Cucaracha con paisaje de fondo

Javier Ballesteros escribe y dirige una obra repleta de ironía y de verso sobre el deseo de ser madre, dentro del ciclo Sala Joven del Teatro Quique San Francisco

Cucaracha con paisaje de fondo - FotoAunque la ambientación que se pretende nos deba aproximar a las termas romanas destinadas en exclusiva para mujeres o a los actuales spas que se reparten por Europa, la flauta que toca Isabel Arranz nos traslada imaginariamente al sonido del shakuhachi, tan propio de algunas películas japonesas de la época dorada. También, por momentos, posee ese aire taciturno de Yasujiro Ozu. No obstante, la ironía vuelve a ser preponderante; porque los dramaturgos de nuestro tiempo parecen incapaces de acometer los temas directamente y precisan esa salvaguarda humorística para que el respetable se ablande, y no resople ante lo sentencioso. Aquí la comicidad es brillante y se enhebra en verso desde el principio hasta el final, lo que implica un humor negro eficaz. Por lo tanto, nos podemos divertir mientras se exponen los temas trascendentales como la autoexigencia de ser madre.

Parece ser que Javier Ballesteros, a quien conocemos fundamentalmente como actor (véase en los últimos tiempos: Cluster o ¿Que no…?), se ha inspirado en la novela corta La despedida, de Milan Kundera. Sin embargo, bien podría haberlo hecho en esas noticias que nos van llegando de los Países Bajos y que dan cuenta de los hijos que van acumulando algunos ginecólogos que utilizan su propio semen para inseminar a sus pacientes. Pero es el lirismo de Lorca, a veces con versos que parecen koans, y con chispas de sarcasmo, el que infunde el ritmo. Además, los símbolos, como veremos, se manifiestan en esta tragicomedia existencial de título inequívocamente kafkiano, aunque luego no se llegue a tal extremo.

En primera instancia, hay que afirmar que la escenografía de Pablo Chaves nos permite adentrarnos con gusto en la acción. Ha sabido aprovechar todo el espacio para que la pileta central, como una especie de ara sacrificial de mujeres que viven desesperadas puesto que no se preñan, concentra nuestra atención. Y el director, también Ballesteros, hace que sus intérpretes salgan y entren por doquier como si las escenas surgieran de improviso. Es más, el movimiento —que se encuentre la lentitud necesaria me parece estupendo— de las actrices deambulando sin destino, dejando caer sus toallas, enseñando sus cuerpos desnudos, nos dispone a la auténtica actitud de un balneario. Luego, los coros resultan algo estrafalarios y provocadores, complejos en la hilatura de metáforas, que van apostillando una hondura que descubrimos en unos personajes que ofrecen un equilibrio entre el bien y el mal muy sugerente.

Por una parte, habremos de establecer que María Jaimez (Fernanda) lleva en sí un papel que debemos tomar justamente como simbólico, más estático, pues no sabemos de dónde viene; pero sí sabemos adónde irá. Padece una enfermedad terminal y requiere ayuda para alcanzar el fin en el momento deseado. Lo importante es su fuerza discursiva, tan «terca», tan sincera, tan a vuelta de todo. Y así la actriz se maneja con gran soltura verbal hasta convertirse en una pitonisa sui géneris; no obstante, su labor quede un tanto elidida en esa parte. Puesto que aquí la cuestión es que las internas se relajen y encuentren ese punto de tranquilidad propicio para la fecundación. Y si para ello hay que recurrir a pequeños engaños, bien será. De todas formas, lo fundamental es la labor del médico, don Federico, un Pablo Chaves que se adentra en una conjunción de experiencias internas que desencadenan una panoplia de contradicciones (o no), que el actor acoge con aires de taciturnidad. Dispuesto a favorecer la eutanasia de su amiga; y, luego, reticente al aborto, por otro lado; y propiciador de nuevas vidas, porque parece que va en él un destino y una contribución natural que lo acerca a un dios o a un agente de «progreso» utópico. Por eso el juramento hipocrático le ronda y lo atormenta como un Pepito Grillo. Pero no nos quedemos solo en esto; ya que las líneas subargumentales son varias. Entre las pacientes, tenemos casi de todo. Por una parte, Rosa, tan educada, tan recatada y tan recta en el cumplimiento de las normas, nos entrega a une June Velayos rabiosa y bastante a la contra del ilusionismo que se va generando en las demás. Sus distintos enfrentamientos radicales con Fernanda ponen en marcha un mecanismo dialéctico que, en gran medida, moviliza el sentido profundo de la obra. La muerte y la vida, la enfermedad y la esperanza, el pesimismo y el deber kantiano. Muy distinta es Cristina, una Eva Chocrón, que habla de sí en tercera persona, como si estuviera enajenada, escurriendo el «bulto» y con muchas ganas de quedarse allí recluida y segura para siempre. Tan graciosa como triste. Luego, Laura Barceló se imagina teniendo un hijo japonés y demostrando que no tiene problemas a la hora expresar sus deseos sexuales. Más deslucido queda en el meollo el papel de Matilde Gimeno. Además, las enfermeras, identificadas por sus pelucas rosa (las pelucas, en muchos sentidos, son otros símbolos de identificación o, incluso, de encubrimiento) inciden en el entusiasmo que consideran que se debe poner con esas mujeres. Entre ellas, destaca la pulsión de Virginia de la Cruz.

Afortunadamente, el humor que se destila llega a ser sardónico y no se anda con zarandajas sobre lo políticamente correcto. Lo cual, dadas las circunstancias, es de agradecer. Aunque creo que al texto se le deben poner algunos peros; porque se sobredimensiona en el último cuarto. El dramaturgo encaja una escena explicativa casi al final para que nos quede clara la labor auténtica del médico. Es antidramático. Esa información debe deducirla el espectador a partir de los convenientes detalles que se vayan ofreciendo a lo largo de la función. Por otra parte, se quieren cerrar los hilos argumentales en exceso, cuando apenas unas frases serían suficientes (véase el remate de thriller policial que se pretende concretar con una explicitación de la coartada). En este sentido, me parece que la propuesta se podría pulir más. No obstante, son detalles negativos dentro de un proyecto muy consistente, con un trabajo literario estimable (se presume que puede depararnos también una buena lectura) y que merece totalmente continuar su andadura la próxima temporada.

Cucaracha con paisaje de fondo

Dramaturgia y dirección: Javier Ballesteros

Reparto: Laura Barceló, Pablo Chaves, Eva Chocrón, Virginia de la Cruz, Matilde Gimeno, María Jáimez y June Velayos

Ayudante de dirección: Víctor Nacarino

Escenografía y vestuario: Pablo Chaves

Música: Isabel Arranz

Iluminación: Juan Seade (La cía de la Luz)

Cartelería: Alejandra Sánchez-Mateos

Coordinación de producción: Raúl de la Torre

Producción: Mujer en obras

Teatro Quique San Francisco (Madrid)

Hasta el 26 de junio de 2022

Calificación: ♦♦♦♦

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