La bella Dorotea

El Teatro Español recupera obra del dramaturgo madrileño Miguel Mihura. Una historia sencilla en la que prima el humor absurdo y la rebeldía de su heroína en el chismoso ambiente de un pueblo costero

La bella Dorotea - Foto de José Alberto Puertas
Foto de José Alberto Puertas

En primera instancia, no parece que «actualizar» La bella Dorotea, estrenada en 1963, situándola en los años setenta, sea suficiente como para que nos pueda decir algo que no resulte tan ingenuo como caduco. Y eso que el tema del chismorreo y el critiqueo generalizado se ha revitalizado en los últimos años debido al uso patológico de las redes sociales. Pero Amelia Ochandiano se ha quedado en una década que estéticamente se nos hace pop y nos colorea la ferroviaria costa cantábrica. Por lo tanto, el entretenimiento naíf se impone sobre un texto que ha envejecido mal. Esto ocurre, desde mi modesta opinión, porque lleva un ritmo interno muy desigual, y el humor que se destila requiere en nuestras acostumbradas percepciones audiovisuales una vivacidad insolente que en el Teatro Español decae en el suceder de las escenas. 

Uno de los elementos que sutilmente más destacan es la interpretación diferenciada entre Manuela Velasco y el resto del elenco. La gran protagonista actúa como una chica de hoy, bastante desenvuelta, guapa, elegante y con encanto. Aunque también es verdad que a su personaje le faltan matices; puesto que no se llega a percibir un contraste mayor entre su sarcasmo empoderado de los primeros embates y la decadencia que deberíamos observar, cuando, pasados los meses, sigue con el mismo vestido de boda, después de que la plantaran el día señalado, orgulloso porte paseando por la Calle Mayor hasta que encuentre el novio que no llega. Ya que casi podemos llegar a contemplarla como una escéptica y una desencantada, más que como una auténtica romántica como es ella. Es el pueblo el que es antirromántico, el que toma el matrimonio como una institución basada en la unión de las dotes.

Y, como afirmaba, los demás intérpretes se acompasan con modos y, sobre todo, con gestos, de las comedias de antaño, donde se pretenden recalcar ciertos clichés y algunas bromas. Así lo vemos en las tres amigas: Mariona Terés, María José Hipólito y Belén Ponce de León. A las que se suma Rosa, la criada, una Rocío Marín muy avispada y encariñada con Juan, un feriante, encarnado por César Camino. Este, previamente, ha demostrado su excelente vis cómica con su bigote y su cojera haciendo de doña Rita, la tía. Estas maneras se concentran esencialmente en el primer acto, el que genuinamente expresa el humor característico de Mihura, con sus golpes de efecto, con sus ilógicas absurdeces potenciadas por el comportamiento extraño, como bien muestra Raúl Fernández de Pablo haciendo del padre, del cacique. Porque luego, él mismo, en el segundo acto, se ajustará, como pretendiente casi improvisado, a la atmósfera tan propia del realismo costumbrista con todos sus estereotipos; cuando la comedia ya se ha rebajado bastante y nos destina a un monólogo final que, a todas luces, sobra.

Desde luego, el montaje está configurado para el embellecimiento general, para agradar al público con la experiencia, más que para persuadirlo por el lenguaje. De esta forma, la música de aquella época y las transiciones irónicamente danzadas, se aúnan con una escenografía de Raúl García Guerrero que resulta juguetona inicialmente con todos los retratos (alguno muy inquietante) o la nube lluviosa (la gotera posterior es molesta) y, después, en la cantina con los relojes suavemente oníricos. Sí que me llama la atención el traje nupcial de nuestra heroína pues, además de permanecer intacto, uno llega a olvidarse que lo porta una consecuente novia, ya que parece más un vestido de graduación.

A estas alturas, La bella Dorotea necesita un buen meneo dramatúrgico o, directamente, dejarla en hibernación para cuando en el futuro se pueda contemplar como un vestigio quizás chocante.

La Bella Dorotea

Autor: Miguel Mihura

Dirección: Amelia Ochandiano

Reparto: Manuela Velasco, Raúl Fernández de Pablo, Rocío Marín, César Camino, Mariona Terés, María José Hipólito y Belén Ponce de León

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI)

Diseño de espacio escénico: Raúl García Guerrero

Diseño de vestuario: María Luisa Engel

Diseño de espacio sonoro y videoescena: Jose Mora

Ayudante de dirección: Ana Barceló

Residencia de ayudantía de dirección: Virginia Rodríguez

Ayudante de escenografía: Juanjo González Ferrero

Ayudante de iluminación: Irene Cantero

Residencia de ayudantía de dirección: Virginia Rodríguez

Una producción de Teatro Español

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 1 de mayo de 2022

Calificación: ♦♦

Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.