Adictos

Lola Herrera se pone al frente de una obra incongruente sobre los mecanismos de control social a través de las nuevas tecnologías

Adictos - FotoA veces merece más la pena diseccionar la sinopsis-pretensión elaborada por los propios dramaturgos que la obra en sí. Porque, a tenor de lo leído, uno podría hasta salivar de ganas por descubrir cómo se elaboran las respuestas a preguntas tan pertinentes: «¿hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología?, ¿somos realmente libres?, ¿qué tipo de sociedad hemos construido?, ¿qué panorama nos plantea el futuro más cercano?, ¿realmente nos merecemos el calificativo de “seres humanos”?».  O qué pensar de esta reflexión: «La transformación del personaje de Estela viene a ser una metáfora de la disposición del ser humano para cambiar de actitud». Bien, pues en el escenario, ocurrir, lo que se dice ocurrir, apenas nada. Sí una sarta de explicaciones para que el público se embobe con su actriz favorita. De todas formas, ni argumento, ni giros sorpresivos, ni tensión dramática. Por no tener, no tiene ni conflicto. Setenta minutos de insinuación de thriller; no obstante, implosionado delante de nuestros ojos para que no suceda nada más allá del planteamiento inicial. Y este, hay que reconocerlo, parece sugerente.

El título, ya de por sí, es nefasto y lleva a engaño; puesto que no remite a lo que acontece, sino a la supuesta consecuencia de lo que pasa. Que nuestra adicción a las nuevas tecnologías favorezca que unos poderosos de turno nos atrapen más es mucho decir. La tecnología es un mecanismo más complejo que una tragaperras.

Sí que es cierto que este espectáculo sale adelante gracias a la interpretación profesional de tres actrices que son dirigidas con algo de estatismo por Magüi Mira; aunque el aprovechamiento del espacio saca suficiente partido de la escenografía diseñada por Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán. Estos han ideado una clínica siquiátrica de corte futurista, si es que nos acogemos al estereotipo habitual de las películas del género, con sus tres compuertas automáticas que logran ampliar nuestro campo de visión. Aunque no se entiende muy bien por qué se usan una camilla con los barrotes oxidados y unas sillas propias de los colegios de antaño. Tendremos que tomarlas como símbolos; pero están ahí encajadas de manera inconsecuente tanto por lo observado como por lo contado. Especulemos con que hacen referencia a un tiempo, quizás mejor, que se ha hecho envejecer de forma abusiva.

En cualquier caso, el gran atractivo es Lola Herrera, quien vuelve a ese escenario del Reina Victoria para echarle un cable a su hijo Daniel Dicenta (y a su colega Juanma Gómez). Demasiado favor para un texto tan endeble (algo parecido ocurrió allí mismo con Concha Velasco y la insensata obra del vástago). Al menos, la intérprete, como no podía ser menos, nos traslada la compostura de una investigadora experimentada que se da cuenta de que está trabajando para la gente equivocada; y que el diseño de su nuevo artilugio, en realidad, se va a utilizar para aplicar un «censo» a la población que permita someterla. Una vez que es «salvada» durante el atentado que se perpetra mientras hace la presentación de su gadget, irá asumiendo su gran error en una clínica. Su «despertar» moral es tan simple como el de Ana Labordeta, quien hace de periodista, un personaje intrascendente. Poco cuesta convencerla de que la empresa Global tiene maléficas intenciones y que lo único que anhela es dominar a la ciudadanía con la nueva versión de un artefacto tecnológico. La tercera ya está convencida; porque pertenece a la organización revolucionaria que pretende luchar en la sombra contra los mandamases (a veces parece que estamos viendo Batman, pero sin superhéroe). Lola Baldrich ejecuta su papel de siquiatra con la sobriedad de quien acompaña a la paciente hasta que llegue el instante de revelarle la verdad. Luego, se engrandece, cuando observa que, por fin, ha llegado el momento fundamental de su lucha y de que tiene una gran oportunidad con Estela para percutir en la conciencia de la humanidad. Después, habría un cuarto personaje in absentia, que sería como una especie de gurú, un hombre idealizado tanto en lo espiritual y en lo amoroso, como en su sapiencia, al que hacen referencia con fervor.

Adictos es una obra mal escrita. No cumple ni con los mínimos exigidos para que se la pueda tener seriamente en consideración. Algo que no se comprende, cuando no estamos hablando precisamente de unos amateurs, en cuyo caso hubiera podido ser más indulgente.

Adictos

Autor: Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez

Dirección: Magüi Mira

Reparto: Lola Herrera, Ana Labordeta y Lola Baldrich

Ayudante de dirección: Jorge Muñoz

Escenografía: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán – Estudiodedos (AAPEE)

Iluminación: José Manuel Guerra

Vestuario: Pablo Menor

Productor: Jesús Cimarro

Una producción de Pentación Espectáculos

Teatro Reina Victoria (Madrid)

Hasta el 23 de octubre de 2022

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