Pilar Massa dirige esta provocadora comedia negra de corte fantástico firmada por Philip Ridley en los Teatros del Canal
De primeras uno debe pensar en la sátira de Jonathan Swift, Una humilde propuesta —pudimos ver de ella una adaptación teatral dirigida por Laila Ripoll hace pocos años—. Si aquella daba solución a la molesta presencia de los niños vagabundos en las calles y a la acuciante hambre de la sociedad británica, las Alimañas de Philip Ridley, reparan lo primero y solventan las dificultades de los jóvenes para acceder a la vivienda, de sus sueños. Quién se lo iba a decir a Adela Cortina, cuando escribió aquello de Aporofobia, que ahí estaba encerrada la política inmobiliaria más eficiente. Por supuesto, que el tema viene que ni pintado para nuestro país y, sobre todo, para las grandes capitales; pues el abuso, por ejemplo, con los alquileres es insolente —no obstante, habría que rascar mucho acerca de las causas y de las soluciones—. En cualquier caso, la joven pareja formada por Lili y Oli va a recibir una sorpresiva carta del ayuntamiento, con una inmejorable oferta consistente en agenciarse por la cara (o por sus ocultas aptitudes) una casa algo ruinosa, pero con muchas posibilidades de reforma, en un barrio que aspira a convertirse en deseable. Así se lo comenta la señorita Di (la diabla, la Mefistófeles que viene a envenenarlos con el virus de la avaricia y de la ambición desmedida). Pilar Massa no solo interpreta con enorme soltura y seguridad este ambiguo personaje, sino que se ha puesto a dirigir el montaje y, como veremos más adelante, ha realizado un trabajo de gran meticulosidad y exigencia, con un resultado sobresaliente. No obstante, adelantemos ya, que Alimañas (brillantes) (Radiant Vermin), que fue estrenada en 2015, está sobredimensionada y que tiene una duración claramente excesiva. La fábula que se propone se extiende con prólogo, epílogo, consultas al público y redundancias varias, con manifiesta influencia de Ionesco, que la llevan hasta las dos horas, cuando el asunto no daría para más que hora y media e, incluso, menos. Otro de los aspectos que dentro del argumento me parecen inverosímiles o destinados a un azar encajado sin cuidado, es la primera muerte de un mendigo, casi como aquel asesinato cómico de Very Bad Things (1998), de Peter Berg, cuando empotran a una chica contra un perchero. Es decir, la muerte de ese indigente, transformado por arte de magia en una especie de lluvia de estrellas fulgurante, sirve para comprobar que ha propiciado una absurda reconversión mobiliaria, en concreto, la cocina que este matrimonio imaginaba en sus cabezas. ¿Qué hubiera ocurrido si no se hubiera llegado a ese término? Parece un poco traído por los pelos, cuando la señorita Di debía lograr, como fuera, que llegaran a esa conclusión. Donde muere el vagabundo, al pasar un minuto aproximadamente, allí la decoración de la estancia que toque se ajusta a sus deseos. Es algo que puede sonar inicialmente algo infantil, como si fuera David, el gnomo metamorfoseándose en árbol al morir o alguna de esas cintas que mezclan fantasía con ciencia-ficción como Están vivos, de John Carpenter. Una vez descubierto el mecanismo, la comedia brota con negrura y el antojo de los protagonistas se dispone sin freno. Los vicios morales, con la hipocresía a la cabeza, se entreveran en justificaciones que monumentalizan la falacia. Pruritos de cristianismo insertados en sus conciencias son frenos que paulatinamente se deshilachan porque ese poder, propio del rey Midas, engancha como la fiebre del oro. Al principio es Ignacio Jiménez quien, como hombre, cumple con su destino valeroso y acude con su coche deportivo a la caza de esos seres infrahumanos que pueblan los alrededores. Luego será Ainhoa Santamaría quien se despoje de sus ataduras religiosas y de su humildad para considerar que esas «piltrafas humanas» pueden pasar a «mejor vida» y contribuir al bienestar de los «elegidos». Resulta muy beneficioso para el argumento que no se reduzca a las habituales descripciones y narraciones del estilo fabulístico, sino que se dramatice con algún ejemplo manifiesto. Que Pilar Massa se invista de pobre y que con su presencia en la casa nos confirme que aquella pareja