Paloma Pedrero ha escrito una obra sobre tres auténticos transexuales que saltan a escena para interpretar sus relatos

Recientemente en España ha irrumpido una filosofía, una teoría, que ya cuenta con más de cuarenta años de historia. Me refiero, claro, a la queer, que, hasta entonces, se había mantenido en el estricto terreno de la marginalidad. Una vez que se ha academizado y que el movimiento ha tomado fuerza en Estados Unidos, ha venido para transgredir y reconfigurar la cuestión del sexo, del género, de la biología y de la identidad, entre otras, intromisiones. Si nos aproximamos al asunto de la transexualidad, la susodicha teoría, al poner en solfa el concepto sexo («el sexo no existe»), todo se dirime desde el constructo social, llegando a planear la idea de la tabula rasa. La estupefacción a la que llegará la sociedad va a ser proverbial; pero ya estamos en ello, y los hitos anonadantes se irán sucediendo. La autodeterminación de género se convierte en derecho, sin aclarar esencialmente de qué estamos hablando realmente. Lo paradójico es que la teoría queer, que afirma que desea abolir el género, termina por favorecer toda una ristra de constructos alternativos a los que algunos individuos se «adaptan»; porque el vacío animista parece que te aproxima a la mística, a la unión con Dios. Ese es el caos que ha implosionado, con tal significancia, que ya se está legislando sobre ello. Todo este meollo debe ser dirimido fuera de estas líneas, pues aquí lo que nos compete es una obra de teatro. Creo que es adecuado hacer un repaso de cómo la transexualidad y lo transgénero han propiciado varias obras de teatro en las últimas temporadas. Valgan estos ejemplos: Juguetes rotos, Dados o Las cosas que sé que son verdad. En Transformación, digámoslo desde el principio, Paloma Pedrero simplifica abusivamente un hecho muy controvertido. Tampoco es este el lugar para valorar los procesos extra dramáticos, como la experiencia personal de la dramaturga o las vivencias particulares de los tres protagonistas. Puesto que sean trans o no en la realidad, resulta intrascendente frente a la representación. Aquí solo vale la verosimilitud. Aprovechemos para significar que el término trans, torticeramente, aniquila la concepción transexual (¿se nace? ¿se hace? ¿se es lo que uno quiera? o se finge lo que uno querría ser. Por eso el arte es una solución). La obra se muestra de manera inconsistente, con una estructura endeble, trufada de pequeñas escenas que devalúan cualquier historia trafagosa. Se quiere abarcar demasiado y se pretende ofrecer claridad. El resultado, como suele ocurrir, cuando se ponen esas premisas sobre la mesa, es cándido y falsificador. El tono es propio de funciones para adolescentes (no obstante, la aparición de ciertos gestos sexuales y de ciertos adminículos, no permitiría su exposición en institutos, dada la pacatería generalizada). Parece que el relato de Alma/Leo podría formar toda una trabazón consistente e interesante; pero nos quedamos con las ganas de profundizar, porque debemos atender a los otros dos relatos, los cuales son bastante flojos. Álex Silleras ―dará mucho que hablar en los próximos años― expele aptitud y encanto (merece la pena ver su conferencia TED, aunque sea para estar en su contra). Descubrimos que es mago y que traslada un par de número a escena; a pesar de que esta faceta no termina de imbricarse totalmente; sino que se enseña como una habilidad más. Lo suyo va desde el lesbianismo (por ahí se cruza una amante que casi le dobla la edad y que interpreta con cierto nerviosismo Tatiana Carel), hasta la asunción de que, en realidad, desea a las mujeres desde la heterosexualidad; pasando por el gran choque: el enfrentamiento con los padres. De hecho, la obra se centra excesivamente en esa cuestión paternofilial y obvia otras controversias personales o sociales. La abuela, Enriqueta Carballeira, desde su bondad y su comprensión, refugia a esa nieta que va a transformarse. La señora, admiradora profunda de Isadora Duncan, está curtida en embates emocionales. Su marido es un ogro, un cazurro. Y como decía, el desarrollo, pues viene trufado de escenas poco efectivas, como aquella en la que Flora López, la madre, viaja hasta Londres para intentar recuperar a su hija (un visto y no visto) o cuando se nos vende con tanta ingenuidad que van a montar un show para ganar algo de dinero; aunque anden un poco escasos de talento. El rollito «si quieres puedes» mrwonderfuliano resulta agotador. A ese eje de idas y venidas, de escondrijos, de tensiones supremas con el padre recibiendo el choque (Julio Alonso, aparece apenas unos instantes), las vidas de los otros dos colegas de mutación aportan su experiencia. Aquí radica el gran problema del montaje. Marc y Charlot no cuentan con suficientes escenas para plasmar sus relatos. Y por eso somos acompañados con abundantes narraciones y explicaciones que nos apartan de lo puramente dramatúrgico. Zack Gómez (Marc) ya gasta barba, y parece que ha encauzado su destino. Manifiesta sus certezas y sus conocimientos para ilustrar a sus nuevos amigos. Poco recorrido tiene camino y la llegada de una novia, Míriam, tampoco nos deja ver mucho. Ella, Silvia Criado, tiene su momento interpretativo cantando «El cóndor pasa». Y ahí queda. Mientras que Alan Castillo (Carla / Charlot) ha arribado a Madrid desde Méjico para estudiar y para encontrar su verdadera identidad sexual. El actor aporta su comicidad, su soltura y su chispa juguetona. También su historia se trocea sin hondura. El extenso elenco (y algo desaprovechado) se desplaza por la escenografía de Alessio Meloni; lo suficientemente versátil como para dar cabida a tanto movimiento. Nada que objetar a la dirección de Paloma Pedrero, pues el dinamismo es constante; pero sí a su texto. Se quiere contar demasiado en poco tiempo, quedan aristas y conflictos por resolver que ni siquiera se esbozan. El sufrimiento y el dolor se matizan en demasía; y las barreras a superar no parecen tan insuperables. Vivimos un momento en el que un grupo de feministas (progresistas), tildadas de terfs, han saltado a la palestra política; porque se niega a aceptar que el sexo sea una construcción social y que la autodeterminación de género se convierta en un acto sin prueba clarificadora. Es un episodio más del meollo al que todos vamos a ser concitados. Tan complejo y tan difícil de dirimir, que Transformación solamente se puede juzgar como una obra ingenua.
Texto y dirección: Paloma Pedrero
Reparto: Julio Alonso, Enriqueta Carballeira, Tatiana Carel, Alan Castillo, Silvia Criado, Zack Gómez, Flora López y Álex Silleras
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Iluminación: Juan Gómez Cornejo (AAI)
Espacio sonoro: Pablo Moral Luengo
Vídeo: Daniel Sousa
Ayudante de dirección: Verónica Mey
Fotos: marcosGpunto
Cartel: Javier Jaén
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 8 de noviembre de 2020
Calificación: ♦♦
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Un comentario en “Transformación”