Magüi Mira dirige a Ana Belén en una obra de Mario Vargas Llosa, donde despliega todos sus recursos interpretativos
Dos mundos antagónicos se enfrentan en escena: la burguesía limeña encarnada en Kathie y la decadencia marxista que sostiene el profesor universitario Santiago Zavala. Ambos se han encontrado en una buhardilla parisina en su madurez, pero los dos han realizado un viaje vital que reverbera entre un pasado lleno de sueños y ambiciones, y un presente cínico, ficticio y disuasorio. Ese vaivén de tiempos (la juventud de Kathie, sus pretendientes, su matrimonio tempranamente fallido o la decepción que sintió Santiago por su mujer o sus proyectos inconclusos) y de espacios (Egipto, Lima, París) provocan una coreografía tremebunda de conversaciones cruzadas donde las inquisiciones de uno son las revelaciones sorpresivas de un enamorado veinte años antes, por ejemplo. En definitiva, una característica faulkneriana de la escritura de Vargas Llosa. Si el ritmo de la obra es uno de sus grandes valores, otro es la potencia de sus intérpretes. La pareja que forman Ana Belén y Ginés García Millán resulta extraordinaria, cómplice, y ellos se adaptan con gran soltura y rapidez a todos los papeles que se le imponen a lo largo del texto. Les dan la réplica con verdadera suficiencia Jorge Basanta que se permite un monólogo surfero en la cresta de un diván (algo largo, pero imponente) y Eva Rufo que, aunque comienza algo amedrentada ante su partenaire, luego se crece. Al piano, para acompañar musicalmente a su madre, David San José se permite algún guiño, aunque podrían darle más cancha escénica, por momentos parece un maniquí abandonado. Kathie quiere construirse en mundo de mentiras contando sus viajes a la «amarilla Asia y a la negra África» y para eso se provee de un escribidor que le dé cuerpo a su historia y también a su fantasía idealizadora; él, a su vez, aprovecha la oportunidad para flirtear con el bando contrario, con una mujer que representa unos valores burgueses que él debería detestar, pero que le dan pie para contradecirse acerca de su teoría del amor (pasional versus solidario). En su conversación, se conjugan toda una lista de símbolos (el hipopótamo y sus virtudes amatorias, por ejemplo), juegos infantiles y ñoñerías sexuales propias de la high society que van configurando un ambiente un tanto intrascendente, a veces, casi próximo a la telenovela, en el que falta cierta tensión dramática e incluso un desenlace que justifique la hondura de esas vidas que tanto han sufrido. Parece que Kathie puede inventarse la historia de novela rosa que mejor cubra su catástrofe sentimental o la falsedad de esas relaciones sociales que ha tenido que aprender desde bien pequeña, pero tanto cinismo no puede tapar tanto el dolor. Mucho menos si se acompañan de las canciones (generosamente interpretadas por Ana Belén) más tópicas de la discografía gala. A pesar de esto, no es óbice para que la obra se disfrute y uno se divierta con el humor pícaro de Vargas Llosa.
Kathie y el hipopótamo
Autor: Mario Vargas Llosa
Dirección: Magüi Mira
Reparto: Ana Belén, Ginés García Millán, Eva Rufo, Jorge Basanta y David San José (Música piano)
Espacio escénico: Magüi Mira
Iluminación: José Manuel Guerra
Figurinista: Ana López
Composición musical: David San José
Coreografía: Nélida Miglione y Jorge Ramírez
Arreglos y composición musical: David San José
Asistente gestión artística: Laura Galán
Ayudante de dirección: Hugo Nieto
Naves del Español – Matadero (Madrid)
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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