Troyanas

Ángeles González-Sinde y Adriana Ozores han realizado una magnífica propuesta sobre la tragedia de Séneca

Troyanas - Foto de Sergio ParraEstá claro que la pujanza en los últimos tiempos del feminismo no solo provoca miradas desde otra consciencia, sino que se buscan temas y conflictos donde las mujeres sean las protagonistas. De hecho, sobre las Troyanas de Eurípides ya se realizó una adaptación en 2017 en esa línea. Sobre la tragedia de Séneca se han realizado menos puestas en escena; así es que resulta una buena oportunidad esta que nos brinda el Teatro de la Comedia para aproximarnos a su particular concepción. Aquí la dramaturgia y la intervención en el texto de Ángeles González-Sinde potencia aún más la presencia femenina y toma una serie de riesgos que, a la postre, la convierten en un magnífico proyecto. Primero, sacar a escena a un chavalín de unos diez años (algunos menos debería tener) para declamar un prólogo elocuente (la elocuencia que se le puede exigir a un muchacho de esa edad) es jugarse un comienzo torpe. No es brillante; pero el asunto se solventa con la suficiente sobriedad como para que entremos en materia con hondura. Y puesto que el coro debe ser reducido para aproximar su esencia a un lenguaje más contemporáneo y acorde a la propuesta, la coreografía ideada por Jon Maya Sein, se inserta con esa significancia que remite a la lucha, a la pulsión guerrera y resistente (no hay más que fijarse en el maquillaje bélico que cubre los ojos del elenco). Son aciertos que se van concatenando sin fin hasta el desenlace. Qué pocas pegas se pueden poner a este espectáculo, cuando, además, es una obra cargada de enseñanzas, donde la religión se bate con otras consideraciones morales de gran calado. El estoicismo de Séneca, tan volcado en la ética, se percibe, por ejemplo, en ciertas respuestas consoladoras (que, por supuesto, tienen eco en sus conocidas Consolaciones, como a Marcia, donde leemos: «Si alguien se compadece de los muertos, que se compadezca también de los que no han nacido. La muerte no es ni un bien ni un mal; en efecto, puede ser un bien o un mal aquello que es algo; en cambio, lo que en sí mismo no es nada y todo lo reduce a nada, no nos abandona a ninguna clase de suerte».). Cuando Hécuba toma la palabra, nos situamos en la posguerra de Troya. Los vencedores anhelan regresar; pero antes deben cumplir con algunos mandatos divinos (y políticos). Pepa Pedroche se impulsa con la energía propia de una reina acostumbrada al dolor, pero no por ello insensible (una gran diferencia, también entre la postura estoica y la epicúrea). Su fortaleza enmarca la función como el gesto patente de una honorable victoria pírrica. Ella, como bien comprobamos en su entronización entre las ruinas, simbolizará la memoria y la semilla del renacer de su estirpe a través de las supervivientes. Una interpretación brava y lacrimosa; subyugante. Marta Guerras es de todas la que lleva su interpretación hacia una posición más agresiva y consigue, de alguna manera, que los varones queden minusvalorados. Estos no parecen bárbaros, sino individuos, en cierta medida, empujados por un determinismo divino. Así lo escuchamos en el debate que sostienen Pirro (el hijo de Aquiles) y Agamenón (quien había sacrificado a su hija Ifigenia para que los vientos fueran propicios). Al primero lo interpreta con ese punto inexcusable de soberbia juvenil Víctor Saínz; mientras que Javier Lara aporta sin estridencias su postura más racional. Luego, Ulises, un Alfredo Noval sagaz y algo manipulador, mantendrá uno de los embates dialécticos con Andrómaca más definitorios. Ella, una Elsa González que se defiende con fiereza, como una madre que se niega, evidentemente, a entregar a su hijo, el heredero troyano. Extraordinario me ha parecido el Calcante de Alejandro Saá, su cadencia al hablar, tan paladeada y temblorosa, decadente, logra transmitir el mundo oculto de los oráculos, que como sacerdote y adivino domina. Percute controversialmente en esta circunscripción femenina, el papel de Helena. Sara Moraleda expone su queja con brío y con locuacidad, y discurre por esa argumentación tan amarga para esos momentos, de reivindicar su estatus de víctima. Reclama, diríamos hoy, una lógica sororidad que parece no hallar. González-Sinde le ha otorgado texto a Políxena, un personaje callado en la obra de Séneca. Una buena idea, que Alba Enríquez aprovecha para aceptar su destino con cierta aquiescencia, pues Aquiles, desde el más allá, la solicita como fatal sacrificio. Finalmente, Silvana Navas cumple con vigor su labor como corifeo. En otro orden de asuntos, hay que reconocer que la dirección de Adriana Ozones es de una apabullante sensatez; puesto que marca un ritmo lento, adensado y coherente con los acontecimientos; donde cada escena posee el oxígeno necesario para que podamos escuchar con claridad los diferentes diálogos y disputas. La atmósfera que se propicia es espectral, todo el elenco parece deambular por un cementerio iluminado con mucha destreza por Juan Gómez-Cornejo. Porque otro de los puntos destacables es la escenografía (y el vestuario) de Alessio Meloni. Ha situado un busto femenino que es una conflagración de símbolos que no paran de brotar en toda la función. Primero, porque sencillamente sitúa el hieratismo femenino, sereno, que soporta con estoicismo todo el dolor. Además, con belleza, la que identificamos con Helena y con el valor que le daban tanto los griegos clásicos como los romanos durante el imperio. Después, porque al girarla encontramos una ruina, la troyana, que es como si la carcoma hubiera hecho de las suyas o, peor, un tumor moral hubiera corroído el honor de aquellos pueblos; pero, a la vez, es un basto sitial del que renacerán los troyanos. La vestimenta en color ceniza, con ese aire romántico de fantasmal necrópolis, completa una apariencia perfectamente diseñada. La música de Antonio Meliveo incide meticulosamente tanto en lo fúnebre como en las tensiones de las discusiones. Las «perras negras» a las que se hace referencia en el epílogo, no son aquí solo las palabras, sino las mujeres que van a sufrir más, si cabe, la irracionalidad de una guerra en la que pierden casi todos. Estas Troyanas suponen un espectáculo admirable.

Troyanas

Autor: Séneca

Dramaturgia: Ángeles González-Sinde

Dirección escénica: Adriana Ozores

Reparto: Pepa Pedroche, Víctor Saínz, Javier Lara, Alejandro Saá, Elsa González, Marta Guerras, Alfredo Noval, Sara Moraleda, Alba Enríquez, Silvana Navas, Nicolás Camacho (Lucas Blas, Bruno Moragón, Miguel Moragón)

Escenografía y vestuario: Alessio Meloni (AAPEE)

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Voz y palabra: Vicente Fuentes

Composición musical: Antonio Meliveo

Coreografía: Jon Maya Sein

Asesora de contenidos: Laura Duhalde

Ayudante de dirección: Xus de la Cruz

Ayudante de escenografía y vestuario: Juanjo González Ferrero

Ayudante de iluminación: Pilar Valdevira

Referencias artísticas: Tania Font y Johnson Tsang

Espectáculo producido por la CNTC

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 22 de mayo de 2021

Calificación: ♦♦♦♦

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