Rita

Carlos Hipólito y Mapi Sagaseta sondean el tema de la eutanasia a través de una comedia amable firmada por Marta Buchaca

Foto de Javier Naval

Para tener tan cerca la disputa sobre la eutanasia, esta obra se presume tan timorata como anticuada. Enormemente prejuiciosa, en el sentido de comportarse como el tiburón que da vueltas alrededor de la sanguinolenta presa y despreciar la dentellada alimenticia. Rita es de esas comedias que terminan por obviar el meollo de la cuestión, no porque le exijamos una respuesta concluyente; sino porque la materia posee mayor hondura que la expresada en el texto de Marta Buchaca. Y es que la dramaturga, parece que ha pensado más en el entretenimiento del respetable y no ha querido agobiarlo con cuitas morales de mayor calado. La liviandad en los diálogos nos hace deambular por intimidades corrientes de dos hermanos que se sitúan ante dos hechos acuciantes, las dos Ritas van a zanjar sus vidas. El asunto es que una es perra y la otra madre, una va a ser sacrificada con una inyección para ahorrarle el ensañamiento de su padecer; y la otra va a tener que esperar a que el Alzheimer la consuma hasta el estertor, mientras el olvido apacigua el sufrimiento, y los humanos se regocijan con su firmeza ética. Algo más de diez escenas fulgurantes en el ritmo y en el proceso, con diálogos ágiles; pero que soslayan con humor casi blanco e inofensivo cualquier debate profundo. Nada que tenga que ver, por ejemplo, con el antiespecismo que poco a poco va permeando en más capas de nuestra sociedad. Sin ir más lejos, estas semanas se ha planteado el «controvertido» hecho de que una sustancia extraída de los tiburones (el escualeno) sirve para hacer las vacunas. ¿Valen más los tiburones que los humanos? Cada uno que responda, con la que está cayendo. O, en su momento, cuando el caso del ébola y el perro Excalibur. Rita es naíf en todos estos aspectos y solo está destinada al divertimento y a que sus intérpretes demuestren sus sobradas aptitudes. Porque Buchaca acude a todos los estereotipos y a las características más imperiosas de la comedia burguesa, para que la digestión sea plácida. Carlos Hipólito y Mapi Sagaseta vienen de triunfar en el montaje del Centro Dramático Nacional de Macbeth. Ahora se embarcan en este proyecto que, de seguro, les permitirá soltar tensiones shakesperianas. Ambos están excepcionales y son la mejor baza de la función. Sacan oro de cualquier indirecta irónica, consiguen que los espectadores reaccionen con risas a muchas de las ocurrencias que ellos expresan con soltura inigualable. Y, sí, reconozcamos que más allá de todas las anécdotas personales de los personajes sobre sus divorcios y sus amantes y sus movidas laborales, cuando tratan el tema de la muerte, atinan con algunas preguntas y respuestas que siguen estando pendientes en nuestra cultura. Y es que el enfrentamiento con el fatídico final ha dado un cambio muy brusco en los últimos cincuenta años aproximadamente; puesto que hemos ido «higienizando» la cuestión, alejándola de nosotros y agarrándonos a falsas esperanzas de todo tipo, para creernos que un poquito de inmortalidad está cerca. Nos hemos autoengañado y ahora pasa lo que pasa. En este sentido, sí que se dan momentos, repletos de humor, en los que algún interrogante se nos lanza para que lo atrapemos para después de la representación. Como decía, Hipólito se queda con el papel de Toni, un contradictorio hipocondriaco que, lógicamente, se pone en lo peor con cualquier picorcillo; pero que, a la vez, es capaz de elaborar el discurso que se debe dirigir a los pacientes terminales de manera expeditiva. Mientras que su hermana, Julia, es una doctora que se enfrenta a los acibarados tragos de mirar a sus pacientes a los ojos y componer una mentira que le resulte menos problemática. Aunque la obra es breve, apenas 75 minutos, el contenido se diluye con rellenos de aquí y de allá que tienen como objetivo crear un ambiente amable. En este sentido, las claves están claras. Por otra parte, Lautaro Perotti, en la dirección, realiza un trabajo muy preciso; pues es evidente que las escenas están concatenadas de una manera muy ajustada. Ayuda a ello una magnífica escenografía de Alessio Meloni; ya que ha plantado unos paneles sobre el escenario que permiten crear espacios de una forma sencilla y rápida, además de contener un simbólico color azulado que remite al tranquilo desenlace esperable. En definitiva, un trasfondo del que se podría sacar mucho partido; pero la comedia simpática prima para que el público no alcance la zozobra, que bastante nos está cayendo. Tendremos otras oportunidades, seguro, para exprimir el asunto candente de la eutanasia, ahora que se legisla, por fin, con cierta ambición.

Rita

Texto: Marta Buchaca

Dirección: Lautaro Perotti

Reparto: Carlos Hipólito y Mapi Sagaseta

Diseño de iluminación: Juanjo Llorens

Escenografía y vestuario: Alessio Meloni

Ayudante de dirección: David Blanco

Ayudante de producción: Sara Brogueras

Producción ejecutiva: Elisa Fernández

Comunicación: Pepa Rebollo

Dirección de producción: Miguel Cuerdo

Fotografía: Javier Naval

Una producción de La Nota

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 20 de febrero de 2021

Calificación: ♦♦

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