La voluntad de creer

Pablo Messiez ha partido de la obra La palabra (Ordet), popularizada en el cine por C. T. Dreyer, para actualizar la relación entre la fe y la verdad, en un espectáculo dotado con una inteligente ironía

La voluntad de creer - Foto de Laia Nogueras
Foto de Laia Nogueras

Pablo Messiez ha traído con soberana inteligencia el drama realista (La palabra) del danés Kaj Munk, convertido en un clásico del cine por Dreyer, a nuestro presente vaporoso desde una ironía demoledora. Y, aunque parezca increíble, ha logrado desarrollar una función altamente divertida, con tintes berlanguianos y absurdos.

Primeramente, el dramaturgo y director porteño suelta a su habitual troupe para que nos convoquen hacia el acontecimiento. Crean una atmósfera anticipatoria muy fértil, que pretende romper con la cuarta pared en un diálogo con el público que no irá únicamente por la trillada idea metateatral, sino hacia una dimensión religiosa, estética o existencial, según sea el lugar desde el que accedamos al relato. Sigue leyendo

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El disfraz / Las cartas / La suerte

El Teatro de la Comedia da cabida a un montaje ambicioso con las piezas de Joaquina Vera, Víctor Català y Emilia Pardo Bazán

Verdaderamente la Compañía Nacional de Teatro Clásico debe contribuir a esto. Por un lado, a exprimir el talento actoral que ella misma ha propiciado y que debería, según mi opinión, permanecer en una especie de Compañía bis (revolutions) que fuese de gira por las Españas y allende los mares, que es lo que hace falta. Por otra parte, incursionar en la historiografía teatral española, a través de tres piezas que, si bien no son una genialidad, nos descubren unas maneras, unas aproximaciones a la realidad (la del XIX), con mirada femenina y con preferencia a las clases bajas, que merece observarse para poner en cuestión o en relación a todas esas otras obras —esas sí, geniales— que se repiten hasta la saciedad. Sigue leyendo

Delicuescente Eva

Javier Lara cierra su trilogía con una obra alegórica y autoficcional que lo enfrenta a su hermana en un duelo catártico

Cuando uno empieza a zambullirse en la aprehensión de ese bosque umbroso donde se dirimen los pecados originales; un cierto caos se ha aposentado sobre la función y los posibles ventanos de claridad se van cerrando hasta dejar epitafios sobrevolando que reducen el posible argumento a un amasijo de vehículo accidentado. Javier Lara es otro representante de la autoficción española (otro más) y con esta obra cierra una trilogía titulada Lo propio. La primera pieza fue Mi pasado en B (desgraciadamente me la perdí) y la segunda Scratch, que abordaba de manera extraordinaria la caída al infierno del hermano. Delicuescente Eva habla de la tradición, de la cultura, de los códigos familiares y, en definitiva, de esa educación que recibimos en casa y en la escuela, y que nos determina y que nos empasta con un país que, a su vez, regurgita y retroalimenta el espíritu y la sustancia de esa formación. Dos hermanos se encuentran en un bosque, sostienen sendas linternas como si fueran dos detectives privados a punto de emprender una investigación. ¿Un accidente de automóvil? Él apareció en llamas. Nos hemos adentrado en un sueño, en una alegoría, en la búsqueda de una génesis. Natalia Huarte, quien se mueve por la escena como si una embriagadora comodidad la sostuviera, es un personaje metamórfico, etéreo, una serpiente andrógina que juguetea con las manzanas en aquel edén demoniaco. Sigue leyendo

Las canciones

Una experiencia salvadora a través de la escucha profunda de esos temas musicales que configuran una biografía emotiva

Foto de Vanessa RábadeOír o escuchar. La música está con frecuencia demasiado al fondo en nuestras vidas. La música suena mientras realizamos otra actividad. La música suena mientras nos pretenden vender un objeto. La música suena para tapar el angustioso silencio, cuando una pareja ha perdido la conversación. El melómano vive rodeado de vinilos y cada día se sienta en un sillón de cuero para deleitarse con la escucha. Una experiencia estética que indudablemente puede ser transformadora y que posee el influjo mágico de la intromisión abstracta. A través de personajes que nos remiten inequívocamente a Chéjov (por ahí andan algunas de las Tres hermanas, por ejemplo) asistimos a una liturgia, a una cura; pero, también, a una escapatoria, a una reclusión, a una dictadura de la emoción salvífica. El padre músico ha muerto; pero su fama ha quedado desvanecida por un acto terrible, que nos hace pensar en un asesinato. Los hijos sufren por su pérdida; aunque da la impresión de que la ausencia de su guía y su anclaje terrenal ha evidenciado dosis de inmadurez y de proyecto vital consistente. La extrañeza de la situación ―ya desde el principio, la gran parte de la función consiste en escuchar canciones―, nos puede recordar a esa visión tan angustiosa con que mira la realidad el director de cine Yorgos Lanthimos. La primera parte, la cara A, me parece algo prosaica, como si al dramaturgo le resultara bastante serio y sentencioso entrar en honduras de manera radical. Se da cierto distanciamiento y se maneja una comicidad un tanto chabacana, concretamente a través del papel que interpreta Carlota Gaviño; pues hace de «maruja canaria». Sigue leyendo

Un cine arde y diez personas arden

La compañía Grumelot, con el lenguaje del teatro contemporáneo, traza un montaje sobre el sentido de la vida

