Paisajes para no colorear

Marco Layera configura un montaje enérgico con nueve adolescentes chilenas que ponen voz a sus problemáticas más acuciantes

Foto de Jorge Sánchez

Los acontecimientos turbulentos que acaecen en Chile, en una demostración palpable del hartazgo de una gran parte de la sociedad que no soporta los desiguales repartos de la riqueza, dan más la razón a esta obra que se representa en el Teatro de La Abadía y que fue estrenada en 2018. Recopilar testimonios de ciento cuarenta adolescentes con edades comprendidas entre los 13 y los 17 años, centrados, fundamentalmente, en el tema de la violencia. Marco Layera se pone al frente de este proyecto con el Teatro La Re-Sentida (recordemos su participación en la anterior convocatoria del Festival de Otoño con Tratando de hacer una obra que cambie el mundo). Para los que estamos acostumbrados a trabajar con jóvenes, es necesario tener una serie de salvedades con ellos para conjugar su capacidad de expresión más o menos libre con algunas de esas ínfulas que a veces gastan y con las que suelen manifestar sus gigantescas carencias intelectuales. Un adolescente, más allá de estereotipos, es un testimonio inédito, un hallazgo, una materialización presente del estado de nuestra cultura, del espíritu del pueblo vivificado en ellos. Dignos siempre de estudio y atención. ¿Qué ha hecho Chile para que estas chicas que tenemos delante piensen y actúen así? ¿Qué tipo de educación han recibido? ¿Qué influencias las han moldeado? ¿Qué clase de experiencias han tenido en esta sociedad que les ha tocado vivir? Es un poco difícil ponerse en situación, porque para ello habría que colocarse correctamente en la idiosincrasia de la juventud chilena. No obstante, aceptemos que allí cargan con unos problemas que nosotros hemos resuelto o que tenemos controlados o que estamos en el firme propósito de solucionar. El aborto, el matrimonio homosexual, los derechos para el colectivo LGTBI o las medidas y el compromiso social que acabar con la violencia doméstica en todas sus variedades. Además de que, afortunadamente, nuestro país tiene un índice de homicidio de los más bajos del mundo. Está claro que Chile es un país que ha pasado, desde el 73 ―si queremos poner una fecha absolutamente determinante tanto para ellos como para luego otras naciones del entorno― por una serie de conflictos terribles (la temporada pasada lo volvimos a recordar con la extraordinaria Shock (El Cóndor y el Puma)) que han permitido un despliegue tremendo del neoliberalismo, que ha potenciado la pobreza de los más desfavorecidos. Quizás el mayor inconveniente con el que nos topamos en esta función es el establecimiento de unos cajones estanco, de la descripción de diversos relatos que no generan conflicto, ni discusión entre ellas y que se exponen, a veces, como proclamas políticas con evidentes fallas de inmadurez. Lo más satisfactorio es ver a nueve chicas desplegando una energía y una rabia visceral que resulta, de algún modo, envidiable. No es nada nuevo, por supuesto, pues las generaciones anteriores han tenido sus momentos de lucha. Hay que reconocer que tanto las chilenas como las españolas (igualmente en muchos otros lugares del planeta) están presionando fuertemente en las calles para reclamar justicia en cuanto a la violencia que en mayor o menor grado reciben algunas de ellas. Porque otras reclamaciones, al menos en España, parecen abandonadas; ya sea el trabajo decente, una vivienda digna a precio razonable, etcétera. Atendemos a cada historia con la satisfacción de observar diferentes dramaturgias, distintos modos teatrales para sorprender al espectador. Virtud inequívoca del director y de Carolina de la Maza. Hallamos la habitual defensa del «visto como quiero», con la representación de la muerte por asfixia de Lissette Villa (11 años) en un centro de menores, el discurso frecuente sobre la identidad de género y la creencia de que lo importante son los sentimientos para no definirse ni como hombre ni como mujer; el acoso sufrido por ser lesbiana, la crítica a la venta de muñecas hinchables que inducen a la pedofilia o el tema del aborto en una sátira de las señoronas de visón que son capaces de infravalorar una violación a una niña con tal de sacralizar el feto. En fin, muchas cuestiones de gran calado; pero con un recorrido escueto. Certeramente también imprimen el gamberrismo propio de unas muchachas con las hormonas desorbitadas, por eso no falta el reggaetón, la fiesta del pijama, las acusaciones directas al presidente Piñera y algo de agresividad en plan comando de ataque feminista. Verborreicas de más, cuando chafan un poco la función al querer remarcar en el epílogo sus intenciones y demostrar fehacientemente que son adolescentes. Resulta risible aquello de que se posicionen frente al pensamiento «adultocéntrico»; pues nunca las sociedades modernas han situado más en el centro a los niños y a los jóvenes arrastrándonos a todos a una infantilización generalizada. La sociedad de consumo los mima y los imbeciliza como a nadie. Los asuntos nos suenan, pero sabemos que, como siempre ha ocurrido, las responsabilidades del mundo adulto cambian las perspectivas y las orientaciones. Tener y cuidar hijos, que es una de las cuestiones que más planean debido al alto índice de embarazos no deseados en menores, asimismo cobrará otro significado muy diferente. Paisajes para no colorear es una obra cargada de potencia, con discursos muy ingenuos y gestos de fuerza que se evaporarán con el tiempo; aunque su denuncia pone sobre el tapete gravísimos problemas que requieren una solución urgente. Por eso es necesario gritar. También reflexionar con mesura para no dejárselo en bandeja al enemigo.

Paisajes para no colorear

Creación colectiva basada en los testimonios del elenco y más de cien adolescentes chilenas

Dirección: Marco Layera

Dramaturgia: Carolina de la Maza y Marco Layera

Reparto: Ignacia Atenas, Sara Becker, Paula Castro, Daniela López, Angelina Miglietta, Matilde Morgado, Constanza Poloni, Rafaela Ramírez y Arwen Vásquez

Asistente de dirección: Carolina de la Maza

Asesoría dramatúrgica: Anita Fuentes y Francisca Ortiz

Psicóloga: Soledad Gutiérrez

Diseño de escenografía e iluminación: Pablo de la Fuente

Diseño de vestuario: Daniel Bagnara

Jefe técnico: Karl Heinz Sateler

Música: Tomás González

Sonido: Alonso Orrego

Producción delegada y distribución en España: Carlota Guivernau

Producción: Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM)

Coproducción: Compañía de Teatro La-Resentida

37º Festival de Otoño

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 24 de noviembre de 2019

Calificación: ♦♦♦

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