El director argentino Ciro Zorzoli nos muestra cómo se puede llevar al paroxismo el entrenamiento actoral
La peripecia que nos presentan T de Teatre en La Abadía es un capítulo más que debemos añadir a la lista de intromisiones metaliterarias que han trufado la literatura del siglo XX y de parte de este XXI. Ciro Zorzoli ha ideado un planteamiento en apariencia sencillo, en el que apenas intuimos una trama, y que consiste en lanzar a una compañía a desvelar sus métodos de trabajo, en este caso, su entrenamiento. Tenemos que situarnos no más atrás de 1905 ─fecha en la que estrenó Barranca abajo, el drama rural del uruguayo Florencio Sánchez que ensayarán más adelante─; aunque sus ropas pudieran trasladarnos a épocas más pretéritas. Ante un inmenso tapiz, bordeado por mesas, sillas y algún cachivache, aguarda Carolina Morro (a la sazón, asistente de dirección del espectáculo «real»), que le ha tocado el papel de Muleta. Apenas debe moverse de su sitio y emitir un par de palabras, y adoptar un rictus de seriedad casi hipnótico. La gracia del asunto, muy original, radica en el posicionamiento extremo de la profesión actoral, de tomar esta como un ejercicio gimnástico, de igual manera que podría observarlo un entrenador de salto de trampolín o, también, una pareja de bailarines de salón dispuestos a ganar una competición a base de caricaturizar los pasos. Es una interpretación de la interpretación. Una demostración de conductismo en la vía del condicionamiento operante, con sus recompensas y con sus condenas. Una especie de adiestramiento animalizador. Necesariamente debemos verlo, también, como un reflejo, casi un esperpento sardónico, sobre nuestro propio comportamiento en sociedad. Cualquier atisbo de naturalidad queda reducido a cenizas y la equidistancia es suprema frente a los stanislavskis de la vida, capaces de interiorizar su personaje hasta el paroxismo. Ejemplo de ello es Jordi Oriol que, en el papel de Víctor, nos demuestra con qué facilidad es capaz de pasar de la llantina a la más pura sobriedad. Se pone y se quita la máscara con tan solo desplazar la «goma». El actor brilla en su excentricidad, en el manejo de las situaciones y en su inusitada concentración en ese marasmo de forzada irrealidad. De forma parecida, tanto Albert Ribalta como Jordi Rico, en el comienzo del montaje, se afanan en el rol de instructor; manejan el manual, primero con esa falsa imposición del profesor cabrón que disimula cuando se siente observado. Luego, sus capacidades interpretativas se pondrán a prueba y veremos cómo son fustigados con su propia medicina. El arco de emociones y expresiones que dominan es amplísimo, y da gusto observar su transformación. Cerrando con los varones, se cuela un tipo estrafalario, un individuo de esos que jamás afirmaríamos que podría convertirse en actor, a la vez tímido e impulsivo, alguien que vive en constante tensión, Marc Rodríguez lo explora con sutileza. Ellas, desde luego, no se quedan atrás, son unas rivales invencibles. Desde Mamen Duch, en el papel de Francesa, que muestra cierta soberbia y sabe mantener la altivez; hasta Marta Pérez, con ese aire de fragilidad; pasando por Carme Pla, con esa capacidad que posee para introducir chispazos de excentricidad; y concluyendo con Àgata Roca, quien se lleva seguramente la mejores líneas, a las que sabe imprimirle las dosis justas de inocente ironía. Un elenco fantástico, dirigido por Ciro Zorzoli con gran inteligencia a la hora de modular la expresividad de las diferentes etapas. Todo ello complementado adecuadamente por la escenografía diáfana y el vestuario propicio de Alejandro Andújar. La verdadera lástima de la función es que contando con tales mimbres, una vez se ha puesto en marcha el mecanismo de las actividades y las prácticas actorales, no termine por derivar en una compactación mayor entre su arte y la superación del mero ejercicio. Probablemente, también, si en lugar de Barranca abajo, una obra prácticamente desconocida en España, hubiera sido alguna más reconocible, lo paródico hubiera resaltado mucho más y el compromiso del público también hubiera sido mayor, ante esa patente imposibilidad de trasladar la repetición de gestos y tics a una representación verosímil y natural. Aun así, Premios y castigos nos gana en su originalidad, en su comicidad y en el magnífico trabajo de los actores.
Dramaturgia y dirección: Ciro Zorzoli
Reparto: Mamen Duch, Carolina Morro, Jordi Oriol, Marta Pérez, Carme Pla, Albert Ribalta, Jordi Rico, Àgata Roca y Marc Rodríguez
Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: Carlos Lucena
Sonido: Roger Ábalos
Caracterización: Eva Fernández
Producción ejecutiva: Daniel López- Orós
Asistente artístico y entrenamiento corporal: Juan Manuel Branca
Coordinación de producción: Josep Maria Ibern
Jefa de producción: Carmen Álvarez
Jefe técnico: Rubèn Taltavull
Asistente de dirección: Carolina Morro
Realización de la escenografía: May, Roman Ogg y Sol Curiel
Realización de vestuario: Luis Espinosa y Ángel Domingo
Fotografía: David Ruano
Administración: Paula Martínez
Producción: T de Teatre, Teatre Lliure y Grec 2015 Festival de Barcelona
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 20 de noviembre de 2016
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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