La Sala Cuarta Pared acoge esta indagación satírica sobre la popularidad en la época de las redes sociales
El paralelismo que han establecido los de La Teta Calva resulta macabro; pero, en realidad, es tan patético como el infantilismo que arrastra parte de la nueva generación: surfeadora en las redes sociales y ahogada por las incesantes olas de lo novedoso. Comparar el éxito y la muerte de Michael Jackson —el indiscutible rey del pop—, con el ascenso «fulgurante» y la caída intrascendente de una influencer, es un planteamiento muy sugerente. Ser influencer de la nada es el colmo del nihilismo y la risotada estentórea de Mefistófeles. El cachivache que han montado se sostiene más en el humor que destila, en el sarcasmo que nos sobresalta y nos mantiene atentos a la siguiente salida de tono; que en una profundización más acuciante sobre la protagonista (quizás, también, porque no haya más donde rascar, dada la cantidad de estrellitas que se encienden y se apagan en el firmamento mediático). Aunque se tiende a cierto caos, el mérito formal es el que nos puede seducir mayormente. Xavo Giménez, escritor, junto a María Cárdenas, del texto, dirige la obra y se impone el rol de maestro de ceremonias, de conspiranoico irreductible, de documentalista, de padre autoritario de la interfecta y hasta de espíritu manipulador de este collage, por momentos, descacharrante. El actor y músico domina la escena, se gusta, pincela con chulería rocker frente al micrófono su presentación alucinatoria sobre la sospecha, «ciertamente verosímil», de que Michael Jackson no hubiera muerto. Algo que no podemos descartar del rey de la extravagancia. Unos vídeos de YouTube documentan las investigaciones de ciertos hechos misteriosos. Este marco de referencia no es más que una excusa, una reflexión sobre las muertes de las estrellas musicales —verdaderas estrellas musicales, a las que hemos de sumar en los últimos años a George Michael y a Prince—. Tengo que reconocer que el tema que se plantea en la función me parece sumamente interesante en cuanto que parece evidente que vivimos un periodo en el que estamos huérfanos de ídolos, de intelectuales, de líderes y de otros individuos excepcionales que duren más de una década. Ya sabemos todo eso de la sociedad líquida y de que asistimos a un presente efímero que torna en fungible cualquier acontecimiento y cualquier personalidad. Por eso, el símil entre un cantante que marcó una época y que se reinventó hasta la ridiculez y el paroxismo, con alguien que atesora ciento treinta mil followers y que se quiere matar para ser recordada en la eternidad, es del todo pertinente y refleja la imbecilidad en nuestra contemporaneidad. En las partes discursivas del montaje, con todos esos eslóganes («Deja de soñar ya con Neverland desde tu pisito de Ikea»), y ese proceder irónico —muy similar a la verborrea que impera en los proyectos de Rodrigo García—, que nos lleva a la carcajada (pillar todas las apropiaciones supone estar muy al día de lo que se cuece en la red), se dispone el esperpento de esa masa retroalimentada que asciende con sus likes a estos especímenes al Olimpo de chichinabo. Pero, insisto en que me falta una mayor indagación en la paranoia de Diana, la instagrammer encarnada por Verónica Andrés (fantástica en sus gestos); precisamente porque la sátira requiere un sustento serio que logre la distorsión. Por la habitación del hospital donde la joven se encuentra ingresada, acude su hermano, Carles Sanjaime, que halla un punto de actuación fenomenal: entre la estupefacción de verse en tal cuita y la desdicha del hombre corriente al que le faltan unas buenas dosis de cariño (del auténtico). No es, además, el tipo más adecuado para imponer algo de sentido común; pero es que alguien normal ya es bastante lúcido como para evidenciar la estupidez cotidiana. Todo transcurre en una escenografía diseñada por Blanca Añón, que posee la inconsistencia y la mezcla de elementos que debemos percibir para hacernos a la idea de que quien está montando este falso documental (me recordó en varias facetas a Eroski Paraíso) es tan bisoño (con esos peluches tirados de cualquier manera) como el sensacionalista proceso de construcción de sus personajes. Si hubieran contado con más presupuesto no hubiera sido conveniente haberlo hecho «mejor». El aire de ruina, de frikismo, de amateurismo (ni con un par de micrófonos cuentan para las canciones) es patente. No se resisten a mostrar su excelencia con la interpretación de varias piezas musicales (incluida versión del famoso «Ben» de los Jackson Five). Resuena «Billie Jean». Y esbozan unos pasos de «Thriller» como si fueran unos zombis sin vergüenza. También encontramos algo de humor que busca la complacencia con el público con su autoironía sobre la promoción de la propia obra; aunque esto rebaja el nivel inteligente de la comedia.
La paradoja del éxito en la muerte. La colección de juguetes rotos engrosando el Club de los 27. El suicidio de los que ya no pueden ir más allá, inundados de tedio y de abulia (véase Avicii). El adiós precipitado de la famosa instagrammer que se topa con el vacío digital y sus besos de mentira (véase Celia Fuentes). ¿«Suicidaron» a Michael Jackson? Grandes temas contemporáneos que cuestionan la velocidad inhumana y la sociedad que algunos tildan de individualista (jaja. ¿No será justamente al revés?), devorando una ficción que no deja el menor poso consistente; sino la herida incurable de la carcoma. En este pequeño caos, La Teta Calva, tras su notable Síndrhomo, ha lanzado unos vectores de máximo interés.
Texto: María Cárdenas y Xavo Giménez
Dirección: Xavo Giménez
Reparto: Verónica Ándrés, Carles Sanjaime y Xavo Giménez
Espacio escénico y vestuario: Blanca Añón
Iluminación: Ximo Rojo
Construcción espacio: Los Reyes del Mambo
Fotografía: María Cárdenas
Ayudante de dirección: María Cárdenas
Producción: Laura Marín y Mª Ángeles Marchirant
Compañía: La Teta Calva
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 8 de julio de 2018
Calificación: ♦♦♦
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Muchas gracias por esta crítica. La amé.
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Muchas gracias a vosotros.
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