Foto de Álvaro López

Cachivache postdramático de Pablo Gisbert. Panoplia de elementos en juego y la concreción de un concepto de importancia para su desarrollo. El carpe diem. Recurrir al memento mori (recuerda que vas a morir o recuerda morir) para cuestionar el atiborre de las cosas vanas que sustentan nuestra existencia endeble. Vanidad en el consumismo, y en ahogarse en un vaso de agua, y en la finura de esas epidermis de los niños hiperprotegidos. El espectáculo pandea entre las atribuciones complejas que remiten a la filosofía y a la religión, y las chorradas posmodernas que suelen llenar estos montajes para laminar la trascendencia, el posible aburrimiento y para epatar como creador de vanguardia. Los muchachos se quieren divertir y uno aguanta mientras el discurso no redunde en la banalidad. Lo cierto es que se pueden sacar conclusiones importantes y útiles para nuestro actual y absurdo modo de vida. Los espectadores nos colocamos en el escenario mirando a la grada, donde aguardan, sentados en sus butacas, los nueve intervinientes, quienes, a su vez, están viendo una película (nosotros también vemos una pantalla donde se nos lanzarán mensajes y en la que veremos imágenes de algunos exitosos films como Parque Jurásico). Sigue leyendo

Catástrofe

Íñigo Rodríguez-Claro comanda este experimento de Antonio Rojano sobre los sueños y los deseos que nunca serán de cuatro intérpretes

Se reúnen cuatro actores, un dramaturgo y un director con la idea de imaginar todas las vidas que no han vivido, porque en momentos precisos la balanza se inclinó hacia un lado o se tomó cierta decisión que tergiversó el rumbo atisbado. Adentrarse como en un sueño a deslavazar la memoria, anclarse en su verosimilitud, asumiendo que la invención forma parte de ese proceso y, a partir de ahí, fantasear sin límite sobre el escenario de un teatro. Buen punto de partida; aunque no termine de quedar claro cuál es el objetivo, el destino o la intención. Tenderemos a pensar, por ejemplo, en una ola descomunal de sucesos fantasiosos, hipotéticos, contrafácticos, que se resuelvan con una resaca que te devuelva al océano en forma de pensamiento recursivo. O sea, una manera de reflexionar existencialmente sobre el presente. Todo pudo ser de otra manera; pero ha sido de esta. Tortura, arrepentimiento, alivio, satisfacción. Ahora que soy maduro debo tomar las riendas de mi camino, si no quiero que me vuelva a pasar aquello. Quiero ser el responsable directo de mis decisiones. La lástima es que no acaba de plasmarse esa introspección y lo que se fragua es el desperdigamiento de muchas teselas, de sketches que no se entreveran hasta afianzar una malla de interrelaciones de los participantes si a lo que se aspiraba era al mise in abyme. Así que uno se queda con que el azar juega un papel preponderante y, por lo tanto, Catástrofe podría haber sido de muchas maneras, todas tan válidas como inútiles si lo que vemos no va más allá y concita nuestro interés por su particularidad. Y ese quizás pueda ser su mayor lastre. Sigue leyendo

Todo el tiempo del mundo

Pablo Messiez nos propone una incursión desconcertante en la eterna reconstrucción de nuestros recuerdos

Foto de Vanesa Rabade
Foto de Vanesa Rabade

Durante toda la historia de la filosofía sus protagonistas se han preguntado insistentemente sobre la realidad, el tiempo y la memoria. Temas recurrentes a los que quisieron poner un fin conclusivo los físicos, aunque los artistas han sabido mantener el suspense sobre si el aquí y el ahora nos pertenecen a nosotros o si son producto de nuestra ensoñación. Pablo Messiez juega con estos elementos en un drama de inspiración autobiográfica en la que Flores, el dueño de una zapatería que lleva este sugerente apellido, va a reconfigurar su pasado o, quizás, su futuro, en una vuelta de tuerca a la relatividad einsteniana. Posee la obra del dramaturgo argentino un deje beatífico a lo Frank Capra. Si nos fijamos en Qué bello es vivir, podemos hacer un paralelo tanto estético como moral. Aquí, en Todo el tiempo del mundo, no tenemos un ángel, pero conocemos espectros, aparecidos, visitantes, remedos de recuerdos posibles que cumplen esa función tan necesaria de recuperar las esencias vitales. Sigue leyendo

Scratch

Viaje introspectivo en la cabeza de un joven dj torturado por el desconcierto vital

Scratch. GRUMELOT. 00Parece que el grito de malestar de la juventud desnortada y sin futuro ha penetrado en los oídos de los dramaturgos. En prácticamente un mes nos hemos encontrado con Yogur | Piano, Wasted y, ahora, con Scratch. Obras protagonizadas por veinteañeros largos que ya le han visto las orejas al lobo, que han percibido una angustia de origen ignoto que no les permite encajar cómodamente en el flujo espaciotemporal de su época. Nada nuevo en las últimas décadas, pero las crisis acentúan la tensión de los «marginados». En el texto de Javier Lara, nos topamos con Antonio Carlos desde, como dice el autor, un supuesto, una hipótesis verosímil, en el lugar donde la vida se desvanece, desde un hospital en el que asistimos imaginariamente a su final o no. Pura introspección, pura regresión hacia los trazos que han configurado su existencia hasta ese momento. A través de este preludio, quizás un tanto explícito, en el que se nos propone aceptar la inmersión, comprendemos que, a partir de ahí, lo que veamos será el producto del caótico devenir de los recuerdos imborrables. Si por algo la función nos atrae desde el comienzo es por el ritmo, por los lenguajes entreverados con los que se plasma una historia que, por otra parte, no es una biografía lo suficientemente interesante como para sustentar por sí misma una obra de teatro (se dejan de lado aspectos que podrían ser sugerentes, como el segundo después en el que alguien se queda absolutamente solo en una ciudad como Londres o cómo se viven los altercados de la calle siendo extranjero); aquí la forma cuenta, afortunadamente, mucho. Sigue leyendo