Lola Herrera y Héctor Alterio protagonizan en el Teatro Bellas Artes el clásico de Ernest Thompson
La obra que estrenó Ernest Thompson en 1979 huele a clásico por los cuatro costados. Es un texto muy deudor de los grandes autores estadounidenses como Eugene O´Neill o Thornton Wilder, donde lo que prima es el núcleo familiar con esas lógicas grietas que se van abriendo según avanza la función. También es evidente la influencia de Chejov, con ese paso del tiempo tan lento y esa sensación de que no ocurre nada. Aquí, dos ancianos, Etel y Norman, vuelven un año más a su retiro en el Estanque Dorado, una laguna repleta de patos, peces y millones de insectos. Ella es Lola Herrera, una de esas madres y esposas alegres, activas y con una paciencia henchida de generosidad. La actriz nos regala de nuevo una de esas actuaciones cargadas de magisterio. Su compañero es un Héctor Alterio socarrón, irónico hasta el extremo y un obseso de la muerte; con su representación alcanza ese estado en el que parece que su vida transcurre verdaderamente en ese paraje. Ambos se compenetran absolutamente en los momentos más íntimos, pero, sobre todo, en la cotidianidad, donde los pequeños detalles de las parejas resultan únicos. Ni que decir tiene que ellos llevan el peso de la función, aunque van muy bien acompañados con Luz Valdenebro, la hija cuarentañera que no termina de formar una familia estable y que lleva demasiados años sin hablarse adecuadamente con su padre. Ha decidido acudir hasta el Estanque Dorado con el fin de mostrarles a su nuevo novio, un dentista llamado Bill que interpreta Camilo Rodríguez con la necesidad de evidenciar sus miedos a la naturaleza y sus bichos, y el nerviosismo frente a un futuro suegro vitriólico. Además, este viene acompañado de su hijo de quince años, un chaval, también llamado Billy, ahíto de desparpajo, naturalidad y atrevimiento. Un chico, Adrián Lamana, que configura su papel con muchísima soltura. Pero, ¿qué es lo que tenemos? Pues el paso del tiempo (van a celebrar el octogésimo aniversario de Norman), la comunicación (qué bien se compenetran el anciano y el joven, y qué torpeza muestran los de mediana edad) y el cierre de las heridas (el padre y la hija frente a frente). En un espacio muy concreto, en unas vacaciones veraniegas de un bosque magnífico vemos la vida de una familia que, en absoluto, podemos afirmar que sea extraordinaria. El acontecer de los personajes nos vuelve a recordar que, por ejemplo, la afinidad de caracteres entre los humanos te depara momentos de plena felicidad y sosiego; mientras que lo contrario te puede amargar la existencia. Magüi Mira, una directora que en los últimos años no para de mostrarnos historias entrañables (El discurso del rey), ofrece un espectáculo sereno, divertido e iluminado por un elenco que, con el rodaje que lleva a sus espaldas, vive en el escenario como si fuera su casa.
Autor: Ernest Thompson
Versión: Emilio Hernández
Dirección: Magüi Mira
Reparto: Lola Herrera, Héctor Alterio, Camilo Rodríguez, Luz Valdenebro y Adrián Lamana
Escenografía: Gabriel Carrascal
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Rodrigo Claro y Cuca Ansaldo
Espacio sonoro: David San José
Teatro Bellas Artes (Madrid)
Hasta el 1 de noviembre de 2015
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
Un comentario en “En el estanque dorado”