Taxi Girl

María Velasco ha escrito un drama cargado de lujuria sobre el célebre trío entre Henry Miller, June Mansfield y Anaïs Nin

Taxi Girl - Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

En primera instancia debemos afirmar que esta obra no parece escrita por María Velasco (hace poco hablaba por aquí de su adaptación de La espuma de los días), pues, aunque esta tiende a cierto lirismo erótico y sentencioso, existencialista y decadente, no posee todas esas señas de identidad tan propias del postdrama que suelen remarcar el teatro de la autora burgalesa. Taxi Girl ―ganadora del Premio Max Aub en 2017― tiende hacia la convención realista y se agota en unos personajes que ni en el papel ni, después, en la dirección, se consiguen redondear hasta lograr una suficiente verosimilitud y un atractivo estético. Y yo creo, definitivamente, que la gran falla de este montaje tiene que ver con unos individuos que cuesta mucho creérselos. Si leemos con atención la entrevista que le hicieron a propósito de este estreno a Javier Giner, quizás entendamos por qué se ha adoptado cierto enfoque de pesos y contrapesos. Sus respuestas no tienen desperdicio y no podemos imaginarnos que a alguien que piensa así no le hay repugnado acercarse a un trío donde la sordidez es patente: «La gran, gran, gran historia de amor es entre Nin y Mansfield, sin embargo, en una sociedad patriarcal donde las mujeres están silenciadas, lo que ha pasado al imaginario colectivo, social y cultural es que era «el triángulo amoroso de Henry Miller»». «La única relación sana, de dos personas viéndose mutuamente, de sororidad, de respeto y apoyo mutuo es la de June y Anaïs. En la función hacemos mucho hincapié en mostrar esa diferencia». Sí, ha dicho «relación sana» y «sororidad». Así se entiende que Carlos Troya interprete a un Miller demediado, inmaduro, un niñato; no justamente un engreído y un soberbio; sino alguien antojadizo y salido como un adolescente. Ha conocido a Anaïs Nin, quien se haría realmente popular gracias a sus diarios, en 1931; por lo tanto, él calzaba ya cuarenta años, mientras que ella no llegaba a los treinta. Era otra época; pero, por momentos, parece que es la nuestra. La encarnación que realiza Celia Freijeiro de la Nin es totalmente inverosímil, pues está carente de matices y se nos muestra como una delicada muchachita sin atisbos de introspección o de intelectualidad, que está deseosa de experimentar eso sí, pero con cierta pijería sofisticada. La actriz se manifiesta con elegancia, con maneras gráciles y su esfuerzo es generoso. La única que verdaderamente convence es Eva Llorach, no solo porque ella se afane en perfilar el carácter de June Mansfield con buenas dosis de procacidad y de ternura sobrevenida; sino porque es el único rol que tiene un recorrido certero. El famoso novelista conoce a su segunda mujer en un local, donde ella trabaja como taxi girl (que es como llaman a las chicas que cobran por bailar con los clientes). El caso es que se nos aparece como una joven fuerte y peculiar, que aúna la insolencia barriobajera, con la magnífica intuición como para reconocer a un futuro escritor que requiera un apoyo firme tanto económica como sicológicamente. La propuesta, precisamente, comienza con un prólogo en el que Llorach diserta sobre sí en un breve monólogo dentro de una habitación de hotel barato adonde ha acudido para prestar sus servicios de prostitución. A partir de ahí empieza el recordatorio a modo de flashback. El epílogo se lo queda Anaïs, como una especie de concesión literaria que Velasco le otorga para que ambas tengan su momento de exclusiva. Los actos son once y llevan un título cada uno que en la función se obvian y que se sustituyen por indicaciones temporales y espaciales para que el público no se pierda. June viaja a Louveciennes, una población muy cercana a París, donde vive Anaïs Nin con su marido, el financiero Hugo Parker Guiler. Allí ya se encuentra Henry, y este ya ha lanzado su red sobre su anfitriona. Si uno imaginaba discreción y exquisita educación en ella, y ludibrio, altivez y fanfarronería en él; lo que vemos es a una mujer irónica, que domina perfectamente la situación como si se hubiera visto muchas veces en esas lides. Por eso, observamos que la trama se trastabilla; porque no existen antagonismos fértiles y las relaciones parecen acartonadas. Faltan conversaciones más interesantes, propias de individuos motivados por la literatura. Curiosamente, esto sí ocurre entre June y Henry: «He leído algunas de tus cosas, y estás por delante de Joyce». Cuando llega la taxi girl, se da comienzo a la discusión, a los celos, a las envidias; unas tensiones que favorecen el encuentro inconsecuente entre las dos mujeres. El burdo erotismo del masaje y las fresas, nos destina a un romance lésbico que llega muy abrupto. Y es que el argumento se demora de tal manera que no deja tiempo, ni espacio para que ellas vayan paso a paso y nos ofrezcan un resultado más pasional. Destaca la escenografía de Elisa Sanz, quien ha logrado aunar la exquisitez del escritorio con la lujuria sicalíptica del sofá ―aunque este entorpezca algo el movimiento de los personajes cuando tienen que bailar―. Los armarios que pueblan todo el fondo se abren como posibilidades de moda y como puertas que amplían certeramente nuestra visión. La iluminación de Lola Barroso es absolutamente idónea, pues combina con inteligencia el rojo, el verde, el amarillo y el azul en la sucesión de las emociones. También me parece importante recalcar que el vestuario de Jonathan Sánchez es magnífico, pues Celia Freijeiro está auténticamente elegante con los tules y las transparencias. Quizás las escenas de sexo, los desnudos en la cercanía y ciertas frases lúbricas aportan un atractivo que nos aproxima a una carnalidad esperable y deseable para una historia así. Igualmente, algunas de las sentencias que ha escrito Velasco y con las que demuestra que su pluma es afilada resultan sugerentes: «¿Soy una mujer? ¿Un monstruo? No quisiera morir sin haber paseado con una barba postiza por los bulevares». Taxi Girl contenía mimbres para haberse desarrollado como un espectáculo que nos hubiera facilitado el camino hacia vidas peculiares que nos conmuevan o nos repugnen en la constatación de que el amor es un juego tan fascinante como peligroso.

Taxi Girl

De María Velasco

Dirección: Javier Giner

Reparto: Celia Freijeiro, Eva Llorach y Carlos Troya

Escenografía: Elisa Sanz (AAPEE)

Iluminación: Lola Barroso

Vestuario: Jonathan Sánchez

Música: Mariano Marín

Movimiento y coreografía: Alberto Alonso

Ayudante de dirección: Marta Matute

Fotos: marcosGpunto

Diseño cartel: Javier Jaén

Producción: Centro Dramático Nacional, Sociedad Cervantina y Celia Freijeiro

Teatro María Guerrero (Madrid)

Hasta el 15 marzo de 2020

Calificación: ♦♦

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