Una dramedia sin fuste, escrita por Manuel M. Velasco, para una propuesta endeble protagonizada por Concha Velasco

En 2016, la Reina Juana que firmó Ernesto Caballero y que dirigió el recién fallecido Gerardo Vera en el Teatro de La Abadía pudo haber sido un magnífico colofón para una actriz de tan larga y exitosa carrera. Pero no ha sido así, y Concha Velasco se ha embarcado en proyectos que ya en su planteamiento hacían aguas. La habitación de María es un desastre, se tome por donde se tome. Comenzando por un texto de su hijo, Manuel Martínez Velasco, que es propio de un amateur, y que carece del más mínimo ensamblaje. Un argumento que no despega en lo cómico y que se agarra a lo dramático en el tramo final para zarandear emocionalmente a un público cautivo y embebido por la estrella. Los rasgos chocantes de inverosimilitud que recorren la función no tienen justificación ni como astracanada. Primeramente, porque a estas alturas de la película nadie se cree que una señora que justo cumple ochenta años pueda ganar el Premio Planeta (con lo fácil que era darle otro institucional). Cualquier ciudadano mínimamente enterado sabe que ese galardón se encarga (a ser posible a alguien popular, de la tele) para luego montar la ceremonia entre el fingimiento de la prensa. Precisamente, alguien que padece agorafobia no solo rehuirá salir de casa para recoger el trofeo; sino que se negará a viajar por media España para promocionar el bestseller. Se nos quiere dar la sensación de que es una escritora de cierto prestigio, solitaria, encerrada en casa, que está a punto de terminar su última novela y que tiene que decidir en ese momento cuál será el final. Y lo hace como si fuera una de esas historietas adolescentes de «elige tu aventura». Como si fuera a realizar un sorteo entre los tres desenlaces posibles. Tan chusco, que el personaje se descompone delante de nosotros. Porque la cotidianidad se muestra en ese estilo destinado a rellenar la falta de objetivo y de armazón. Que si tarta de cumpleaños, que si habla con Google para preguntarle si su pájaro Salinger puede comer chocolate, y otros chascarrillos. Un incendio en su edificio introduce una leve tensión en la escena; aunque parece no alterarse demasiado inicialmente. Esto lleva a una concatenación de intervenciones televisivas y telefónicas sin mucha gracia. Una especie de incursión en aquellas películas tipo El coloso en llamas; pero sin emoción por ningún lado. Ni el humo que llega le hace toser a la anciana aposentada. Un espectáculo para un sábado noche estival similar al que nos deparó el Windsor. Concha Velasco, interpreta a esa novelista, Isabel Chacón. La actriz se sienta en su butaca y relata los avatares de su vida de forma plana, sin fuste, intentando agradar a los espectadores sin trascendencias literarias. Desgraciadamente, la intérprete acomete su labor con una cadencia en las frases propia de alguien con mucho oficio que decide poner el piloto automático. La forma de leer algunos textos o de dar esas múltiples explicaciones sobre esto o aquello para que el respetable no se pierda, evidencia que el arco dramático ni está ni se le espera. Tal es así, que cuando revela qué le produjo el trauma que la recluye en su ático en la planta 47 de un edificio del centro de Madrid, resulte imposible dotar al texto de un sentido trágico; porque el discurso no ha propiciado la atmósfera necesaria. Y es que el tercer pilar de este montaje, la dirección, parece que ha estado ausente y que se «ha dejado hacer». José Carlos Plaza, quien ha trabajado en varias ocasiones con la Velasco (recordemos, por ejemplo, Hécuba) no parece haber hecho la más necesarias correcciones y directrices. Los descuidos en las coordinaciones que se requieren para las conversaciones telefónicas o hablar con la presentadora de televisión que ha contactado con la escritora en directo; generan sensación de caos. Por no hablar, de los detalles como que el viejo amante italiano que reaparece, apenas tenga acento y menos de alguien que también gasta los ochenta. Historia este carente de pasión y que fomenta, aún más la incredulidad. Aunque, por entonces, el desatino ya es galopante. Solo nos queda que la puerta de la habitación de María (la hija fallecida a la que hace referencia el título) se abra como si dentro estuviera la niña del exorcista, entre el fuego, el humo y las sirenas. Al menos, la escenografía de Paco Leal es más que satisfactoria y, gracias al enorme ventanal por el que se ve la Gran Vía, se consigue un ambiente atractivo que podría habernos sugestionado. Uno puede entender qué ideas fraguan en el fondo de este monólogo: la soledad, el paso del tiempo, el éxito profesional o el amor; pero nada de ello nos puede convencer si no se elabora un alegato atrayente desde el punto de vista existencial, de alguien que se presume culto y que debería entregarnos sus profundas inquietudes, su lectura genuina de una vida peculiar. Querer discurrir por la comedia; pero sin los mecanismos dramatúrgicos adecuados que verdaderamente rompan en esa dirección y que provoquen la carcajada en el público, termina por ser un espectáculo naíf, intrascendente y de factura cuestionable. No parece que ninguno de los profesionales de renombre y de sólida trayectoria que forman parte de este proyecto hayan sabido decir no.
Autor: Manuel Martínez Velasco
Dirección: José Carlos Plaza
Reparto: Concha Velasco
Diseño escenografía e iluminación: Paco Leal
Espacio sonoro: Arsenio Fernandez
Edición de vídeo: Antonio Durán y David Cortázar
Videoescena: Bruno Praena
Primer ayudante de dirección: Jorge Torres
Segundo ayudante de dirección: César Diéguez
Jefe de producción: Pablo Garrido
Jefe técnico: David P. Arnedo
Ayudante de producción: Carolina Morocho
Voz Luccio: Salvador Vidal
Presentadora: Flora López
Reporteros: Eduardo Joaquin Ramiro, Jorge Torres, Marcos de la Rosa y Pablo Vélez
Fotografía: Sergio Parra
Diseño gráfico: David Sueiro
Productor: Jesús Cimarro
Una producción de Pentación Espectáculos
Agradecimientos: Círculo de Bellas Artes
Teatro Reina Victoria (Madrid)
Hasta el 29 de noviembre de 2020
Calificación: ♦
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Un comentario en “La habitación de María”