El silencio de Elvis

Sandra Ferrús trata el tema de las enfermedades mentales y su falta de apoyo en la Sanidad Pública en un drama algo superficial

El silencio de Elvis - Foto de Paula Pinon
Foro de Paula Pinón

Es absurdo, por supuesto; pero una metedura de pata (me corto, claro) de un diputado en el Congreso, puso sobre la mesa —y parece que para quedarse—, la realidad sobre los trastornos y las enfermedades mentales; aunque la iniciativa partía de Errejón, quien ha tomado la cuestión como uno de los pilares de su programa. Cualquiera que trabaje, por ejemplo, en un instituto, ha comprobado cómo la pandemia —y lo que esta conlleva— ha multiplicado las incidencias psicológicas y siquiátricas en los adolescentes. Esto venía de atrás, no obstante, ahora se ha acelerado. Por lo tanto, viene muy a cuento recuperar esta obra que Sandra Ferrús presentó en 2018. La dramaturga estrenó hace unos meses su segunda pieza, La panadera. De hecho, comparando la escritura de ambas, observamos claramente que la primera, la que nos compete aquí, posee graves problemas estructurales y otros en cuanto al desarrollo de los caracteres. Porque la sustancia costumbrista se apodera del argumento y lo que parecía —si observamos las escenas iniciales— una propuesta con mayor recorrido, luego se deshilacha hasta lo anodino e, incluso, insignificante. Quizás la autora puso el freno a la hora de embarcarse en un drama demasiado gravoso y quiso suavizarlo con una serie de guiños falsamente esperanzadores. Por otra parte, el espectador se queda inerme cuando quiere interpretar las posibles causas de tal dolencia. Si son endógenas —ante lo cual poco podríamos argüir—, o si son exógenas; como da la impresión de que puede ocurrir. Ya que aquí contamos con un tipo, con Vicent, que nos predispone al mundo extraordinario de Elvis Presley y sus seguidores, y del que sabemos que es obrero en paro, y que le van a quitar el piso, y que ha empezado a escuchar una voz en su cabeza. Ha vuelto a vivir con sus padres y ese hogar se ha cargado de molestias insoportables. Otro detalle que podríamos tener en cuenta, es que parece que también sale de fiesta y que consume algunas drogas. Esta descripción se queda ahí; puesto que apenas se desarrolla ninguna de estas líneas. Y, lo que resulta más inverosímil, no llegamos a observar cómo se mete en líos verdaderamente graves. O acaso pensamos que en el lapso que se da en el espectáculo no deberíamos conocer algún desastre personal más llamativo. Elías González, quien muestra cierta afabilidad y que va trufando la función con salidas de tono algo extravagantes, realmente llega a perder el control —no lo desvelemos aquí totalmente—, pero no trasluce su auténtico sufrimiento, ni el comportamiento que lleva a su madre a la desesperación. Nos enteramos de sus dirupciones de oídas; pero no vemos su violencia o su descomposición moral. En la mayoría de las escenas parece que tenemos delante a un niño, no a un esquizofrénico. Se ve raro, por ejemplo, que José Luis Alcobendas —solvente, como siempre, aunque anquilosado expresivamente—, que es el padre, pierda tanto la paciencia con su hijo por algo que es irritante; pero no tanto como para considerar que es uno de los síntomas más insufribles. Y es que Vicent «tiene la cualidad» de saber lo que otros van a decir, y se anticipa. Este hecho, resulta, en alguna medida, interesante; pues nos sitúa en la posición del paciente, en su mirada. No obstante, esa perspectiva no se explota dramatúrgicamente y solo sirve como guiño humorístico. Luego, la madre, Susana Hernández, tiene gran protagonismo; aunque la actriz, con su buen hacer, no puede romper el estereotipo marcado por la dramaturga. En cualquier caso, en esa familia se relata el malestar; sin embargo, se nos quiere disuadir de la pena desasosegante que sufren. Retazos de comedia surgen por doquier y en eso se empeña la propia Ferrús, que hace de la hermana, y que planta su gran sonrisa y su positividad constantemente. Cuesta asumir que la obra se quede sin contenido y que los minutos se llenen con escenas con poco crédito dramatúrgico, ya sea un baile algo ridículo con la música de Érase una vez…la vida de fondo, o con cuadros triviales como zamparse unas magdalenas o un roscón de reyes. Y es que, insisto, si la veta que nos habla de Vicent presentándose a un concurso televisivo de nuevos talentos musicales queda inconclusa; su estancia carcelaria nos vuelve a usurpar su experiencia personal. Porque esta función contiene demasiado texto narrativo sobre las andanzas y las características del afectado, véase, por ejemplo, cuando se dirigen los familiares, por separado, a un supuesto juez. Finalizo. Todo lo que no sea contemplar a Elías González explotando su gama de padecimientos y su ristra de irracionalidades es sortear el meollo de manera torticera para que el público no se estampe con la profundidad de esta realidad. Por otra parte, el que debiera ser una especie de doble, de espíritu emancipador y sorpresivo, de subterfugio imaginativo para sus pesares, resulta poco menos que ineficiente y muy poco rockero. Martxelo Rubio es una sombra de Presley, un hombre con las patillas de hacha perfiladas en su rostro; pero no inquieta, no alienta. Y cuando hace de siquiatra apenas cumple rutinariamente. Es el personaje más deshilachado, cuando tendría que ser el vertebrador del posible espacio inconsciente del trastornado. De la escenografía de Fernando Bernués mejor no comentar nada, si piensa que un sillón orejero y una mesa camilla se pueden mezclar con unos paneles plateados al fondo. Aunque, se debe considerar una obra primeriza, El silencio de Elvis al menos puede servirnos como reflexión sobre la falta de atención que reciben enfermos mentales en la Sanidad Pública y lo que esto supone, además, para las familias que se quedan sin apoyo, que es en lo que políticamente se aprecia una reacción, al fin, que deberá refrendarse con hechos.

El silencio de Elvis

Texto y dirección: Sandra Ferrús

Reparto: José Luis Alcobendas, Sandra Ferrús, Elías González, Susana Hernández y Martxelo Rubio

Escenografía: Fernando Bernués

Vestuario: Cadaunolosuyo

Iluminación y espacio sonoro: Acrónica Producciones

Ayudante de dirección: Aitor Merino

Una co‐producción de El vodevil S.L., Tanttaka Teatroa, Acrónica Producciones S.L. e Iría Producciones.

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 13 de junio de 2021

Calificación: ♦♦

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