La vida es sueño

Los ingleses Declan Donnellan y Nick Ormerod ofrecen una visión desenfadada de este clásico, a través de una modernización que rebaja la hondura filosófica del dramaturgo español

La vida es sueño - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Donnellan y Ormerod llegan con todo su bagaje modernizador de clásicos a emprenderla con nuestro Calderón, y creo que es un manierismo, un estilo repetido, que devalúa las cuitas barrocas. Sus dramaturgistas, en buena lid, corrompen la duda imperante en el autor español para trasladarnos hacia un mundo onírico que, en cierta forma, anhela la evasión ante la zozobra del devenir. Para ello nos sitúan en un contexto que podríamos hallar en los años cuarenta, durante el final de la Segunda Guerra Mundial, a caballo entre Europa y Estados Unidos. Puesto que la comicidad del vodevil se adentra de manera muy sorpresiva e inédita sobre las tablas, para producir un choque que es de lo más meritorio. Y esto lo podemos asumir, porque tenemos integrado en nosotros el drama, nos lo sabemos y, si mantenemos la mente abierta, podemos encontrar derivas por las que colarnos imaginariamente.

La musicalidad, el juego de puertas y de guiños payasescos propios del slapstick (incluido el lanzamiento por la ventana del lacayo) vienen remarcados una y otra vez, como una reiteración surrealista, por el tema «Cuánto le gusta», de Carmen Miranda. Esa atmósfera de diversión se conjuga con la parálisis y la estupefacción del máximo protagonista: Basilio.

El rey cobra una importancia supina y Ernesto Arias hace un papel preciso y estupefacto. Que se mantenga casi toda la función como si se observara desde fuera, lo introduce a él en el sueño general y es ese punto central en el que Calderón desaparece. Ya que se deja llevar por la paranoia, no por la reflexión filosófica donde el libre albedrío luche contra las determinaciones de la astrología. Esto es sumamente interesante para nosotros como público; porque inventa un proceder muy moderno, diría que psicoanalítico. El padre, que barrunta su error, decide sumergirse en el territorio mórfico para intentar «salvar» o, al menos, comprender a su «hijo», que no ha sido condenado al cautiverio por los hados, sino por su temeroso progenitor. Esta perspectiva hace de esta versión una obra nueva y, en el sentido conceptual, valiosa.

El Segismundo de Alfredo Noval resulta en su crecimiento muy claro y portentoso. La forma de declamar que le han exigido, como si Donnellan se hubiera inventado unas pausas internas en los versos, impone una satisfactoria luminosidad en los oídos actuales. Segismundo se convierte, a la postre, en un maestro para su padre; aunque sea a través de su vesania. Puesto que él es experto a la hora de manejarse en los aviesos límites de la ensoñación. Quien va hacia la luz de la verdad desde ese cavernario lugar de sombras es el futuro monarca.

Y aceptemos que la pareja es espoleada por un tercer personaje que es Clarín. Goizalde Núñez está inconmensurable. Ni es un muchacho tontorrón, ni un bufón desagradable, es un Groucho Marx naciente. Es nuestro cinismo más descarado rebajando las ínfulas de los nobles y llevándolos al terreno de la realidad más ramplona. Y si «afuera» bailan y se divierten para no escuchar el ruido de las bombas, también es para ir cayendo en el nihilismo y en la sociedad de consumo.

El resto de personajes, sinceramente, se me descomponen. Empezando por Clotaldo, un David Luque al que no le han permitido sacar a relucir su inteligencia. O qué decir de los ridiculizados Astolfo y Estrella, personajillos de una sitcom recargada por las risas enlatadas. Luego, la Rosaura de Rebeca Matellán sigue siendo el eslabón más débil del genio calderoniano. Por contra, el movimiento del grupo es extraordinario, y Amaya Galeote ha realizado un consistente trabajo para acentuar la confusión.

Si esta propuesta no fuera La vida es sueño, de Calderón de la Barca, sería notable.

La vida de sueño

Autor: Calderón de la Barca

Dirección: Declan Donnellan

Adaptación de la dramaturgia: Declan Donnellan y Nick Ormerod

Reparto: Ernesto Arias, Prince Ezeanyim, David Luque, Rebeca Matellán, Manuel Moya, Alfredo Noval, Goizalde Núñez, Antonio Prieto e Irene Serrano

Diseño de escenografía y vestuario: Nick Ormerod

Diseño de iluminación: Ganecha Gil

Movimiento: Amaya Galeote

Diseño de sonido y composición musical: Fernando Epelde

Asesor de dramaturgia: Pedro Víllora

Ayudante de dirección: Josete Corral

Ayudante de escenografía: Alessio Meloni

Ayudante de vestuario: Elena Colmenar

Ayudante de iluminación: Javier Hernández

Ayudante de sonido: Gaston Horischnik

Equipo de producción de LAZONA

Dirección de producción: Miguel Cuerdo

Ayudantes de producción: Jair Souza-Ferreira y Sara Brogueras

Producción ejecutiva: Elisa Fernández

Intérprete: Juan Ollero

Diseño gráfico: Javier Naval

Comunicación y distribución: Pepa Rebollo

Ayudante de comunicación y distribución: Ana López-Rúa

 

Equipo de producción de Cheek by Jowl

Directora ejecutiva: Niamh O´Flaherty

Director general: Harrison Collett

Administrador y ayudante de dirección: Harry McDonald

 

Equipo técnico en gira

Regidor: Alex Stanciu

Gerente: Elisa Fernández

Vestuario: Elena Colmenar

Maquinaria: Sira González

Iluminación: Javier Hernández

Sonido: Gaston Horischnik

Dirección técnica: Raúl Sánchez

Ayudante de dirección: Josete Corral

Coproducción: Compañía Nacional de Teatro Clásico, Cheek by Jowl y LAZONA

Colaboración: Con Barbican (London) y Scène Nationale d’ALBI•Tarn (France)

Patrocinio: Loterías y Apuestas del Estado

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 26 de febrero de 2022

Calificación: ♦♦♦

Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo.

4 comentarios en “La vida es sueño

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