El director del Centro Dramático Nacional, Alfredo Sanzol, escribe y dirige una larga comedia sin fuste político sobre un grupo de teatro ucraniano que realiza funciones en plena invasión

¿Es Alfredo Sanzol un dramaturgo cobarde, dado su relevante puesto? Cuando ha tenido que enfangarse políticamente ha demostrado que lleva ya demasiado tiempo afincado en la comedia amable, de tintes costumbristas, realizada con brillantez y originalidad humorística; pero sin meter el estilete en aspectos más controvertidos. Esto se observa en éxitos como La ternura o El bar que se tragó a todos los españoles.
La idea de la que parte Sanzol es la experiencia que está realizando en Kiev la actriz Anabell Sotelo, quien monta obras mientras se refugian en el sótano del propio teatro. Aquí, Natalia Hernández comanda el asunto con gran empaque; aunque sin desarrollar en demasía su gran veta cómica; porque le toca aunar todo el engranaje de manera entrañable. A su personaje se le ha ocurrido crear Pin, pan, Putin para elucubrar sobre unos españolitos, cual Operación Valkiria, que tienen la posibilidad de cortar el nudo gordiano descabezando al exagente de la KGB.
El encaje metateatral al que nos disponemos es como si se iniciara una vez más el Ser o no ser, que hasta hace poco protagonizaba Juan Echanove. De por qué el prólogo es larguísimo y tedioso, pienso que tiene que ver con ese cuidado y esa delicadeza con la que quiere proceder el director para no inmiscuirse demasiado, y que nos queden claros los límites —angostos— por los que quiere deambular. Una matrioska, con esa escenografía grandiosa que ha montado —para desmontarse desde el búnker— Blanca Añón, que no añade contexto, que no incide en la cuestión ucraniana con algo de inquina y que no critica la situación que se vive. ¿O no nos ha convocado a eso desde el inicio? Esta guerra parece una cualquiera y la sátira al presidente ruso hubiera servido igual hace unos años, pues lo que tenemos es un monigote, un estereotipo de dictadorzuelo y nada más. Es una trama simplista que no aporta más que una distracción.
Aquí no hay circunstancias, ni referencias a nada, ni a Estados Unidos, ni a Europa, ni a China. Es otra vez la salvaguarda fabulística que difumina los detalles y que nos libra de las concreciones. Es decir, el maniqueísmo impera. No obstante, también hacen gracia los juegos intrascendentes de equívocos e, incluso, algún chiste macabro sobre la matanza en el Teatro de Mariúpol.
Luego, Juan Antonio Lumbreras se echa en gran parte la función a la espalda; porque es quien concentra la esencia satírica de Sanzol. Cuando caricaturiza a Putin ofrece una síntesis de sensibilidad demoniaca con campechanía violenta. El permanente contraste deja los mejores momentos. Y Paco Déniz, como una especie de Rasputín, vuelve a ser un cachondo tremendo para conjuntarse con el líder. Además, Pepe Sevilla le mete chispa, como uno de los ingenuos intérpretes de esa invención marca de la casa —y sí, estupenda— del grupo Txoco Barroco, una mezcolanza muy sui géneris de folclore navarro con música clásica que debe amenizar las noches del Kremlin. Por otro lado, incluir a dos actores con diversidad funcional nos sitúa ante la tesitura de juzgarlos con los mismos criterios de profesionalidad que a los demás; pero cometeríamos una tropelía. Es otro elemento más de bienquedismo.
El resto del elenco está muy afinado a pesar de que la relación que establecen los activistas Viktor y Olena, encarnados, respectivamente, por Javier Lara y Julia Rubio, no se desarrolle en la profundidad amorosa que debiera. Mientras que Eva Trancón y Elena González también se quedan sin recorrido posible. Aunque esta última termine por convertirse en una angelical Némesis dispuesta a realizar un fantasioso equilibrio en el destino, que supone rizar el rizo en el desenlace, convirtiéndolo en ñoño. Era de esperar.
Fundamentalmente fantasías para la resistencia
Texto y dirección: Alfredo Sanzol
Reparto: Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Javier Lara, Juan Antonio Lumbreras, Pablo Márquez, María Moraleja, Julia Rubio, Pepe Sevilla y Eva Trancón
Escenografía: Blanca Añón
Iluminación: Pedro Yagüe
Vestuario: Vanessa Actif
Música: Fernando Velázquez
Espacio sonoro: Sandra Vicente
Movimiento: Amaya Galeote
Caracterización: Chema Noci
Asesora de canto: Fátima Sayyad
Ayudante de dirección: Beatriz Jaén
Ayudante de escenografía: Pablo Chaves
Ayudante de vestuario: Tania Tajadura
Ayudante de iluminación: Paloma Cavilla
Asistente colaborador: Kube Escudero (AMÁS escena)
Músicos: Tamar Lalo (flautas), Daniel Oyarzabal (clave), Juan Carlos Mulder (vihuela) y Daniel Garai (percusión)
Grabación: Jaime Gutierrez
Fotografía: Luz Soria
Vídeo: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Prácticas de dramaturgia y dirección de escena: Macarena Millán (RESAD)
Prácticas de interpretación: María Cascales (ESAD Murcia)
Prácticas de vestuario: Amalia Elorza (RESAD)
Producción: Centro Dramático Nacional
Realizaciones: Sfumato y Mambo Decorados (escenografía), Paloma de Alba CRIN ESCÉNICA (vestuario), María Calderón (ambientación de vestuario) y CEPLASA (impresión de vinilos)
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 16 de abril de 2023
Calificación: ♦♦
Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo.
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