiado en los Talía— atrapa al respetable con su concentración, con sus toses, con su ímpetu y con esa manera tan sugerente de sostener a su personaje en la divagación de sus recuerdos. Pero no tengo claro qué papel interpreta; aunque no parece que le vaya a importar al público; puesto que, el propio texto posee gran margen para la fabulación simbólica y para la incursión psicologista. Este «engaño» que se produce nos obliga definitivamente a discurrir de esta forma; es decir, no como un relato de carácter realista sino como una alegoría.
En otro orden, conlleva interés cómo se nos va suministrando la información de lo que pudo haber ocurrido; pues se establece otro círculo vicioso más, que es el que enfrenta sine die a los de Humán con los de Otero (ambos configuran un solo pueblo). Y cómo nuestro protagonista llega a matar al hermano de su novia, la Candi, y es condenado por ello a doce años. Y cómo, después, es trasladado a un Sanatorio del que se intenta fugar. En ese lance muere un guardia y Pacífico cargará con el crimen si no revela qué ha ocurrido realmente. El garrote vil puede ser su destino.
Por su parte, Miguel Hermoso, quien cumple con solvencia su rol de doctor, va aumentando su inquietud, pues ve que su paciente va a mantener el secreto. Quizás sea un poco joven y, a lo mejor, esa forma de expresarse de cara al patio de butacas nos retrotraiga a un teatro un tanto caduco.
El cainismo español ha quedado para el pasado. La rencilla familiar, el odio inveterado y lógico contra el señorito, contra el cacique; tiene, también, que ver con la barbarie, con la falta de educación y con esa ira propia de aquellos que carecen de suficiente civilidad. Vivimos en otro mundo, de casi plena atomización de la masa (casi nada de individualidad o, si quieren, de individualismo), de abulia sobreexcitada. Por esta razón, esta novela de Miguel Delibes requiere un análisis mayor en cuanto a ese dilema en el que nos movemos permanentemente, es decir, si es mayor la influencia de nuestra naturaleza o de la sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Las guerras de nuestros antepasados
Autor: Miguel Delibes
Adaptación teatral: Eduardo Galán
Dirección: Claudio Tolcachir
Reparto: Carmelo Gómez y Miguel Hermoso
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Escenografía: Monica Boromello
Vestuario: Yaiza Pinillos
Espacio sonoro: Manu Solís
Ayudante de dirección: María Garcia de Oteyza
Productor: Jesús Cimarro
Producción: PENTACION Y SECUENCIA 3
Una producción de Pentación espectáculos y Secuencia 3
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 2 de abril de 2023
Calificación: ♦♦♦
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