La vida es sueño

Los ingleses Declan Donnellan y Nick Ormerod ofrecen una visión desenfadada de este clásico, a través de una modernización que rebaja la hondura filosófica del dramaturgo español

La vida es sueño - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Donnellan y Ormerod llegan con todo su bagaje modernizador de clásicos a emprenderla con nuestro Calderón, y creo que es un manierismo, un estilo repetido, que devalúa las cuitas barrocas. Sus dramaturgistas, en buena lid, corrompen la duda imperante en el autor español para trasladarnos hacia un mundo onírico que, en cierta forma, anhela la evasión ante la zozobra del devenir. Para ello nos sitúan en un contexto que podríamos hallar en los años cuarenta, durante el final de la Segunda Guerra Mundial, a caballo entre Europa y Estados Unidos. Puesto que la comicidad del vodevil se adentra de manera muy sorpresiva e inédita sobre las tablas, para producir un choque que es de lo más meritorio. Y esto lo podemos asumir, porque tenemos integrado en nosotros el drama, nos lo sabemos y, si mantenemos la mente abierta, podemos encontrar derivas por las que colarnos imaginariamente.

La musicalidad, el juego de puertas y de guiños payasescos propios del slapstick (incluido el lanzamiento por la ventana del lacayo) vienen remarcados una y otra vez, como una reiteración surrealista, por el tema «Cuánto le gusta», de Carmen Miranda. Esa atmósfera de diversión se conjuga con la parálisis y la estupefacción del máximo protagonista: Basilio. Sigue leyendo

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Miles Gloriosus

Carlos Sobera se enviste del soldado engreído para ganarse al público en un espectáculo que busca denodadamente el entretenimiento

Miles Gloriosus - FotoViene comandada por Carlos Sobera esta versión del clásico plautino tantas veces representado, y que tanto ha influido en las comedias de enredo. Ciertamente, se representa con esa pátina comercial —como si la propia obra no lo fuera ya suficiente—, que consiste en reducir un tanto el argumento y el número de personajes, y en dejar que la estrella televisiva se gane al público desde el primer instante con sus modos de sugestión. Tal es así, que su entrada es triunfal, cantando para autodescribirse. No solo atraviesa el pasillo principal de la platea con su gran penacho, sino que es capaz de hacer carantoñas y caricias a más de un espectador, con esa sonrisa franca que tiene aquí el destello de la fanfarronería. Sigue leyendo