Los Bárbaros pretenden convertir en espectáculo teatral un cuento entrelazado por otros en la Sala de la Princesa
Quiero pensar seriamente en qué se diferencia esta función de Los Bárbaros en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero de un cuentacuentos cualquiera en alguna maravillosa biblioteca —sí maravillosa, porque el entorno influye—. Sinceramente, creo que este espectáculo pretende descubrirnos nuevamente el fuego dándonos a entender que esto de relatar historias en la cercanía es cosa del pasado.
Dicen que esto va «de contar y cantar, de cuidar y curar con palabras». Y yo me pregunto en qué mundo viven, pues parece que ya no hay pueblos, ni campamentos de verano, ni barrios con centros culturales y de ocio, ni fascinación por las fábulas en las noches de luna llena. ¿A qué viene revestir de teatro algo tan corriente? ¿A qué viene convocar al respetable para escuchar otra de esas leyendas que se engarzan unas en otras como ya hemos escuchado tantas veces?
Digamos que, si el cuento trata de un diputado que está en el congreso, pues parece coherente que nos sentemos en una grada ad hoc, semicircular; pero ha resultado ser incomodísima para la mayoría de los espectadores y eso hace que el espacio sea algo menos agradable. Y eso que la estetización debía funcionar como una de las razones de ser de algo que parece tan propio de nuestras sociedades como contar un cuento. Es un montaje muy artificial y artificioso. Tan limpio, con olor a madera recién trabajada en la carpintería, lisa, con un sol de puzle que será el fuego central, que resulta bastante naíf e inofensivo. Infantil, como todas esas figuras de juguete que se reparten por doquier sin demasiada intencionalidad. Únicamente —y muy poco— inquieta un cono con algún actor debajo que lo va desplazando hacia el centro, que igualmente parece que trae el viento o como que anhela alzarse hacia el cielo para establecer una conexión cosmológica en ese ritual al que vamos a asistir. Ojalá el asunto hubiera discurrido más allá de este mero guiño y la propuesta hubiera tenido más complejidad simbólica.
Una especie de cuento de la lechera llevado a la realidad —no han faltado «listos» que han mostrado a través de las redes sus hazañas con la «cadena de trueques», como aquel que consiguió una casa a partir de un clip—. Aquí partimos de un guisante que, curiosamente, parece que se lo han robado. Así que es el morro —intrínseco en el político— el motor que lo impulsa para recuperar —para compensar— su honor y su orgullo. Por pedir, entonces, que no quede. El infinito que podría acontecer, como en Las mil y una noches, sin que necesariamente se tenga que llegar a ningún lugar.
Y sí, hace gracia que al tonto del pueblo lo manden a hacer recados que parecen no tener sentido o detalles sobre el egoísmo de nuestro protagonista y la hospitalidad de todos los anfitriones de las casas donde termina durmiendo. Uno puede afirmar qué buen cuento, o qué curioso; pero lo cierto es que no se llega a más; porque cae dentro de esas categorías tan estudiadas desde hace mucho tiempo como hizo Vladimir Propp en su célebre Morfología del cuento. La cantidad de tópicos, de símbolos y de arquetípicos manidos no faltan; por mucho que se le quiera dar un tono más moderno.
Todo me parece que resulta demasiado leve. Las ¿interpretaciones? de hasta siete actores nada menos —¡qué despliegue para unas decenas de espectadores— van ocupando el lugar del narrador sin llegar a encarnarse plenamente en ningún personaje. Cris Blanco llega un poco más la voz cantante y se expresa con fina ironía. Ellos se toman unas cervecitas y comen cacahuetes, y pueden lanzarnos con total espontaneidad su fragmento, recuperándose de olvidos con ingenua normalidad. En poco más de una hora queda resuelto el tema. Y ya está.
A veces, en Madrid, ocurren cosas que simplemente te recuerdan a la fabada El Litoral comida con deleite por el urbanita en una pedanía oculta en la sierra. Aunque, últimamente me veo henchido por el espíritu de los Pantomima Full, y pienso más en el malasañero hipster que le quiere descubrir a los del foro la arcadia feliz, donde se cuentan cuentecillos, ya sabe, para «cuidar y curar con las palabras», como los coaches.
Texto y dirección: Javier Hernando y Miguel Rojo (Los Bárbaros)
Reparto: Jesús Barranco, Rocío Bello, Cris Blanco, Elena H. Villalba, Diego Olivares, Alma P. Sokolíková y Macarena Sanz
Escenografía: Cecilia Molano
Iluminación: Miguel Ruz
Vestuario: Rocío Bello
Sonido: Felipe Lara
Ayudante de dirección: Gema R. Lirola
Ayudante de escenografía y vestuario: Almudena Bautista
Colaboración en vestuario: Carmen17 (diseños Curie y Jacaranda)
Fotografía: Luz Soria
Vídeo: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 2 de abril de 2023
Calificación: ♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
2 comentarios en “Obra infinita”