César y Cleopatra

Encuentro de los célebres personajes en una propuesta demasiado fría para representar su pasión

César y CleopatraConocemos la trayectoria como directora teatral de Magüi Mira en los últimos años. Sus montajes cumplían, desde luego, con el interés y la profesionalidad que se le exige a una persona experta en estas lides, ya fuera en Kathie y el hipopótamo, En el estanque dorado o El discurso del rey. Más allá de ciertas cuestiones de mayor calado, no se puede afirmar que fueran inadecuadas dentro de la esfera dramática. Pero con lo que nos topamos en César y Cleopatra es un desatino. Sospechamos que la propia Mira es consciente de ello. A priori, el tema parece atractivo. Gracias a la fantasía del autor Emilio Hernández, los espíritus encarnados de Cayo Julio César y la reina de Egipto se encuentran en el presente para recordar su amor apasionado y para clarificar las tropelías que han cometido los historiadores con ellos. Estos espectros que surgen de la bruma son Ángela Molina y Emilio Gutiérrez Caba. Ella, no sabemos por qué, imposta la voz como si fuera una anciana decrépita, aunque este concepto pierda su sentido cuando uno se expresa como un fantasma de más de dos mil años. También canta unas canciones que pretenden ser ilustrativas, pero que suponen una especie de salto mortal compositivo, puesto que no se sabe muy bien a qué responden o hacia quién van dirigidas. Viste, eso sí, como si hubiera quedado para una cena de gala (aunque únicamente se tome un whisky), con un vestido verde de Cortana que le ajusta estupendamente y que hace sobresalir su cuerpo cuando ejecuta las coreografías. Él, también de gala, adopta un tono más sobrio y natural; sin embargo, al unirse con su partenaire carece absolutamente de sex appeal. A su sombra, en la lejanía, se plantan y esperan su turno los personajes «reales»; el «auténtico» César, que interpreta Ernesto Arias, un actor sobresaliente al que se le viste con un traje de polipiel, que le quita cualquier hombría y que ni por asomo nos parece un militar romano de alto rango. Otro tanto pasa con Carolina Yuste, entre odalisca y ninfa del bosque con unos «brillantes» de colores que, a priori, nos echan para atrás. Al menos su papel tiene más sentido, se apega más a su aire primitivo y guerrero de una mujer repleta de fortaleza y sensualidad. Entre ellos hallamos momentos con algo de pasión, aunque les toca deambular, igual que al resto, por el piso de baldosas retroiluminadas que exponen la frialdad de un trasunto de paraíso etéreo, de limbo en el que debe imperar la imaginación. Porque hay que echarle mucha imaginación al texto de Emilio Hernández, compuesto por una colección de anécdotas deslavazadas sobre los tópicos de tan ínclitos líderes; unas veces para recrearse en ellos y otras para desmentirlos con autoridad. El improbable argumento se intenta engarzar al relato de su encuentro en Egipto, de su electrizante amorío, de su arrebato navegando por el Nilo y de cómo engendraron a Cesarión. En este caso ninguna de las dos se baña en leche de burra, ni se da la muerte por áspid, aquí la inmortalidad se consigue mediante un selfie. En el presente nos encontramos con múltiples guiños al devenir del mundo, en una comparativa retorcida con aquel periodo de expansión romana, que insiste en esas infantiles intenciones didácticas que cargan toda la función. Igual se refieren subrepticiamente a Merkel, que se critica de pasada la situación de las mujeres en el Egipto actual. Es una pena que el discurso pretenda ser más fiel a la historia, pero que los personajes estén construidos de retazos incapaces de moldear a dos amantes jugando con sus bazas de poder político. Está claro que las biografías, por muy deformadas que estén, de César y Cleopatra resultan muy atractivas; ahora, necesitan vivificarse de otra manera encima de un escenario.

César y Cleopatra

Autor: Emilio Hernández

Dirección: Magüi Mira

Reparto: Ángela Molina, Emilio Gutiérrez Caba, Ernesto Arias y Carolina Yuste

Espacio escénico: Magüi Mira

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra

Música original: David San JoséTe

Diseño de vestuario: Juan Sebastián Domínguez

Vestuario de Ángela Molina: Cortana

Coreografías: Nuria Castejón

Realización de vestuario: Cornejo y Miguel Crespi

Ambientación de vestuario: María Calderón

Realización de escenografía: SCNIK

Diseño gráfico: David Sueiro

Fotografía: David Ruano

Peluquería: Cristian Magallanes

Jefe de producción: Raúl Fraile

Productor: Jesús Cimarro

Teatro Bellas Artes (Madrid)

Hasta el 5 de junio de 2016

Calificación: ♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso

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