Pasión (Farsa trágica)

Ester Bellver se pone al frente de esta crítica a los nuevos héroes de la sociedad de consumo firmada por el filósofo Agustín García Calvo

Foto de marcosGpunto

La vida deviene paradoja cuando menos te lo esperas y en la misma tarde que asisto a Pasión (Farsa trágica). Iker Casillas, otrora héroe nacional, besuqueador patrio que sujetó en sus manos la copa dorada de campeones del mundo sufre un infarto. En escena, Enrique (recordemos su etimología germánica como ‘jefe de la patria’) aspira a conseguir el «gallo de oro», cuando ascienda la cucaña de la manera más rápida y elegante aprovechándose de sus técnicas animales. En él se focalizan las ilusiones simbólicas del pueblo. Él es el fetiche del orgullo de una sociedad. El deportista como nuevo Aquiles o Hércules, tótem de la fortaleza y el honor de una masa que carece de proyecto vital personal. El aire de farsa enseguida nos remite a lo valleinclanesco y al guiñol lorquiano. La esperpentización de los personajes-tipo, esas figuras bajo el foco expresionista y con el reflejo del público en un espejo deformador de rostros y de cuerpos. Cariz algo infantil. Y propulsión didáctica con cercanía rural, como cuadro viviente de marionetas. Da la impresión de que la cuestión y el argumento no permiten ocupar hora y media; y uno tiende a pensar en una posible pieza ―mucho más breve―, de un retablo. Podemos relacionar esta obra por su tratamiento y por una serie de elementos satíricos y humorísticos, con el trabajo que lleva realizando en los últimos años el Club Caníbal, fundamentalmente con Herederos del ocaso. Para cualquiera que conozca en cierta medida al ¿autor? (siempre un interrogante para él), sabrá que se mueve filosóficamente en la corriente ácrata del anarquismo, muy crítico con el Capital y con el dios Dinero. Sigue leyendo

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protAgonizo

Ester Bellver continúa con su creación autobiográfica plasmando con humor los avatares entreverados de su vida

protAgonizo -fotoLa mujer y su cuerpo desnudo que se presentan delante de nosotros amalgaman una vida que da valor a los vaivenes de los cómicos. Ester Bellver (la temporada anterior la disfrutamos en el Rinoceronte) se convierte en una juglar anunciando su propia obra por el barrio, pintando rombos ─el logotipo que da pistas a los futuros espectadores para que encuentren el lugar donde la actriz volverá a vivificar su relato─ recurriendo artesanalmente a un proceso pleno de creación que ejemplifica absolutamente el tiempo que les ha tocado vivir a estos artistas y que recuerda tanto a otras épocas. La Bellver suma y sigue; son ya varios años con su protAgonizo a cuestas, una historia construida con muchos mimbres de aquí y de allí. Y esa es la primera virtud que uno puede resaltar de la función. No es un monólogo de soniquete machacón, sino un espectáculo entre lírico y nostálgico, entre infantil y maduro, entre las capas del tiempo y sus rendijas de emociones diversas, y mucho recuerdo que se cuela por sorpresa, y también humor, a veces triste, y un hilo de poesía que lo recoge todo. Sigue leyendo