ha perdido el oremus; puesto que ni la mirada de la víctima hace brotar la compasión, es un punto de no retorno. Aquel que atraviesan los sicópatas o aquellos asesinos, también soldados y otros individuos, puestos en la tesitura de matar. Ya se sabe, ojos que no ven, corazón que no siente. Por eso, si rebuscamos en el posible trasfondo de la sátira, nos podemos encontrar una crítica radical del mercado capitalista desde sus orígenes hasta la actualidad (no faltan frases de personajes secundarios apuntando en esta dirección. No hay más que escuchar a los hijos adolescentes de los vecinos, unos auténticos «radicales izquierdosos»). La lógica, por tanto, sería como suelen hilar los puristas del anticapitalismo: si las damas lucen deleznables diamantes de sangre, nosotros portamos móviles con baterías de coltán, y este es extraído por niños en minas del Congo; o vestimos ropa cosida en condiciones esclavistas para que nos resulte asequible, etcétera, etcétera. Todos y cada uno de los productos que compramos «libremente» en el mercado, conllevan un grado de explotación laboral, según la ideología marxista. Y parece que nadie se puede salvar de la quema. Y si no, prueben a ver. Acumulación de capital desde la expropiación, imperialismo, abuso de poder, invasión industrial, esclavitud encubierta y nosotros luchando por ascender un peldaño más de la escala de las infinitas microclases de hoy en día. Es torticero, quizás, el planteamiento, y hasta demagógico; pero, ¿hasta qué punto nuestro mercado da cabida a bienes producidos sin garantías de justicia social? En cualquier caso, tampoco hace falta que el espectador se sofoque, pues la obra se puede disfrutar como un divertimento —todo se puede disfrutar como un divertimento— ingenioso y purificador. Además, tanto Ainhoa Santamaría como Ignacio Jiménez logran esa actitud próxima a la artificialidad del humanoide que percibimos cuando se intenta reflejar el puritanismo de la susodicha clase media americana, con sus tonos pastel, sus sonrisas infantiles, sus autojustificaciones pasmosas, de esa gente inofensiva que, a la postre, resulta macabra porque atesora mucho miedo a perder lo conseguido. Me recordó por esto que comento y por el propio contenido fantástico a la película Pleasantville. La escenografía de Rafael Garrigós funciona con idoneidad por su sencillez y permite dar un aire de futurismo que recuerda bastante a algunos capítulos de Black Mirror, pues uno tiene la sensación de cierta tecnologización, aunque los derroteros vayan por otro lado. Otra cosa es que en la escena cumbre de la obra —también alargada en demasía—, donde invitan a todos los vecinos, y ellos encarnan a cada uno, en la hecatombe slapstick, en la deformación de un teatro físico que es meritorio por lo que implica; pero al que le falta el virtuosismo que se podría lograr, precisamente, si todo fuera un poco más conciso y el in crescendo alcanzara el consiguiente paroxismo. Pero, desde luego, es un trabajo esforzado y duro. Aunque la propuesta conlleve una apelación moralista —bastante irónica— al público, lo cierto es que es una obra inteligente que permite deambular por las entrañas humanas y nuestro actual modo de vida. Entre los Parásitos de Bong Joon-ho y las Alimañas de Ridley anda el juego. Ustedes eligen si les conmueve o les paraliza.
Dramaturgo: Philip Ridley
Traducción: Manuel Benito
Dirección: Pilar Massa
Intérpretes: Ainhoa Santamaría, Ignacio Jiménez y Pilar Massa
Diseño de escenografía y vestuario: Rafael Garrigós
Diseño de iluminación: Francisco R. Ariza
Diseño de espacio sonoro y música original: Raquel Jiménez
Diseño de audiovisuales: Miguel Agramonte
Prensa: Alexis Fernández – alexis@encursiva.es
Fotografía: Sofía Moro
Diseño gráfico: David de la Torre
Producción: Massa i Jiménez con Teatros del Canal
Ayudante de dirección: Eva Egido
Técnico en función: Miguel Agramonte
Maquinaria: Borja Torregrosa
Construcción escenografía: Readest Montajes S.L.
Transporte: Transportes Castillo
Residencia técnica: Teatro Municipal de Coslada
Jurídico: Gestión de actuantes S.L.
Distribución: http://www.matelcultura.es
Teatro del Canal (Madrid)
Hasta el 20 de junio 2021
Calificación: ♦♦♦
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